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Han pasado varios días, y Auna no volvió a ver a él de ojos singulares

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Han pasado varios días, y Auna no volvió a ver a él de ojos singulares. Constantemente se preguntaba dónde estaría, ya que la última vez que lo vio fue en su misma casa, en el salón. Ahora mismo se encontraba haciendo la colada, mientras Lydia supuestamente recogía su cuarto, la casa estaba mucho más limpia, incluso habían traído aquellos muebles que hace poco había comprado, Auna estaba pensando en también pintar las viejas paredes de madera.

Coge una cesta con la ropa y se dirige al primer piso para colgarla, cuando se percata de que la cuerda que llevaba al desván no se encontraba, solo quedaba un pequeño trozo de esta. Por pura curiosidad, la morena dejó la cesta en el suelo, para dar varios saltos intentando coger lo que quedaba del objeto alargado, sin éxito alguno. No sabía con exactitud porqué quería abrir el desván, solo sentía que debía hacerlo.

Auna observa a su alrededor, en busca de algo que la ayude, encontrando un taburete de madera viejo, se dirige a él para cogerlo, rezando para que no se parta en medio de su misión.

Se sube al escabel, poniéndose de puntillas para alcanzar la cuerda, y cuando lo logra, tira de esta apartándose de un salto consiguiendo que justo la escalera cayese en el taburete de madera, destruyéndolo. Exhaló, empezando a subir por los peldaños hasta llegar a la punta de arriba. Vuelve a analizar el lugar, hasta que su vista cae en la cama, abriendo los ojos como platos y retrocediendo cuando ve a el chico rubio recostado en esta, aparentemente durmiendo.

Le costaba asimilar que estuviera durmiendo aquí, en su propia casa. Auna da varios pasos hacia delante inconscientemente, quedando justo frente al catre, frente a el desconocido.

Observa en el estado en que se encuentra, fijándose en las heridas que adornan su blanco pecho, como en su rostro hay rasguños y moretones, como su pelo está desordenado y aparentemente enredado. Auna se alarma cuando nota que empieza a removerse, mirando como poco a poco empieza a abrir sus ojos. Ella no puede moverse, está inmóvil.

Llega al punto donde tiene los ojos totalmente abiertos, observando como la chica lo miraba, pero lo que le sorprendió a la morena es que no se alarmó, se quedó en dónde estaba, quieta, mirándola sin expresión alguna. La chica abre la boca poco a poco, con intenciones de interactuar con el desconocido.

-Quién eres y qué haces en mi casa-habla en un susurro, intentando sonar imponente, pero sonó todo lo contrario, con miedo y nerviosa.

El sujeto no respondió, solo se dedicó a analizarla, para seguidamente, comenzar a levantarse lentamente. La figura demandante hizo intimidar a la chica, quién daba pasos hacia atrás por lo amenazada que se sentía, seguida del rubio.

Llegó al punto de chocar su espalda con la pared, pero él seguía acercándose, llegando a rozar la nariz con el contrario, para esto, el de ojos extraños tenía que agachar lo máximo posible su cabeza, ya que la diferencia de altura era muy notable. La respiración del chocó con la suya, mezclándose inmediatamente ambos.

Auna lleva su vista desde sus ojos hasta su boca, viendo como está se abre y cierra constantemente.

-Esta-empieza a hablar el rubio, erizando el vello de la morena al instante -esta es mi casa-termina la frase, para seguidamente alejarse con lentitud de ella para dejarse caer en la cama, sentándose.

Auna no sabe qué decir al respecto. No se mueve, todavía observando aquellos ojos que extrañamente la llamaban.

-Acércate-escuchó que habló de nuevo-acércate-volvió a repetirse al ver que no hacía caso a su orden.

Auna no entendía él porque estaba obedeciendo, y sobre todo a un extraño que decía que esa era su casa. Vuelven a quedarse frente a frente, el chico sentado y ella de pie, observándose el uno al otro.

-Auna-saborea entre sus labios, haciendo que ella se quede atónita por el hecho de que sabe su nombre.-Auna Miller, mujer de apenas 23 años, a cargo de su hermana menor Lydia Miller. Hijas de Cristian Miller y Victoria Johnson los cuales murieron tan solo hace un año por un accidente de coche. Dejando huérfanas a sus descendientes-finalizó.

La chica siente como sus ojos empiezan a escardarle, escardarle de las ganas que tiene de echarse a llorar, pero no se lo iba a permitir a un simple desconocido, el cual, sabía cosas de ella que nadie en este pueblo podría saber.

Con impotencia y rabia se aferra al cuello del rubio, quién no se inmutó por el gesto. Auna se abalanza sobre él, cayendo acostado en la cama y sobre él la chica, quién apretaba con furia el firme cuello de él. Acerca su rostro a él del chico.

-¿Quién cojones eres, y qué haces en mi maldita casa?- exige saber, harta de no encontrar respuestas.

-Soy Kai Williams, propietario de esta casa-contesta sin dificultad alguna, confundiendo a la morena quien, de hacer presión contra el cuello duro del contrario, separándose unos pocos centímetros de su cara.

-Eso es imposible, cuando me vendieron la casa me informaron de que no tenía propietarios, que la familia que antes vivían años atrás habían fallecido- dice en un grito, impaciente-estás mintiendo-asegura.

-¿Tú crees, Auna? - pregunta, desconcertando más a la joven, quién comienza a agitarse por la situación-Auna-vuelve a llamar la atención de la nombrada-tienes que confiar en mí, es lo único que puedes hacer en esta situación-informa, haciendo que ella arrugue el ceño, mostrándose aún más confundida.

-¿En la situación que estoy?

-¿No quieres saber las respuestas? Auna, ¿no quieres saber qué son esas sombras que siempre te están atacando? ¿No quieres saber porque estoy aquí?, ¿no quieres saber el por qué de todo? -pregunta ignorando la de ella-Auna, tus padres están vivos-es hay cuando el mundo de la chica se derrumba, sintiendo como su corazón poco a poco empieza a acelerarse- si quieres saber todo eso, deberás confiar en mí, es la única solución que hay. Yo no te haré daño, no soy capaz de hacértelo-lleva una de sus manos a la mejilla de la morena, quitando restos de lágrimas derramadas.

El silencio se hace presente, silencio en donde las miradas se entendían por ellas mismas.

-Cuéntamelo, todo-habla la chica, rompiendo el silencio y haciendo que el rubio subiera una de sus comisuras, formando una sonrisa algo siniestra, pero a la misma vez compresiva.

Él sabía que inconscientemente ella había firmado con sus palabras su destino, y ella sabía que no había vuelta atrás.

Él sabía que inconscientemente ella había firmado con sus palabras su destino, y ella sabía que no había vuelta atrás

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Tras el espejo dorado [PROXIMAMENTE EN LIBRERÍAS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora