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Los siguientes días fueron un poco incómodos.

Para Jean las cosas no estaban del todo claras cuando se trataba de Armin Arlert, no en especial cuando tomaba en cuenta que así como lo hizo largarse de su casa a la mañana siguiente lo recibió con una sonrisa juguetona y un prolongado beso que, lejos de ayudarlo a olvidar las cosas, incentivó el malestar en su estomago al punto de provocarle unas nauseas intensas.

No intentaba culparlo de alguna forma porque comprendía a Armin, no obstante su lado dominado por lo emocional lo hacía imaginarse un centenar de horribles escenarios que únicamente lo llevaban al mismo punto: el preguntarse qué le pasó a Armin en su ciudad de origen. En primera instancia aquella pregunta resultaba fuera de lugar, la persona en que Armin se convirtió y la imagen que le tiene no tenía que verse influenciada por hechos del pasado que muy seguro carecían de importancia, pero no por eso no iba a tener curiosidad o sentirse preocupado de que lo vivido en aquel lugar hubiera marcado al chico que le gusta para toda la vida... Y en un mal sentido.

No se atrevió a preguntar en el transcurso de los días siguientes, porque respetaba su privacidad pero también porque la certeza de que no se trató de un problema familiar estaba comenzando a golpearlo cada vez más. Hasta entonces estaba convencido que estaba evitando el tema por haberse tratado de un conflicto interno con sus padres, la razón de que su padre no fuese más que un ente sin rostro y su madre un alma en pena que ocasionalmente vagaba por la casa sin intercambiarle más que vanas palabras de cortesía, pero si ese fuese el caso y más aún conociendo a Armin, lo habría dicho o dado a entender con algún chiste. No hubo ninguna insinuación al respecto, más bien los problemas familiares parecían muy normales para él como para sentirse de alguna manera avergonzado, porque Armin con ello se sentía resignado.

Quizá Armin no lo notó, pero Jean se sentía terrible por darle tanta importancia a un pasado que no estaba ni siquiera seguro de querer conocer. ¿Qué tal si Armin no le quería hablar al respecto por tratarse de algo demasiado traumático? ¿O qué tal si no resultaba siendo lo suficiente, fuerte como para sobrellevar la verdad? Una sensación de vértigo se apoderaba de él cada que lo pensaba, sólo para luego encontrarse dando vueltas en la cama y tardando más de lo habitual en responderle los mensajes a Armin. No era adrede, sólo que la ansiedad lo estaba carcomiendo y sentía que al hablarle explotaría. Y obvio, Armin no estuvo ni al tanto.

Y así se cumplieron los días, llegando a aquel radiante viernes donde iniciaba su trayecto a la capital del país, un viaje anticipado y que, sin embargo, para Jean fue tan repentino que no lo habría recordado de no ser porque su madre lo levantó a gritos repitiendo que perdería el autobús y que no dio dinero por gusto. Por suerte llegó a tiempo y no recibió más que un rápido regaño, pero pronto pudo subir al bus aunque las miradas de sus compañeros de clase lo estaban matando.

Connie y Sasha lo saludaron desde el fondo con su característico escandalo, con sonrisas inmensas y una mirada que le invitaba a ir con ellos, aun así no pudo mas que pronunciar unas disculpas silenciosas. Prometió sentarse con Armin, y en todo caso no era fan de estar al fondo del autobús, nunca le entendió lo especial.

Encontró a Armin apenas dos puestos más adelante, guardándole el lugar con su mochila y con la cabeza recostada contra la ventana. Caminó como pudo a través del estrecho pasillo del bus hasta llegar con él, acomodando la mochila sobre sus piernas mientras que la suya bien pudo descansar a sus pies. Una vez ahí sonrió enternecido al percatarse que los ojos de Armin permanecían cerrados, frunciendo ligeramente el ceño por la luz que le pegaba.

Jean se le acercó con suma discreción.

—Hey, bello durmiente... —le susurró, sólo para después soplar en su oído.

Voces que fabrican sueños ¦ Jearmin ficDonde viven las historias. Descúbrelo ahora