32. Dudas

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GEORGINA 

Claudia estaba saliendo con Sergio. Era oficial. Se habían pasado el último mes en un constante viene y va, pero el chico había conseguido que mi amiga cediese a sus insistencias.

Y ese sábado, Sergio nos había invitado a navegar.

Me quedaban dos horas de trabajo y, aunque me hacía ilusión la idea de ir en barco, no me acababa de sentir del todo segura con ello. Nunca había navegado y me daba un poco de miedo marearme, o... que esa cosa se hundiese.

«No seas paranoica, no va a pasar nada».

Me centré en mi trabajo, intentando apartar de mi cabeza mis miedos al barco. <Ya te preocuparás cuando vayas al mar>.

Tenía que organizar las tazas limpias y después, mientras Alex se quedaba tras la caja, daría una vuelta por las mesas. Tal vez me paseara por la terraza para que me diese un poco el aire.

Me di la vuelta y me estampé contra una silueta alta y fuerte. Hubiese jurado que no había nadie, pero ahí estaba Kresten, de espaldas a mí, con la atención fija en la máquina de café. Tenía una taza debajo de la salida de agua caliente.

—Perdón —me disculpé.

Kresten negó con la cabeza. Solía prepararse un té a media tarde.

No problem —contestó en su idioma natal.

Lo conocía lo suficiente como para saber que si hablaba en inglés, era porque no tenía fuerzas para hablar en español. Y eso indicaba que le pasaba algo.

—¿Estás bien? —le pregunté.

Él asintió, todavía de espaldas a mí. Su movimiento, casi imperceptible, apenas tenía fuerza.

Me puse a su lado. Tenía los ojos cerrados y los labios entreabiertos. Sus cabellos, que solía llevar recogidos, caían por su rostro, pero no lograban esconder las enormes ojeras que hundían su mirada. El agua hirviendo de la cafetera estaba a punto de verter la taza que tenía entre las manos.

Al parecer alguien había tenido una noche tan mala como la mía.

Apagué la máquina antes de que se quemara.

—¿Cuánto hace que no duermes?

Él sacudió la cabeza, volviendo a la realidad. Se había quedado dormido, allí de pie, en apenas dos segundos. Se me encogió el corazón al verlo así.

«Deja de enamorarte, por dios. Nos vas a llevar a la ruina».

Thanks —me agradeció Escondió un bostezo con la mano—. Tenía trabajo esta noche. Ya casi he terminado —siguió diciendo en inglés. Agarró una bolsita de té negro y la sumergió en la taza—. Ya dormiré.

—¿Nadie te ayuda con la administración de esto?

Negó con la cabeza.

—No es necesario.

Imposible. Era imposible que una sola persona pudiese gestionarlo todo sin morir en el intento. Nuestra frutería ya era complicada desde que se fue mamá y papá era el único que estaba allí todos los días, no me podía ni imaginar cómo debía ser un establecimiento seis veces más grande.

—Kres —lo detuve—. Duerme, por favor.

Su rostro se enterneció con un gesto tranquilizador. Alzó la mano que tenía libre. Me pareció que iba a acariciarme la mejilla, porque ahuecó la mano, pero bajó el brazo antes de rozarme.

—Lo haré, girasol.

Se alejó, mientras yo llevaba la mano al lugar donde mi rostro añoraba sus caricias.

Club de lectura para días soleados [The bookclub 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora