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Hace mucho tiempo aunque, por más que lo repita, apenas han transcurrido diecisiete años yo vivía en una residencia de estudiantes. Tenía dieciocho años y acababa de ingresar en la universidad. No conocía Seúl y era la primera vez que vivía solo, así que mis padres, intranquilos, me matricularon en aquella residencia. Estaban incluidas las comidas y disponían de unas buenas instalaciones. En fin, aquél era el clásico sitio en que podía sobrevivir un muchacho inexperto de dieciocho años. La cuestión monetaria también contaba, por supuesto. Alojarme en una residencia era mucho más barato que vivir solo. Un futón y una lámpara era todo cuanto necesitaba. Yo hubiera preferido alquilar un apartamento y vivir a mi aire, pero, teniendo en cuenta el importe de la matrícula de la universidad, el coste de las clases y el de mi manutención, la verdad es que no podía quejarme. En realidad, tanto me daba vivir en un lugar como en otro.

La residencia estaba en la ciudad misma, en lo alto de una loma que tenía unas vistas magníficas sobre Seúl. Ocupaba un extenso terreno rodeado por un alto muro de cemento. Frente al portal se erguía un olmo gigantesco. Al parecer, las instalaciones tenían más de ciento cincuenta años. Al pie del árbol, no podías vislumbrar el cielo, oculto por entero tras el verde follaje.

El camino de cemento daba un rodeo para evitar el impresionante olmo y luego cruzaba el patio en línea recta. A ambos lados del patio se alineaban, en paralelo, dos bloques de hormigón de tres pisos: los dormitorios. Eran unos edificios grandes y con tantas aberturas por ventanas que parecían celdas de una cárcel reconvertidas en apartamentos, o apartamentos reconvertidos en celdas. Sin embargo, no estaban sucios ni daban una impresión deprimente. A través de las ventanas abiertas de par en par, se oían las radios. Las cortinas que colgaban de las ventanas eran todas del mismo tono crema, el color que mejor resistía la decoloración solar.

El camino daba al pabellón principal, de dos pisos de altura. En la planta baja estaba el comedor y el baño grande; en la primera planta, el paraninfo, varias salas de reuniones y, aunque desconozco qué utilidad podía tener, el salón para recepciones de huéspedes importantes. Al lado del pabellón principal, se levantaba un tercer bloque de tres plantas. En el césped del amplio patio, un sistema automático de riego por aspersión daba vueltas, de modo que las gotitas de agua reflejaban los rayos del sol. Detrás del pabellón principal había un campo de béisbol, uno de fútbol y seis pistas de tenis. En fin, a la residencia no le faltaba nada.

El problema era que la envolvía un turbio halo de misterio. La dirigía una fundación poco transparente donde se concentraban individuos de extrema derecha, y a mis ojos, por supuesto la política directiva mostraba una curiosa perversión. Se evidenciaba en los folletos informativos para los nuevos residentes y también en el reglamento. El principio rector de la enseñanza consiste en la formación de hombres de talento para servir a la patria. Ésta era la filosofia que regia la fundación de la residencia, y muchos empresarios que comulgaban con ella habían hecho importantes donaciones de capital... Así rezaba en la fachada. Pero detrás se esconde algo, cuando menos, sospechoso. Nadie conocía la verdad a ciencia cierta. Había quien afirmaba que la fundación era un medio para desgravar impuestos, o pura propaganda, o que la construcción de la residencia había sido un mero pretexto, rozando la estafa, para hacerse con aquel terreno de primera categoría. Incluso había quien decía que no, que la cosa iba mucho más lejos. Según esta última hipótesis, el objetivo de los fundadores era crear un clan subterráneo en el mundo de la política y las finanzas entre los antiguos residentes de la institución. Ciertamente, había un club de estudiantes privilegiado donde se agrupaba la elite de los internos y, aunque desconozco los detalles, según parece se celebraban varias veces al mes una especie de seminarios a los que asistian los fundadores; quien pertenecía a ese club tenía un puesto de trabajo asegurado al terminar los estudios. No puedo juzgar cuál de las hipótesis era cierta, pero todas ellas coincidían en un mismo aspecto: allí había gato encerrado.

Triángulo Amoroso- JinKook/KookMin✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora