KRESTEN
Había pocas cosas en la vida que me llamarán la atención, y una de ellas era Georgina González.
Le gustaban los girasoles, o al menos eso pensaba yo, ya que parecía no salir de casa sin ellos. Buscar girasoles en su aspecto se había convertido en un juego. A veces los llevaba en el cabello, otras como complementos o estampados en su ropa, y siempre lucía tan radiante como el sol.
Tenía sonrisas para todo el que quería recibirlas. Se mostraba paciente y amable con cada persona que se cruzaba en su camino por la mañana, y en más de una ocasión la había visto calmar la ira de algún madrugador molesto.
También era tozuda hasta la saciedad: tenía premisas para rebatir cualquier argumento. Sus palabras solían ser como dulces recién hechos, que te queman la lengua en cuanto le das el primer mordisco. Pero a veces, cedía y admitía la derrota con deportividad.
Tenía el rostro angelical, los labios del color de las fresas, los cabellos rizados y largos, tan oscuros como su brillante mirada; cataratas de chocolate negro.
Era atractiva, dulce, inteligente, responsable... y terriblemente falsa.
Me sacaba de quicio. Me subestimaba. Me trataba de imbécil.
Y para colmo, en ese preciso instante, dependía de ella, porque si no salía de esa reunión con una respuesta positiva, todo mi trabajo se retrasaría. Tendría que rogar, o tal vez cancelar la inauguración.
Sería una puta pesadilla. Así que, necesitaba salir airoso porque esa era la oportunidad que llevaba años esperando.
—No es posible, señor Kaas —me repitió Georgina, la gestora del banco, con una sonrisa blanca y cordial. Falsa. Era falsa.
Agarré la carpeta llena de documentos, y rebusqué los contratos y los proyectos. Estaba habilitando una zona para eventos, y también para la venta de libros. Era una cafetería cultural, un lugar para las artes. Un templo.
—Vamos a colaborar con este proveedor de libros —le tendí un papel—. Esto generará unas ganancias significativas, ahí tiene las estimaciones del proyecto. Necesitamos esa línea de crédito para iniciarlo.
Georgina me dedicó una mirada analizadora. La chica apenas tenía veinticuatro años y ya había conseguido un puesto de gestora, o banquera o lo que fuera que hacía en ese banco. Casi pude oír a esos ojos café llamarme ridículo cuando ojeó los papeles y suspiró.
—La unidad de financiación del banco no piensa lo mismo —me explicó. No, no podía ser. Agarré de nuevo los documentos para seguir justificando el crédito, pero tenía la frustración tan enganchada a los dedos que me fue imposible—. Lo siento.
—¿Por qué? —solté los documentos sobre la mesa.
No lo entendía. Sergio, mi amigo y socio, y yo habíamos trabajado horas en el proyecto, nuestros cálculos estaban basados en estudios reales de otros locales parecidos, tanto de la zona como de otras ciudades.
—No pretendo ofenderle, señor Kaas. Y esto es a nivel personal, pero creo que la gente irá a su local a comer, no a ver cuadros. A hablar, no a leer. Se ganaría mejor la vida si montara un karaoke. O si pusiera una mesa de juegos. ¿Lo ha pensado?
¿Cómo se podía ser tan exageradamente fría? Aunque esa última idea había sido buena.
Una mesa de juegos.
Podría funcionar.
—La gente como usted no busca nada más en la vida que llenarse el estómago, pero otros, prefieren llenar su mente de vida —le respondí, pues me sentía en la obligación de defender mi idea.
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Club de lectura para días soleados [The bookclub 2]
RomanceLa vida de Georgina va a toda velocidad, y acaba chocando contra Kresten de las formas más absurdas posibles. Él no entiende qué le sucede a esa chica que no deja de joderle la vida, pero tiene algo claro: no está dispuesto a soportarla. ☀☀☀ ✨Prec...