catorce. alguien que lo merece

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Matias esa noche no fue directo a su casa, se tomó el primer colectivo que se le apareció, se bajó donde sus ojos lo vieron conveniente, sin pensarlo mucho o pensando lo que iba a hacer, abstrayéndose de su alrededor. 

Las palabras de la pelirroja le estaban martillando la cabeza, se sentía tan abrumado y no podía evitar que cada pensamiento que golpeaba su mente le repetía que todo lo que le había dicho era cierto, que era un egoísta, un desconsiderado y que solo había pensado en él, que no se merecía a su amiga ni merecía estar con Alejo, porque el chico era tan bueno con él y le mostraba lo mucho que lo quería, le hacía sentir querido y... menos solo.

No es que lo haga sentir orgulloso darse cuenta de eso, se siente avergonzado por haber iniciado ese algo con el santafesino por esa razón, por haberse tentado de probar aquello que se había construido durante sus clases. 

Y Alejo era tan lindo, no podía creer que en ese corto lapso de tiempo podía hacerle sentir tan feliz con cada encuentro o mensaje suyo, por más mínimo que sea. No quería soltarlo, era como esa piedra preciosa, una perla, lo más deslumbrante que alguna vez pudo haber imaginado. Alejo no podía estar con alguien como él, roto, tan tonto y egocéntrico, pues solo había pensado en él en las decisiones que había tomado hasta ahora.

Se mantuvo caminando hasta que terminó deteniéndose inconscientemente en un local de comida cuyo cartel de presentación brillante decía "Los Canallas", desde afuera podía ver un poco la carta escrita en el pizarrón gigante colgado en una de las paredes; vendían lomitos, milanesas, pizzas, napos y sanguches. No sabe cuánto tiempo se quedó parado como un idiota en la vereda, pero se despertó de su ensoñación cuando sintió dos manos tocar sus brazos y tuvo el rostro de Alejo contra el suyo preguntándole qué andaba haciendo ahí.

"Matu" le llamó y ahí conectó sus ojos con los del chico que vestía una camiseta amarilla y azul con el logo del local, estaba trabajando y él lo estaba molestando. "¿Cómo supiste que trabajaba aquí? Nunca te lo dije"

"Solo caminé" Explicó corto sintiéndose pequeño contrastando su cuerpo con el del profesor de Malambo. 

"Entonces me extrañaste tanto que tus pies quisieron verme" Se rió el chico ahora liberando sus brazos, los cuales sintieron el frío al ya no tener ese cálido contacto. "Vení, entrá"

Alejo avanzó, pero Mati se quedó en su lugar.

"No quiero molestar, Ale. Yo puedo irme y no interrumpirte" Explicó Matias amagándose a irse, pero el suave toque de Alejo en sus manos lo detuvo.

"No molestas, en serio" Insistió el chico. "Mira, ahora hay pocos clientes"

Dio un vistazo al interior del local por el cual comprobó que así era, eran unas cuantas personas disfrutando de su cena y los demás eran repartidores esperando que el pedido a transportar esté listo. 

Asintió entonces a esa afirmación que le dio y con sus manos entrelazadas Alejo lo adentró al local, indicándole que se quedara sentado en una de las sillas de la barra. Una vez ubicado en ese pequeño rincón que lo dejaba al más alto con plena vista a los comensales y a posibles nuevos clientes, se puso a observar al chico atento al movimiento de la gente por si debía salir a tomar un pedido o entregar una cuenta. Se estuvo moviendo por el local y luego se metió a la cocina donde escuchó risas de los cocineros que al parecer estaban molestando al más alto.

"Me gusta vernos así de seguido" le escuchó decir a Alejo de repente, volviendo de pasarle un pedido a uno de los repartidores, este se colocó a su lado y dejó con él un plato con un sanguche de milanesa. "Va por la casa"

zapateos y otros sentimientos [souliz]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora