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𝗛𝗲𝗮𝘁𝗵𝗲𝗿

—Gracias por ayudarme con las cajas—decía mi padre mientras entrábamos al dojo.

—A veces el aburrimiento me gana—murmuré.

—¿Qué?—cuestionó.

—Nada.

Me miró frunciendo el ceño antes de abrir la puerta de la caseta.
Al entrar, pudimos ver a Sam.y a Miguel besándose con ganas en el suelo.

—Miguel, cométela—dije, divertida.

—Uoh, uoh—dijo mi padre casi a la vez que yo.

Ambos se separaron.

—¡Papá!—exclamó Sam.

—Lo siento. Lo siento—dijo mi padre—. ¿Lo del bolsillo es mi tambor?

Miguel se lo sacó del bolsillo mientras Sam nos miraba avergonzada.
Reprimí una carcajada.

—Sam, ¿Podemos hablar a solas?—cuestionó mi padre.

¿Le ayudo a llevar las cajas y ahora me echa cuando llega lo más interesante? Me parece muy fuerte.

Salí fuera con Miguel.

—¿Habéis vuelto?—cuestioné.

—Eso creo—respondió—. No hemos hablado nada aún.

Asentí.

—Me alegra que hayas cambiado—mencioné—. Vuelves a parecer el Miguel que conocí.

Él me sonrió.

》¿Qué tal estás de la espalda?

—Bien. Muy bien—contestó—. Aún no estoy al cien por cien en kárate pero ya puedo hacer casi todo.

—Me alegro mucho—dije—. Seguro que dentro de poco puedes volver a patear los traseros que te dé la gana. Menos el mío, claro. Nunca podrías derrotarme—bromeé.

—Tendremos que averiguarlo—dijo.

—Podemos tener una pelea cuando quieras.

Vi como se acercaba a uno de los coches tapados.

—Es precioso, ¿verdad?—preguntó mi padre a nuestras espaldas.

—Donde yo vivo no se ven coches así—comentó el moreno.

—Eso mismo decía yo—respondió papá—. Cuando el señor Miyagi me lo regaló era la envidia de Reseda.

—¿Usted es de Reseda?—le preguntó Miguel a mi padre.

—Cuando me mudé aquí, mi madre ha yo no teníamos un centavo—comentó papá—. Entonces todo era distinto. Envudiaba a los chicos del club de campo como Johnny.

—¿El sensei era rico?—cuestionó Miguel.

—Sí, vivía en las colinas—respondió mi padre—. ¿No lo sabías? Te habrá contado nuestras historias del instituto.

—Sí. Y qué le ganó con una patada ilegal—mencionó Miguel.

—Según las normas sobre la cintura todo vale—se defendió mi padre.

—Además, tú usaste esa misma patada el año pasado, ¿no?—recordé yo. El moreno asintió—. Bueno, yo me voy. Esta es una charla de suegro y yerno.

[...]

Los del dojo estábamos reunidos en la sala de mi casa porque, Sam, había organizado una fiesta.

𝕷𝖔𝖘𝖙 𝖎𝖓 𝖙𝖍𝖊 𝖋𝖎𝖗𝖊 || 𝕽𝖔𝖇𝖇𝖞 𝕶𝖊𝖊𝖓𝖊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora