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Al día siguiente encontré un trabajo para los sábados y domingos, cerca de la estación de Cheonggyecheon. Era un trabajo de camarero en un restaurante italiano y el sueldo no era nada del otro mundo, pero el almuerzo y los desplazamientos estaban incluidos. Los lunes, miércoles y jueves, sustituiría a los camareros del turno de noche que libraban -cosa que sucedía con frecuencia-. El encargado me prometió que pasados los tres primeros meses me subiria el sueldo y que podía empezar a trabajar el sábado de la semana siguiente. Aquel hombre parecía mucho más honesto y cabal que el estúpido encargado de la tienda de discos.

Cuando telefonie al apartamento de Seokjin, volvió a ponerse su hermano, y esta vez me dijo que Seokjin no había aparecido desde el día anterior y me preguntó si yo tenía idea de dónde podía estar. Lo único que yo sabía era que llevaba un pijama y un cepillo de dientes en el bolso.

Lo vi en la clase del miércoles. Vestía un jersey del color de la artemisa y las gafas oscuras que solía llevar en verano. Estaba sentado en la última fila, hablando con una chica bajita con gafas que había visto antes. Me acerqué y le dije que, después de la clase, quería hablar con el. La chica de las gafas me miró y a continuación lo miró a el. Efectivamente, el peinado de Seokjin era más femenino que tiempo atrás.

-He quedado. -Negó con la cabeza.

-No te entretendré mucho. Sólo serán cinco minutos -dije.

Seokjin se quitó las gafas y entornó los ojos. Parecía estar mirando una casa en ruinas a cien metros de distancia. -No quiero hablar contigo. Lo siento. - la chica de las gafas me miró como diciendo: «No quiere hablar contigo, lo entiendes?

Me senté en el extremo derecho de la primera fila, atendi las explicaciones del profesor (eneralidades sobre la obra de Tennessee Williams y su importancia en la literatura america na) y, una vez terminó la clase, conté despacio hasta tres y me volvi hacia atrás. Pero Seokjin ya había desaparecido.

Sin duda, abril es el peor mes para estar solo. En abril, a mi alrededor todo el mundo parecía feliz. La gente se quitaba los abrigos y charlaba en los rincones soleados, jugaba con la pelota, se enamoraba. Yo estaba completamente solo. Jimin, Seokjin, Namjoon: todos se habían alejado de mi.

No tenía a quien decirle «Buenos días» u «Hola». Incluso echaba de menos a Tropa-de-Asalto. Pasé el mes de abril en esta triste soledad. Intenté hablar con Seokjin varias veces, pero la respuesta fue siempre la misma: «Ahora no quiero hablar contigo», y, por el tono de su voz, comprendí que lo decía enserio. Casi siempre lo encontraba con la chica de las gafas o, si no, con un chico alto con el pelo corto. El chico tenía las piernas muy largas y llevaba siempre botas blancas de baloncesto.

Cuando terminó abril llegó el mes de mayo; mayo fue mucho peor que abril. En mayo, en plena primavera, ya no pude evitar sentir cómo se estremecía y temblaba mi corazón. Solía ocurrirme al atardecer. En la pálida oscuridad, impregnada del suave aroma de las magnolias, mi corazón, sin previo aviso, empezaba a henchirse, a estremecerse, a temblar, atravesado por un pinchazo. En estos momentos, cerraba los ojos y apretaba los dientes con fuerza. Y esperaba a que pasara. Poco a poco, despacio, este dolor se alejaba, dejando tras de si un dolor sordo.

Cuando esto sucedía escribía a Jimin. Le hablaba de cosas maravillosas, placenteras, hermosas. Del olor de la hierba, del agradable aire de primavera, de la luz de la luna, de las películas que había visto, de las canciones que me gustaban, de los libros que me habían emocionado. Y, al releer estas cartas, me sentía reconfortado. Creia que vivía en un mundo maravilloso. Escribi muchas cartas como ésta. Jimin y Reiko jamás respondieron.

En el restaurante donde trabajaba conocí a un chico de mi edad llamado Jung Hoseok. Era un chico tranquilo y callado, estudiaba pintura al óleo en la facultad de bellas artes. Pasó bastante tiempo antes de que empezáramos a hablar, pero a partir de cierto día adoptamos la costumbre de ir, después del trabajo, a un bar del barrio a tomar una cerveza y charlar. A él también le gustaba leer y escuchar música; nuestra conversación giraba alrededor de estos dos temas. Era un chico delgado y alto, con el pelo más corto y el aspecto más pulcro de lo que en aquella época solían tener los estudiantes de bellas artes. No era muy comunicativo, pero tenía las ideas y los gustos muy claros. Le gustaban las novelas francesas, leia a Georges Bataille y a Boris Vian; solía escuchar a Mozart y a Ravel. Al igual que yo, buscaba a un amigo con quien hablar de sus aficiones.

Triángulo Amoroso- JinKook/KookMin✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora