Capítulo 3

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Bajé del auto cuando Josué me abrió la puerta. Todavía me fastidia eso, e igual no voy a decírselo a cada uno o pedirles que corran la voz entre todos los guardias y choferes sobre mis incomodidades.

Apenas puse un pie en la Mansión, vi que Stan venía directo hacia mí. Me encogí de hombros al mismo tiempo que me escondía detrás de Alexey.

—¡Estaba detenida! —le gritó a quien aceptó mantenerse delante de mí. Karen intentó tomar del hombro a su esposo, solo que este le dio un manotazo.

—Ya sé, fui por ella —repuso el otro sin inmutarse.

—Más te vale que esto no se repita —me amenazó Stan.

—Tú no tienes ningún derecho a hablarle así —dijo Alexey—. ¿Quieres que te recuerde cuál es tu lugar? —Volteó a verme—. Sube —ordenó, acción que acaté.

Admito que el conflicto que se generó en estos momentos es culpa mía, no obstante, la relación de ellos dos es pésima de por sí, no necesito preguntar para saberlo. Veo el tedio en la cara de Alexey cada que le anuncian que Stan se encuentra en la Mansión, o el fastidio de este otro siempre que cenan en la misma mesa.

Supongo que pude evitar de todas las formas posibles el tocar esas sensibles fibras y no lo hice.

Emma estaba en el ala, limpiando los licores de Alexey.

—¡Señora! —se entusiasmó al verme y dejó la botella de brandi en su sitio—. ¿Se encuentra bien? —me escaneó con la mirada.

—Todos están molestos —fui a tomar asiento en el sofá.

—Ya se les va a pasar. Estaban preocupados... Yale y la señora Karen lo estaban —corrigió—. Lo importante es que ya está aquí y... —Justo en ese momento, Alexey ingresó, a lo que me puse de pie enseguida.

—Retírate —le indicó a la mujer.

—Sí, señor. Con permiso —Emma se fue sin haber terminado lo que estaba haciendo.

Observé el piso en señal de arrepentimiento. Presiento que me va a regañar y no es como que sea injusto, pues había salido a las diez de la mañana y tuvieron noticias mías hasta las cuatro de la madrugada, hora a la que me decidí a llamar a Yale.

—Levanta la cabeza —exigió. Lo hice, e igualmente no lo miré a los ojos—. No te voy a regañar, no soy tu padre, Janette —ostentó fastidiado. Fijé la vista en él—. Pensé que algo te había pasado —habló más tranquilo.

—... No va a volver a pasar —mascullé.

—No, claro que no, porque no vas a salir —se dirigió a su habitación. Sacudí la cabeza al comprender sus palabras.

—¿Qué? —lo seguí y me detuve en el umbral de su puerta.

—Me escuchaste, no vas a salir de esta casa.

—Pero...

—Prefiero tolerar las visitas de tu familia a que salgas —determinó.

—¿¡Por qué!?

Cansado de debatir conmigo, me hizo a un lado y salió del ala.

Al parecer, no me piensa dar explicaciones. Entiendo que todo esto lo haya molestado mucho, pero él mismo me había dicho que nunca iba a aprovecharse de su autoridad conmigo. Sus palabras fueron que yo era libre de hacer lo que quisiera, aunque admito que me excedí un poco, no es motivo suficiente como para que me prohíba salir.

Entré a mi habitación, tomé asiento en la cama y comencé a formular una adecuada disculpa o bien, explicación dirigida a Yale para convencerlo de que abogue por mí.

En este momento, no se me ocurre nada.

Debería haber intentado dormir, sin embargo, el tiempo inanimada por culpa de la fiebre y el otro tanto que estuve desmayada, ya me habían permitido descansar lo suficiente.

Salí de los separos a las 9 de la mañana y hasta las 2:30 estuve tendida sobre la cama, repasando en voz baja una canción que escuché en el bar.

Recuerdo ciertos fragmentos al azar: No oyes a una flor reír. Si no puedes hablar, sin tener que oír tu voz (...) Un camino lo hacen los pies (...), siente que el viento ha sido hecho para ti. Vive, escucha y habla (...) La luna puede calentar (...) Los árboles mueren de pie...

Eso es todo, no retuve toda la letra porque fue justo ahí que aquella chica se presentó delante de mí.

[3] CCC_Eros | TERMINADA | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora