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La escuela nunca ha sido el lugar favorito de Jean, no es que tenga un lugar favorito pero de tener uno definitivamente no sería un edificio repleto de adolescentes bulliciosos y sudorosos que hablan estupideces en un tono de voz demasiado alto para su gusto. Casi le tuvo envidia a Armin, en ocasiones así pensar en ser sordo no le desagradaba.

Hablando de Armin, no había tenido contacto con él desde la visita a su casa y no hubo día en que su madre no le preguntara si había conseguido sacarle el número de teléfono para permanecer en contacto. En algún punto su mamá le ofreció preparar magdalenas y que así tuviera una excusa para visitarlo, tuvo que fingir que sí estaba en contacto con el chico y que él no es amante del dulce para bajarle la intensidad ya que, de otro modo, aparecería frente a la casa de Armin con una docena de postres.

Y Jean entendía a qué se debía la fijación de su mamá en que entablara una amistad con Armin, se trataba de un chico sordo al que le costaría adaptarse por su condición y ella consideraba a su hijo un ser de luz capaz de ayudarlo en tan ardua labor. Quiere a su mamá mucho pero la realidad es que no es tan altruista y por la actitud de Armin supo que es la clase de chico al que no hay que pegarse como un moco. ¿Le cayó bien? Sí, pero cada uno tenía una vida y compromisos. No se vieron durante el fin de semana y durante los siguientes dos días Jean creyó el chico había sido inscrito en otro colegio hasta que lo descubrió pasando por el pasillo.

No se hablaron ahí y Jean estaba inseguro de si saludarlo o no para cuando se toparon de nuevo en el aula. El profesor lo presentó en clase y la historia continuó siendo la misma, Armin siguió en silencio y nadie —incluyéndolo— hizo un esfuerzo por acercarse. No es que Armin se mostrara disgustado por ello, permanecía el rato leyendo o adelantando las tareas que les mandaban, disfrutaba mucho de su soledad.

Cosa que Jean no entendía, le costaba entender como alguien podría verse tan pleno en un ambiente tan caótico y eso que Armin nunca se quitaba los audífonos en la escuela ¿los apagaría o algo así?

—Bro, deja de ver al nuevo así. Estás actuando muy... Creepy.

Reaccionó lanzándole una mirada mordaz a Connie. Estaban sentados en el patio escolar, descansando sobre la grama mientras un par de chicos jugaban a la pelota a un costado y al otro estaban Sasha y Niccolo comiéndose la boca. Un día de clases común y corriente.

—No lo estoy. —Declaró Jean, recibiendo un suspiro pesado de Connie.

—Sí lo estás. Se llama Armin, ¿no? Generalmente yo no me meto en tu vida amorosa desde lo que pasó pero Dios mio, ¿hasta cuando vas a quedartele viendo? Tomale una foto, no sé.

—Que no lo ando viendo coño.

Era consciente de que mentía, sí lo estaba observando, pero admitirlo conllevaría dar una explicación que no tenía.

¿Por qué no podía apartar la mirada de él? Difícil de saber, no es que resulte tan interesante o misterioso como para merecer ser su foco de atención, lo poco que sabía respecto a Armin era que, primero, es un chico tranquilo que busca pasar desapercibido y segundo tiene buen gusto en música, más allá de eso y obviando el detalle de la sordera, Armin es a simple vista una persona promedio. Puede que la razón de que Jean no pudiera dejarse de fijar en él se debiera únicamente a que todavía sentía la presión de su madre de convertirse en su primer amigo y así mantener su reputación de hijo de ensueño.

Se estaba poniendo a sí mismo en un pedestal, en realidad nunca había sido un chico obediente y tolerante con su mamá hasta el año anterior y de eso se trataba, ya le había dado a su mamá una imagen de sí mismo que no podía sólo destruir, sería cruel.

—¿No le quieres ir a hablar? —propuso Connie, viendo al chico rubio por encima de su hombro.

Las alarmas se dispararon en la cabeza de Jean.

Voces que fabrican sueños ¦ Jearmin ficDonde viven las historias. Descúbrelo ahora