ESPECIAL ALEXANDER II.

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Cuando los primeros rayos de Sol empezaron a abrirse paso a través del horizonte, y un creciente ajetreo dentro de la aldea anunciaba el inicio de un nuevo día, la extenuada visión de Alexander detectó los comienzos de su cabaña al final del sendero.

Después de más de diez días yendo y viniendo por todo el bosque sin detenerse, pasando de su estado puro a su forma mortal una y otra vez, y encargándose de resolver hasta el más absurdo de los problemas entre los miembros de su manada; el guerrero finalmente podía refugiarse en la serenidad de su hogar y tomar un maldito y merecido descanso.

A pesar de que su anatomía aún mantenía la energía suficiente para correr en su forma de lobo por todo el territorio una última vez si se lo proponía, era su mente la que ansiaba encontrar un instante de calma para liberar todo el agotamiento que no hacía más que acumularse en sus pensamientos.

Su lobo, tan exhausto y refunfuñón como él mismo, empezaba a sentirse cual cachorro desesperado por apagar cada una de sus funciones lo antes posible y simplemente sumirse en una profunda inconsciencia hasta el siguiente amanecer.

Quizás, si era afortunado, llegar a soñar un poco también. Aunque, siendo honesto consigo mismo, una gran parte de sus sueños siempre terminaban convirtiéndose en jodidas pesadillas que conseguían despertarlo tan súbitamente a mitad de la noche.

Una de ellas volviéndose mucho más frecuente que todas las demás. Y también mucho más difícil de soportar.

Tres semanas habían transcurrido ya desde aquel sanguinario ataque que la aldea sufrió a manos de los humanos por primera vez en toda su historia. Tres semanas desde que sus fanales atestiguaron cómo las criaturas con las que había convivido día con día durante la última década eran vilmente masacradas a manos de esos jodidos monstruos.

Aquella fatídica mañana, Alexander no sólo acabó perdiendo compañeros de entrenamiento y batalla, sino también amigos, Alfas y Omegas, criaturas con las que había logrado mantener un lazo genuino después de creerse incapaz de conseguirlo.

Dentro de todos esos recuerdos colmados de gritos horrorizados y rastros carmesí nublándole la visión, una imagen se repetía en sus memorias por encima de todo lo demás. Y, sin duda alguna, era la misma imagen que protagonizaba las más espantosas de sus pesadillas en los últimos días.

Él todavía podía recordar con una dolorosa exactitud lo jodidamente desgarrador que había sido el tener que toparse cara a cara con el cuerpo sin vida de esa dulce cachorrita que solía llamarlo su tío favorito, con quien pasaba gran parte de su tiempo libre jugueteando a cualquier cosa absurda que la pequeña cría deseara, incluso dejándola entretenerse al peinar su cabello siempre que ella lo pedía.

Y a quien Alexander había prometido que, pasara lo que pasara, él siempre estaría ahí para cuidar de ella.

Había fallado en su promesa, por supuesto.

Como un jodido imbécil le falló no sólo a ella, también a su madre. La Omega que lo trataba con tanta amabilidad y dulzura siempre, a pesar de su jodido carácter y gruñidos, quien confiaba lo suficiente en él para considerarlo como un miembro más de su familia.

Tal y como ocurrió con su madre y hermanas en el pasado, Alexander no pudo cumplir su promesa de proteger a ese par de Omegas. Dejándolas a su suerte cuando más necesitaron su ayuda, incapaz de llegar a tiempo para dar su propia vida con tal de salvarlas.

Y ahora no le quedaría más remedio que vivir con la maldita culpa de ello hasta el final de sus días.

Empujó la puerta de madera apenas se acercó lo suficiente y, sin pensar demasiado en sus acciones, caminó por la extensión del vacío recinto hasta dirigirse rumbo a su habitación, desplazándose sin energía por los pasillos de aquella cabaña que Matthew y Edward se habían empeñado en construir para él varios años atrás.

Wolves. [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora