31. Sirena

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KRESTEN

El ventanal de la zona de novela ilustrada, cómics y mangas tenía unas vistas especiales. Se veía un trozo de la fachada de la catedral, decorado por las pompas de jabón de un animador ambulante que cada mañana se colocaba en la esquina del archivo histórico de la ciudad.

Me fijé en la sirena de dos colas, esculpida sobre el pórtico. Era un detalle casi sin importancia, que pasaba completamente desapercibido entre las esculturas de los santos, las puntas afiladas de las decoraciones y el gran rosetón, acompañado de curiosas vidrieras. Pero ahí estaba, pequeña, con las dos colas enrolladas, lista para convertirse en humana y desafiar a todo santo de esa catedral.

—¿Otra vez mirando por la ventana? —Dayana que colocaba novedades a mi lado, me preguntó con un deje divertido en su tono.

—Es bonita, ¿no?

La morena se acercó al ventanal y observó la iglesia con el ceño fruncido.

—Es una iglesia vieja y bonita —dijo—. Como todas las iglesias viejas y bonitas de las ciudades europeas. ¿Qué tiene de especial?

—No necesita tener nada de especial. Me gusta verla. Siempre encuentro detalles en la fachada que no había visto —observé, sin apartar la mirada de la ventana—. Ahora se construyen pocos edificios así de especiales. Ojalá volviese a esculpirse en las fachadas. Era bello.

—Te patina el coco —se burló, pero no la entendí.

¿Un coco? ¿Patina?

—¿Qué? No te entendí.

—Qué estás loco. Es una expresión que decimos en Perú.

Eso tenía más sentido.

—Va, aunque odies el arte europeo —insistí—. Y ya sé que esta fachada no es gótica y que la hicieron en los años veinte, pero, aparte de eso, eres peruana, ¿me vas a decir que no es fascinante la arquitectura Inca? ¿O culturas anteriores? Es majestuoso y ahora... no sé, los rascacielos serán muy impresionantes por lo altos que son, pero aparte de eso, no les encuentro el encanto.

—¿Qué sabes tú de Perú? —me preguntó, sorprendida.

—Pues mi parte favorita son las Huacas, pero en verdad...

Georgina se coló en las vistas. Llegaba desde el callejón del archivo. Tenía la mirada fija en el horizonte, pero iba escuchando algo que la hizo sonreír. Se quitó los auriculares al acercarse al edificio y antes de que entrara en The Bookclub café, ya había desaparecido del plano.

—Creo que —continué—, los colores de las pinturas murales debieron ser alucinantes y... todo el... todo el tema de los rituales y... sí...

Dayana hizo uso de su poca discreción estallando en sonoras carcajadas que rebotaron entre las estanterías.

—¿Te has enamorado?

Pestañeé varias veces, atónito.

Y me crucé de brazos, antes de apoyarme de espaldas al ventanal.

—¿Qué? —«¿Enamorado? Venga ya». Se me revolvió el estómago al pensar que mi amiga tenía más razón de la que yo quería darle.

Ella continuó riendo.

—Que llevas días viniendo a mirar la ventana justo cuando ella debe llegar. Y dices cosas raras e intensas sobre el arte.

Hacía una semana desde que Georgina le tiró la bebida a aquel capullo. Seis noches desde que probé el sabor de sus gemidos en mis labios. Y se fue dejándome un mensaje en el que me pedía que no le contestase porque sería rarísimo y me decía que se había ido porque perdía el tren. Me dio las gracias y me dijo que estuviese tranquilo porque ella fingía muy bien.

Club de lectura para días soleados [The bookclub 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora