Capítulo 8

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En la recepción me dieron un gafete con mi nombre, el cual dijeron que debo portar durante toda mi visita.

No solo la recepcionista, sino también secretarios, asistentes, gente de intendencia, y cualquiera que me veía, se detenían a mirar una vez más.

Comienzo a pensar que esto fue una mala idea.

—Buen día, señor —lo saludó una mujer que se atravesó en el camino—. La junta con los ejecutivos se adelantará media hora, ¿estará presente? —me miró de reojo—. ¿O desea que Relaciones Públicas se encargue?

—No es necesario. Cuando estén aquí, avisen a mi asistente.

—Por supuesto, con permiso.

El que la chica no supiera si debía o no dirigirse a mí, me hizo sentir todavía más inquieta. No me gusta este lugar, ni la gente.

Alexey me tomó de la mano para ir al elevador, el cual cerró antes de que alguien más ingresara, aunque, a juzgar por el hecho de que los que pensaban utilizarlo se alejaron, nadie más iba a abordar.

—No te va a gustar estar aquí —señaló en el instante en que comenzamos a subir.

—Deja que tan siquiera conozca más que la recepción.

Llegamos hasta el último nivel. Tengo que admitir que bajé algo mareada por tantos pisos arriba.

Quise volver al ascensor cuando, una vez que se abrieron las puertas, todos en el piso le dieron los buenos días a Alexey. El sujeto me volvió a tomar de la mano. No sé si es su apoyo ante mi nerviosismo, apariencias, o intenta evitar que salga corriendo.

Ingresamos a su oficina donde, por suerte, no había nadie más.

El ventanal tiene una gran vista a toda la cuidad, a pesar de ello, el ruido del tráfico no atraviesa. Se siente el mismo ambiente que en el ala; solitario. Tal vez esa sensación más bien es Alexey quien la desprende.

Hay una pequeña mesa con sus respectivos sillones, el escritorio es mucho más grande que el de Lucas y tiene un librero con cientos de volúmenes.

Idealicé este lugar mucho más lúgubre; sin ventanas, o que los vidrios fuesen negros, al igual que la mueblería o el tapiz, y una cámara de torturas por ahí. Tuve tiempo de suponer todo eso y más.

Giré la cabeza hacia una pequeña puerta al costado derecho de su escritorio.

—¿Tienes un baño privado? —inquirí.

—Es nada más una oficina donde guardo archivos —respondió revisando la pila de hojas que había sobre su escritorio—. Ahora vuelvo.

Se retiró llevándose un par de papiros de los que recién examinaba.

Caminé hacia el estante de libros, tomé el primero que mi mano tocó y lo hojeé para luego devolverlo a su lugar. No me interesó.

Pipa hacía experimentos conmigo; me colocaba una venda en los ojos y aplaudía a lo lejos, haciendo que yo fuera en su dirección, me tomó bastante tiempo, sin embargo, esa es la razón de que mi oído sea tan agudo.

Es contraproducente si considero que me molesta cualquier tipo de sonido; el punto al que quiero llegar es que escucho la cámara de seguridad moverse, pues lo hace al mismo ritmo que yo, lo que significa que está siguiéndome.

Debe hallarse en el techo, quizá en la bombilla.

Iba a tomar otro ejemplar, cuando ingresó un caballero sin antes avisar.

—Oh..., buen día, pensé que no había nadie —expresó sorprendido. Lo conozco, es aquel sujeto impertinente de la boda, el que dijo que se casaría conmigo en caso de que Alexey no lo hiciera—. ¿Sabes dónde está Alexey? —Negué con la cabeza—. Claro... Con permiso —se retiró enseguida de una incómoda sonrisa que intentó mostrarme.

Al cabo de unos minutos, ya con la irradiación del sol a todo su poder ingresando por la ventana, Alexey finalmente regresó.

—Si quieres algo, pídeselo a mi asistente —indicó al verme aún de pie frente a la ventana. Estaba tratando de mantenerme bajo la luz del sol, dado que nunca antes lo había hecho.

—No vine a quedarme aquí. Si vas a estar en esa junta, ¿puedo ir a merodear?

—¿Qué intentas? —preguntó con desdén, prestándome toda su atención.

—Conocer tu lugar de trabajo, pasas mucho tiempo aquí y quiero saber por qué.

—... No te creo, pero está bien. En veinte minutos estaré en esa junta, entonces tendrás dos horas para merodear.

Aguardé hasta que el reloj digital de la pared marcó las nueve en punto, hora a la que Alexey se retiró. Tomé valor, me aseguré de que mi conjunto estuviese inmaculado y salí de la oficina.

—Buen día, señora —me saludó una chica desde el único escritorio. Supongo que esa es la asistente de Alexey. Es... en serio atractiva, desde donde sea que la vean.

—Buen día —di un paso hacia ella—. ¿Dónde encuentro un sanitario?

—Al fondo de este pasillo —señaló a su izquierda.

—Muy amable.

Encaminé hacia donde me indicó. Por aquí hay un par de puertas similares a la pequeña de la oficina de Alexey, y al final se encuentra el mencionado sanitario.

Ingresé al de damas tan solo para lavarme las manos y mirar mi aspecto.

Mis ojeras no lucen tanto como en otras ocasiones, mis labios no están tan resecos y la melena se me ve menos enmarañada, además, el sostén provoca que tenga buena postura.

No entiendo cuál fue el problema en aquella columna de opinión, nada más sé que le sacaría los ojos a Bárbara Santander.

Salí del baño y, ya que la asistente no se encontraba, utilicé las escaleras para descender un piso.

Encontré una pequeña cafetería, al igual que la dichosa sala de juntas donde Alexey se encuentra en este momento.

Entré al área donde se degustan los alimentos, tomé asiento cerca de una de las mesas y esperé por la mejor oportunidad que tuviera.

No he terminado el balance.

Yo tengo ¡así! de trabajo.

Tendré doble turno y no consigo quién me cuide a los niños.

El prestamista del banco nacional está aquí otra vez, cuando Alexey se entere, va a enfurecer.

¿Qué crees que les haya dicho a los federales?

No sé, pero el cateo de la semana pasada duró mucho más que los otros.

Todo lo que escuché provenía de voces distintas. No decían nada que me fuera útil. El asunto de los cateos no debe ser tan importante, tal vez es solo rutina y...

Farrah...

Concentré toda mi atención en cuanto escuché ese nombre. Es la voz de un sujeto, suena aguardentosa y joven a la vez, como si estuviese con gripe.

Por cierto, el cliente de Veracruz vino ayer, pero nada más quería hablar contigo —le dijo su acompañante.

Voy a ver si todavía puedo recibirlo —apuntó el otro para después retirarse.

Me puse de pie y salí tras el sujeto. Preferiría llevar ropa menos llamativa, así podría pasar desapercibida.

Seguí los pasos del hombre hasta el piso de abajo. Se dirigió hacia un pasillo e ingresó a una pequeña oficina, similar a las del resto.

Me retiré el gafete y respiré hondo antes de llamar a su puerta.

Adelante —dijo una voz poco interesada. Entré y apenas me prestó atención—. Buenos días, ¿en qué le puedo ayudar? —me miró y su expresión no se vio más respetuosa de lo necesario.

—Dijeron que usted era el único que podía recibirme.

—¿Quién la envía, perdón?

«No sabe quién soy», deduje.

—Farrah —contesté.

[3] CCC_Eros | TERMINADA | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora