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-Con todo, el mundo está lleno de chicas que tocan a Bach muchisimo mejor que ella. Las hay que lo tocan veinte veces mejor. Pero sus interpretaciones raramente tienen contenido. Son vacías. En su caso, en cambio, la técnica era mala, pero tenia algo que atraía. Al menos a mi. Pensé que valía la pena darle clases. Por supuesto, ya era tarde para corregir todos sus errores y hacer de ella una profesional. Pero tal vez seria posible convertirla en una pianista que fuera capaz de disfrutar tocando el piano, como yo en aquella época, y ahora, claro. Este fue, al fin y al cabo, un deseo vano. Porque no era de esas personas que hacen algo en silencio, para si mismas. Se trataba de una chica que, para provocar la admiración en los de más, utilizaba cualquier medio a su alcance y lo calculaba todo minuciosamente. Sabía qué tenia que hacer exactamente para que los demás la admiraran o la alabaran. Y también sabía cómo tenia que tocar para llamar mi atención. Todo estaba calculado al detalle. Había practicado la Invención una y otra vez. Saltaba a la vista. Con todo, incluso ahora, que soy consciente de esto, sigo pensando que su interpretación era maravillosa, y que, si pudiera volver a escucharla, me daría un vuelco el corazón. A pesar de todas sus astucias, mentiras y defectos. ¿No te parece? En la vida ocurren estas cosas.

Tras soltar una tos seca, Reiko interrumpió su relato y enmudeció un momento.

-¿Y la aceptaste como alumna? -pregunté.

-Si. Venía una vez por semana, toda la mañana del sábado. En su escuela hacían fiesta los sábados. No faltó nunca, jamás llegó tarde, era una alumna ideal. Estudiaba, Y, al terminar la clase, comiamos pastel y hablábamos. -En este punto Reiko miró su reloj- Deberíamos volver a casa. Me preocupa Jimin. No me digas que te habias olvidado de el?

-¡No! -dije riendo, - Pero la historia me ha atrapado.

-Si quieres saber cómo continúa, te lo cuento mañana. Es una historia un poco larga. No puede contarse toda de golpe.

-Pareces Scherezade.

-Si, y tú ya no podrás volver a Seul. -Reiko también se rió.

Cruzamos el bosque de vuelta y regresamos a casa. La vela se habia consumido y la luz de la sala estaba apagada. La puerta del dormitorio permanecia abierta, la lámpara de encima de la mesilla de noche, encendida, y su tenue luz llegaba hasta la sala. Encontramos a Jimin en el sofá de la sala, en la penumbra. Se había puesto una bata cerrada hasta el cuello y estaba sentado con las piernas dobladas encima del sofa. Reiko se acercó a el y le acarició la cabeza. -¿Estás bien?

-Si, ya estoy bien. Lo siento -susurró Jimin. Luego se volvió hacia mi y se disculpó avergonzado-: ¿Te has asustado? .

-Un poco. -Esbocé una sonrisa.

-Ven aqui -me dijo Jimin.

Después de sentarme a su lado, Jimin acercó la cara a mi oido como si quisiera contarme un secreto y me besó detrás de la oreja. -Lo siento -repitió dirigiéndose a mi oreja. Acto seguido, se apartó-. A veces ni yo mismo sé lo que me está pasando.

-Eso también suele ocurrirme a mi.- Jimin sonrió y me miró.- Si no te importa, me gustaría que me contaras más cosas de ti- le pedi-. Sobre la vida que llevas aquí. En qué empleas los dias, qué clase de gente conoces...

Jimin me habló de su vida cotidiana con frases entrecortadas, pero claras. Se levantaban a las seis de la mañana, desayunaban en casa y, después de limpiar el gallinero, normalmente trabajaban en el campo. Cultivaban verduras. Antes o después del almuerzo, durante una hora, tenían visita con el médico o sesión de grupo. Por la tarde seguían un plan libre de actividades, tomaban clases de algo que les gustara, hacían actividades al aire libre o deporte. El estaba aprendiendo varias cosas: francés, punto, piano e historia antigua.

Triángulo Amoroso- JinKook/KookMin✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora