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Los gritos de los seguidores Del Oscuro era lo único que lograba escuchar Auna. Tras la muerte de Magnus, fueron emboscados por los guardias del rey. Ahora, Auna se encontraba con los ojos vendados y las muñecas atadas por cadenas tras la espalda, como todos sus amigos y hermana.

Fue empujada con brusquedad, cayendo en un suelo frío y de tierra, y justo cuando se incorpora, escucha como una puerta se cierra. Se percata de que estaba en una celda, ya que al avanzar, choca contra unos barrotes.

—Tal vez El Oscuro me suba el sueldo por haber encerrado a la Miller mayor.— Escucha que dice una voz áspera y ronca.

Después de unos minutos, se percata de que ya se encontraba sin compañía.

Los minutos pasaban, y esos minutos se convirtieron en horas, en horas en las     que Auna soltaba lágrimas en la esquina del cubículo. Su llanto cesó cuando unas voces llamarón su atención.

—Serás estupido, ¡me estás pisando el dedo!

—Perdón, perdón. Con esta maldita venda no veo ni tres cuartos.

Auna se incorpora de forma ágil.

—¿Nick?, ¿Lydia? –Pregunta, desorientada.

—¿Auna?, ¡no puede ser, hermana, pensaba que estabas muerta!

—Vaya, que positividad.

—No es ser positiva, es ser realista.

—Realista te voy a dar yo cuando te encuentre.

—Veamos si lo haces. Ah, cierto, que no puedes ver.

—Ya claro, como si tú pudieras.

Auna, harta de la ridícula discusión, interviene.

—¡Paren!, tenemos que encontrar una forma de salir de esto.— Mueve sus manos adolorida por la presión que hacen las cadenas en sus muñecas.

—Yo opino que Auna debería utilizar sus poderes mágicos.— Propone Nick, haciendo que la nombrada frunza el ceño.

—Ni que fuera tan fácil... –Dice Lydia.

—Auna, venga, libéranos de esta con tus superpoderes.— Anima Nick.

—Por Dios, lo que tengo que soportar.—Murmura Lydia.

—Que sepas que te he escuchado.

—Esa era mi intención.

Auna se encontraba desubicada.

Las palabras de su hermana rondaban por su cabeza; no es tan fácil. Ignorando por completo la discusión de su hermana y amigo, se siente en el suelo, cruzando sus piernas y apretando los ojos, intentando concentrarse como le había enseñado Kai.

Su mente viajó a varios recuerdos, desde que llegó a la mansión la cuál le cambió la vida, hasta en el momento donde vio por primera vez a esas criaturas oscuras, y por supuesto, los momentos tan intensos que vivió con su familia y amigos durante su travesía.

Aquel cosquilleo familiar comenzó desde la punta de sus dedos de los pies, y al percatarse de aquello, siguió recordando esos momentos.

—... Auna, no voy a dejar que te suceda nada, eres mi protegida.

El cosquilleo se expandía.

No quiero perder a mi hermana.

El cosquilleo aumentaba, y la temperatura también.

Nick Coleman a su servicio.

Una presión en el pecho se hizo presente.

No puedo con esto, me supera.

Sé que puedes, Auna, confío en ti.

Y entonces, explotó.

Sintió como la tela que cubrían sus ojos se hacía ceniza poco a poco, dejando que parpadeara. Las cadenas que estaban alrededor de sus muñecas se rompieron, y cuando Auna libera sus manos, alza las cadenas, las cuales estaban totalmente chamuscadas. Su mirada cayó en la puerta de la celda, y con gran agilidad, se volvió a levantar para caminar hacia la puerta, tocando la cerradura, y en segundos, la puerta es abierta, dejando ver por el otro lado como fue quemada.

—¡Eres una lamebotas! –Grita Nick.

Cuando no tiene respuesta a cambio, vuelve a hablar:

—¡Ja!, te quedaste sin palabras, eh.

Antes de que dijera algo más, es interrumpido al escuchar como unas cadenas golpean el suelo, sintiendo como sus manos son liberadas. Poco después, la tela que estaba sobre sus ojos desapareció, y cuando abre los ojos, se ciega por la luz que recibe. Cuando enfoca la vista, se encuentra frente a él a las hermanas Miller, y ambas, en libertad.

—¿Pero cómo...?, ¡Bien, sabía que lo podías hacer! –Esas palabras le causaron gracia a las chicas.

—No tenemos mucho tiempo, tenemos que encontrar a Kai. –Habla Auna, comenzando a caminar entre las celdas, recibiendo gritos de los presos al ver que han sido liberados.

—¡Ayúdanos!

—¡Sácanos de aquí!

—¡Es la de la profecía!

—¡Nos salvará!

Auna trató de ignorar los gritos de súplica, mirando a cada individuo de las celdas,hasta que sus ojos caen en una celda en especifico. Su caminata se detiene, y de forma incrédula, se acerca, hasta quedar frente a las rejas. Los ojos de Auna comenzaron a aguarse al ver de quién se trataba.

—Papá... –Dijo en un susurro que solo fue capaz de escuchar el nombrado.

 –Dijo en un susurro que solo fue capaz de escuchar el nombrado

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Tras el espejo dorado [PROXIMAMENTE EN LIBRERÍAS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora