―¡Disparenles! ¡Dispárenles ya! ―Tychus gritaba como una bestia descontrolada mientras sostenía con firmeza el tubo de metal que llevaba en manos.
―¿¡Qué crees que estamos haciendo!? ―gritó Grabbel.
―¡Son demasiados! ―la voz de Dans se hizo oír―. ¡Larguémonos!
Debajo de ellos, un oceáno de bocas hambrientas y desesperadas trepaban por las cadenas de los equipos auxiliares como un enjambre presto para devorar el alimento del día. Los disparos no daban abasto, eran cientos, no, quizá miles de cuerpos los que se aplastaban entre ellos estrujando la carne de los suyos y reventando los cráneos pútridos a causa del peso conjunto que tantos cadáveres andantes pueden ejercer al mismo tiempo.
Se retorcían, doblaban y sonreían, sus rostros desprovistos de vida estaban llenos de hambre y de exasperación. Sus gruñidos guturales destrozaban los oídos de Dans, Earri estaba aterrada, sentía cómo las manos le temblaban y el valor escapaba de ella para salir corriendo hacia un lugar donde estuviese a salvo. Ninguno quería seguir viendo esos ojos vacíos, pero se obligaron a hacerlo para sobrevivir. Uno, dos, tres, todos los disparos que podían realizar en el menor tiempo posible, cada impacto de plasma se dispersaba en una nube de sangre negra y restos de piel carbonizada por el calor.
Un cuerpo caía e inmediatamente diez más tomaban su lugar. Era una horda infinita, una boca sin fin cuya lengua estaba compuesta por todos los cadáveres que había saboreado desde la muerte. Y los miraban. Los miraban con esas cuencas muertas tan oscuras que ni siquiera la luz se atrevía a iluminar. Las manos rasgadas, rotas, mutiladas y carcomidas por la putrefacción se aferraban lentamente a los eslabones de metal, algunos otros arañaban las paredes de duracreto arrancándose las uñas junto con una tira de piel y carne hasta que el hueso de sus falanges quedaba expuesto y aun así seguían rasgando las paredes como si pudieran subir por ellas hasta la carne viva en lo alto de la pasarela.―¡ESTÁN TREPANDO! ¡DIOS! ¡ESTÁN TREPANDO! ―a Dans se le rasgó la garganta por el grito. No lo creía, no lo aceptaba, no podía procesar lo que estaba viendo. El horror frente a su rostro era tan vivo que parecía haber devorado su alma antes de que se diera cuenta de la verdad.
―¡RYDER! ―alertó Bo-Katan. El teniente no escuchó nada, estaba demasiado concentrado en los seres que se le acercaban a él por debajo de la pasarela como para darse cuenta del mordisco que casi le atrapa el cuello con los dientes.
Una explosión de sesos rancios le salpicó la gabardina y el empuje del cuerpo muerto chocando contra su pierna lo hizo girar a toda velocidad. Lo vio, tan cerca que creyó escuchar sus gruñidos famélicos, a pesar de que ya no tuviera cabeza; el resto del cadáver comenzó a tener espasmos violentos, aunque eso debía ser imposible, solo el músculo vivo podría reaccionar de esa manera ante la muerte. ¿Pero un muerto puede morir otra vez? No lo sabía ni le importaba, lo único claro era que Bo-Katan había disparado a tiempo para salvarle la vida o ahora él sería parte de la marea de hambre que subía hacia ellos.
―¡Mierda! ―dijo, el corazón le estallaba bajo el pecho en latidos tan rápidos que el aire llegaba a faltarle en los pulmones.
―¡Cubran sus espaldas! ―advirtió lady Kryze.
Y al mismo tiempo en que lo hacía, uno de los seres cayó del techo y se estampó contra la baranda al lado de Grabbel; el brazo del monstruo se partió y el blanco del hueso se hizo notar a través de la tela rasgada con varias tiras de músculo colgando de las astillas de la fractura.
Los ojos del grupo se dirigieron hacia arriba y el terror los aplastó cuando hicieron contacto visual con un mar de ojos blancos observándolos fijamente a través de los numerosos ductos de ventilación que había justo sobre sus cabezas. Grabbel lanzó un grito de horror, lo que estimuló el hambre del oceáno trepante y enarboló el apetito de la horda de cadáveres.
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Fuego Estelar: A Star Wars Fan History II
Science FictionLa Guerra de los Clones continúa; la República comienza a perder la estabilidad y a presenciar más de cerca los horrores de la guerra. Dans Ryder se deberá enfrentar ahora a las dificultades de haber escogido un bando y se verá obligado a sobrevivir...