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Reiko siguió escribiéndome incluso después de la muerte de Jimin. Me aseguraba que no había sido culpa mía, que no había sido culpa de nadie, que aquello era como la lluvia, que nadie pudo impedirlo. No quise responderle. ¿Qué podía decirle? ¿De qué serviría? Jimin ya no estaba en este mundo; se había convertido en un puñado de cenizas.

A finales de agosto, tras el silencioso funeral de Jimin, volví a Seul y le anuncié a mi jefe que iba a estar fuera una temporada y no iría a trabajar. A Seokjin le escribí una carta diciéndole que no podía explicarle nada, pero que me esperara. Durante tres días fui al cine a diario y vi películas de la mañana a la noche. Cuando vi todas las películas de estreno, meti mis cosas dentro de la mochila, saqué todos mis ahorros del banco, me dirigí a la estación de Cheonggyecheon y subi al primer expreso.

No recuerdo adónde fui, ni cómo. Recuerdo bien el paisaje, los olores, los sonidos, pero soy incapaz de recordar el nombre de los lugares. Tampoco recuerdo el itinerario. Iba de una ciudad a otra en tren, en autobús, sentado junto al conductor de un camión, extendía mi saco de dormir y dormia en cualquier descampado, estación, parque, a orillas de un río o en la playa. La policia me ofreció alojamiento en una ocasión; otro día dormi al lado de un cementerio. Dormia profundamente en cualquier lugar apartado del paso de los transeuntes, sin importarme dónde. Exhausto de andar, me metía dentro del saco, bebia whisky barato y caía rendido. En pueblos acogedores, la gente me traía comida o incienso contra los mosquitos; en pueblos poco acogedores, la gente llamaba a la policía y me echaba de los parques. A mi tanto me daba. Lo único que quería era dormir profundamente en un lugar desconocido.

Cuando se me acabaron los ahorros, trabajé unos tres o cuatro días hasta reunir algún dinero. Encontraba trabajo en cualquier sitio. Vagaba sin rumbo de un pueblo a otro, El mundo estaba lleno de cosas enigmáticas y de personas extrañas. En una ocasión llamé a Seokjin. Me moria de ganas de oir su voz.

-Hace siglos que han empezado las clases -me dijo-. Y tenemos que entregar un montón de trabajos... ¿Qué vas a hacer? Llevas tres semanas sin dar señales de vida... ¿Dónde estás? ¿Qué estás haciendo?

-Lo siento, pero no puedo volver a Corea. Aún no.

-¿Eso es lo único que tienes que decirme?

-Ahora no puedo explicarte nada. En octubre...

Seokjin colgó sin añadir una palabra.

Continué mi viaje, De vez en cuando me alojaba en pensiones baratas, donde me daba un baño y me afeitaba. El espejo me devolvía una imagen desalentadora: la piel quemada por el sol, los ojos hundidos, las enflaquecidas mejillas llenas de manchas y cortes. Parecía que acabara de salir arrastrándome fuera del fondo de un agujero oscuro, pero, al mirarme con atención, comprendía que aquél era mi rostro.

Estuve recorriendo la costa del Mar de Japón: Tottori y la costa norte de Hyogo. Era cómodo seguir la línea de la costa. En la playa siempre encontraba lugares agradables donde dormir. También podía reunir trozos de madera arrastrados por las olas, encender fuego y asar el pescado seco que había comprado en alguna pescadería. Entre trago y trago de whisky, escuchando el ruido de las olas, pensaba en Jimin. Era tan extraño que hubiese muerto, tan extraño que no estuviera ya en este mundo... Todavía no lo habia asimilado. No podía creerlo. Había oído el repiqueteo de los clavos sobre su ataúd, pero no podía relacionarlo con el hecho, incontestable, de que Jimin hubiera vuelto a la nada.

Su recuerdo era demasiado nitido. Aún me imaginaba su boca envolviendo suavemente mi pene, su pelo cayendo sobre mi vientre. Me acordaba de su calor, de su aliento, del tacto desconsolado de la eyaculación. Lo recordaba tan claramente como si hubiera ocurrido cinco minutos antes. Y tenia la sensación de que Jimin se encontraba a mi lado, y de que si alargaba la mano podía tocarlo. Pero el no estaba. Su cuerpo ya no existía en este mundo.

Triángulo Amoroso- JinKook/KookMin✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora