11. Un actor en el papel equivocado

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GEORGINA


Mamá me guiñó un ojo cuando entramos a la enorme cocina, y se apoyó sobre la isla americana, donde había distribuido los ingredientes para la cena. La primavera florecía a sus espaldas, entrando desde la puerta de cristal que daba a la parte trasera del jardín. El sol comenzaba a descansar, pero todavía tardaría en anochecer. No me acostumbraba a que ese paisaje lujoso la acompañara. Ver a mi madre entre tanta opulencia era como ver a un actor en un papel que no le pegaba.

Me senté en uno de los taburetes.

—Es guapo, eh —me dijo mamá, guiñándome un ojo.

—Mamá, que no es mi novio —insistí, aunque sabía que iba a estar haciendo comentarios sobre Kresten por el resto de mis días. O al menos hasta que yo tuviese pareja.

No tendría que haberlo traído.

—Pues qué pena —se sentó junto a mí y me tomó del mentón—. Con lo guapa que eres, podrías tener al que quisieras, mi niña. Pero estás todo el día metida en tus números y tus libros. Seguro que espantas a los hombres.

—Solo está aquí porque estamos compartiendo coche —le aclaré, intentando evitar el tema—. Tuve un accidente contra el suyo.

Ella simplificaba en exceso mi situación romántica. No me pasaba el día metida en mis libros ni en mis números. Claro que disfrutaba de mis novelas y de la bolsa, pero ese no era el motivo por el que yo no tenía pareja.

—¿Otro accidente, cariño? ¡Cómo no me dijiste nada! —puso los brazos en jarra, preocupada—. Te he dicho miles de veces que deberías dejar de conducir. ¡Ya lo hará tu hermano!

«Fue precisamente Arnau quien me dejó en un aprieto del que salí a duras penas».

—No fue nada. Están arreglando su coche.

—¡Pues aprovecha! —alzó las manos y se acercó a la nevera—. ¡Ofrecele algo de beber! ¡Deberías estar con él, no hablando conmigo en la cocina!

Por encima de mi cadáver. ¡Había venido a verla a ella!

—No me interesa.

—Gina, no hay nadie que te interese. Y deja de ponerme los ojos en blanco.

Sabía que ella lo hacía con buena intención y a pesar de que le había pedido decenas de veces que dejara de hacer esos comentarios, ella seguía insistiendo. Parecía que, insistirme en conseguir pareja venía adherido a sus modos de fábrica. Yo creía en el amor, pero en uno que no llegaba para todos y que si alguna vez llegaba, no sería forzándolo con Kresten Kaas. O con cualquiera, pues mamá llevaba años insinuando posibles parejas y ya me había visto abocada al fracaso cuando me descargué aquella maldita aplicación de citas, conocí a Matías y creí que algo de lo que me decía era cierto.

No es que me rompiera el corazón, pero sí había dolido.

Se acabó eso para mí. Prefería centrarme en mí misma, en lugar de ir buscando el amor mientras esquivaba balas hacia mi corazón confuso. Quería seguir mi ritmo y dejar de ceder a lo que se suponía que debía hacer.

No quería seguir sintiéndome frustrada por no lograr enamorarme, y presionarme a hacerlo no iba a solucionar el problema.

Mamá había encontrado la felicidad con Albert, y me alegraba mucho por ella, pero eso no implicaba que yo fuera a encontrarlo del mismo modo.

—Arnau no está bien —le dije—. Le robó dinero a papá el otro día.

Ella me echó esa mirada lastimera de las últimas veces.

Club de lectura para días soleados [The bookclub 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora