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Al despertarme mi reloj de pulsera marcaba las 16:35. La tonalidad de la luz había cambiado, el viento había amainado y la forma de las nubes era distinta. Me noté sudado, asi que saqué una toalla de la mochila, me enjugué la cara y me cambié la camisa. Luego fui a la cocina, bebi agua y miré por la ventana. Distingui las ventanas del edificio de enfrente. En el interior de la casa había algunas figuras de papel colgando de un hilo. Siluetas de pájaros, nubes, vacas y gatos recortadas con pulcritud y ensambladas las unas a las otras. En los alrededores no se veia un alma ni se oía el menor ruido. Me dio la sensación de estar viviendo, yo solo, en unas ruinas cuidadas con esmero.

El bloque C empezó a poblarse poco después de las cinco. Tras el cristal de la ventana de la cocina, vi cómo dos, no, tres mujeres pasaban por debajo, Las tres llevaban sombrero; no pude verles la cara ni adivinar su edad, pero, a juzgar por sus voces, no debían de ser jóvenes. Cuando doblaron la esquina y desaparecieron, otras cuatro se aproximaron desde el mismo lugar y desaparecieron también por la misma esquina. Anochecía, Por la ventana de la sala de estar se vela el bosque y unas montañas. La cordillera estaba ribeteada de un halo de pálida luz.

Jimin y Reiko volvieron a las cinco y media. Jimin y yo nos saludamos como si nos encontráramos por primera vez. La chica parecía sentirse cohibida por mi presencia. Reiko se fijó en el libro que estaba leyendo y me preguntó cual era.

-La montaña mágica de Thomas Mann -le dije.

-¿Por qué has traído un libro a un lugar como éste? -me preguntó Reiko atónita. Tenía razón.

Reiko preparó café para los tres. Le hablé a Jimin de la súbita desaparición de Tropa-de-Asalto. Y le conté que el último día en que nos vimos me habia regalado una luciernaga.

-¡Qué lástima que se haya marchado! ¡Y yo que queria escuchar más historias suyas! -exclamó Jimin con pesar.

Puesto que Reiko quiso saber quién era conté una vez más sus aventuras. Ella también se rió a carcajadas. Con las historias de Tropa-de-Asalto, el mundo entero se llenaba de paz y de risas. Tropa-de-Asalto, A las seis fuimos los tres al comedor del pabellón principal a cenar. Jimin y yo comimos pescado frito, ensalada, imono, arroz y misoshira." Reiko tomó una ensalada de macarrones y una taza de café. Después se fumó un cigarrillo.

-Cuando te haces mayor, el cuerpo no te pide tanta co-mida -explicó Reiko.

En el comedor había unas veinte personas sentadas en las mesas. Mientras estuvimos comiendo, entraron algunas más y salieron otras. Salvando las diferencias de edad, el aspecto que ofrecía el comedor era muy semejante al de la residencia. Lo que sí era distinto era que alli todos charlaban en un tono de voz uniforme. Nadie gritaba ni susurraba. Nadie se reía a carcajadas ni lanzaba gritos de sorpresa, nadie llamaba a nadie alzando la mano. Todos charlaban en voz baja, en el mismo volumen. Comían divididos en grupos integrados por entre tres y cinco personas. Cuando uno hablaba, los demás escuchaban con atención, asentian, y cuando aquél terminaba, otro tomaba la palabra. No sabía de qué estarían hablando, pero su conversación me recordó el extraño partido de tenis que había presenciado al mediodia. Me pregunté si Jimin también hablaba de aquella forma cuando estaba con ellos. Fue curioso: sentí una mezcla de soledad y celos.

En la mesa de atrás, un hombre calvo que vestía bata blanca, sin duda un médico, les explicaba, a un joven con gafas de aspecto neurótico y a una señora de mediana edad con cara de ardilla, el efecto de la ingravidez sobre la secreción de los jugos gástricos. El joven y la mujer lo escuchaban exclamando: iOh!, iAh!. Pero yo, escuchando aquella conversación, empecé a dudar de que el hombre calvo de la bata blanca fuera realmente médico.

Nadie en el comedor me prestaba atención. Nadie me miraba con curiosidad, ni siquiera parecian reparar en mí. Al parecer, no les extrañaba mi presencia.

Triángulo Amoroso- JinKook/KookMin✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora