38.

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Liam se movía nervioso por la habitación, usando temblorosos dedos para apartar los mechones castaños de su rostro y sin detener el feroz agarre de sus dientes sobre su indefenso y ya lastimado labio inferior.

"Li..." la conocida y aguda vocecita volvió a llamar a su costado, alargando cantarinamente la única vocal de aquel afectuoso diminutivo hasta que sus pulmones parecieron quedarse sin aire. "¿Qué hacemos aquí? ¿Podemos ir a jugar ya?"

El joven Alfa detuvo sus frenéticos pasos y giró para encontrarse con la imagen de un pequeño Harry sentado en el medio de su nido, con las piernas flexionadas y ocultas bajo su propio cuerpo, y con esa mirada de cachorrito suplicante que ponía cuando no conseguía lo que quería.

Liam lo meditó por un segundo, dejándose llevar por el tierno gesto de su pequeño hermanito antes de finalmente negar, obteniendo como respuesta un inmediato puchero acompañado de un ceño fruncido.

"No, Hazzie, es mejor quedarnos aquí," dijo en tono suave, como cada vez que se dirigía al cachorro un par de años menor que él. Harry era todo ricitos alborotados cubriéndole más allá de los ojos, mejillas un tanto regordetas y sonrosadas que le daban una apariencia adorable, y un par de esmeraldas resplandecientes en lugar de ojos que lo ayudaban a siempre salirse con la suya.

Pero no en esta ocasión.

"Pero, Li..."

"No podemos salir, Hazz..."

Pensó en inventar alguna historia lo suficientemente creíble para conseguir retenerlo en casa de Edward, donde se encontraban en aquel momento, quizá usando la misma excusa que siempre lograba que Harry corriera a refugiarse a los brazos de su padre y no abandonara la cabaña por el resto del día; alguna pelea entre miembros de la manada. Era algo que le aterraba en demasía a su mejor amigo, Liam fue testigo de ello varios años atrás, cuando, para su desgracia, un par de lobos decidieron perder la cabeza y comenzar un enfrentamiento frente a los ojos de ambos cachorros.

Harry se había mostrado verdaderamente horrorizado al escuchar los feroces gruñidos de las criaturas, viéndose atacado por un devastador llanto que absolutamente nadie consiguió detener, ni siquiera él, que lo conocía casi desde que el pequeño aprendió a dar sus primeros pasos.

En aquella ocasión, fue Edward el único que logró tranquilizarlo, después de que un iracundo Alexander separara a los lobos y se los llevara lejos de la vista del atemorizado cachorro.

Liam pocas veces había visto al par de Alfas tan molestos; con el líder pronunciando maldiciones a los gritos mientras tomaba el pequeño y tembloroso cuerpo de Harry en brazos y lo acercaba a su pecho, permitiéndole acurrucarse contra sí durante horas enteras, hasta que el llanto venció a su amigo y acabó durmiéndose en brazos de su padre.

Él recordaba haberse quedado a su lado en aquella ocasión, pasando toda la tarde juntos hasta la noche y yéndose al día siguiente cuando se aseguró de que el pequeño estaría bien si lo dejaba. Y también recordaba haber escuchado a Edward quejarse con tristeza de cómo su cachorro no dejaba de llamar en agonizantes súplicas el nombre de su madre, incluso después de caer en la inconsciencia.

Con el paso del tiempo, y mucha paciencia por parte de sus allegados, Harry fue superando de a poco sus temores, siempre teniendo a Liam a su lado para abrazarlo y repetirle una y otra vez que no había nada de qué preocuparse, que él estaría ahí para protegerlo de cualquier cosa que intentara lastimarlo.

Se arrepintió de sus intenciones al recordar aquello, él sólo quería que su mejor amigo dejara de insistir para salir a jugar, no regresar sus miedos de pequeño y traumarlo de por vida únicamente por un capricho de su parte.

Wolves. [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora