GEORGINA
Agarré el volante con fuerza después de girar la llave en el contacto. El motor rugió.
—Amor, ¿estás segura de que quieres conducir todo el trayecto? —me preguntó Kresten.
No estaba segura de nada. Ni de lo que había estado haciendo las últimas semanas, ni de lo que iba a hacer, ni de lo que haría.
Y cada vez que Kresten me llamaba amor se me desbocaba el corazón.
No ayudaba en absoluto.
—Sí —le respondí, acomodándome en el asiento.
Kresten se puso sus gafas de sol y se recostó sobre el asiento.
—Pues espabila, que es mi fin de semana libre y estoy deseando llegar a la playa.
Puse los ojos en blanco ante su actitud e inicié la marcha. El Kresten despreocupado, vacilón y parlanchín volvía cada vez que yo me subía a un volante.
Íbamos a la Costa Brava. Kresten tenía ganas de hacer turismo y quería aprovechar sus días libres para pasarse el día lejos de Barcelona. Y yo quería conducir, así que nuestros objetivos estaban bastante complementados.
Mi único problema eran las carreteras de curvas, acantilados, y montaña que mi copiloto escogía.
Se me secó la garganta de pánico al imaginar cuál sería la carretera que habría escogido para ese sábado, porque aunque había conducido ya varias veces, algunas de sus rutas me aterrorizaban.
Volví a conducir el día que fui a recoger mis cosas a casa de mi padre para hacer el traslado a mi nuevo piso. Fue un trayecto corto, porque en cuanto entramos a Barcelona y me empezaron a temblar todas las extremidades, Kresten, que me había acompañado, continuó conduciendo por mí.
En apenas tres semanas y práctica semanal, había conseguido dominar bastante bien los temblores. Siempre y cuando no tuviese un acantilado a menos de dos metros.
—Te veo muy tranquilo conmigo al volante de tu coche —observé, mientras Kresten fingía pasotismo. Llevábamos media hora en la autopista con el único entretenimiento de los coches que me adelantaban.
—Este coche no tiene marchas, tiene cámara trasera y si vas a estrellarte, pita como un condenado para que frenes. Llevar el tuyo es mucho más peligroso, esto debería ser sencillo —«Debería, supongo que sí», pensé—. Lo estás haciendo muy bien —me tranquilizó él al ver que me mordía el labio.
Aún me temblaban las manos, pero debía admitir que, el hecho de que no tuviese que preocuparme de las marchas, mejoraba mucho mi experiencia.
Kresten me señaló la salida que debía tomar y no tardé mucho en volver a ser atacada por mis nervios. Era una carretera estrecha, de curvas, con un enorme acantilado a nuestra derecha y la incipiente montaña a la otra. El mar se veía al fondo, en ese valle costero mediterráneo de ensueño.
—Nos vamos a caer por un barranco —dije—. Ya verás.
—Nos caeremos si te sales de la carretera.
Y parecía bastante fácil, porque con cada curva más cerca estaba del precipicio. Y de un ataque al corazón.
Estaba loca si pensaba que estaba preparada para eso.
—¡No vuelvas a atraerme por aquí! —exclamé, alterada, cuando crucé mi camino con otro coche en sentido contrario que había invadido parte de mi carril. Tuve que acercarme al borde de la carretera más de lo que mi cordura podía soportar.
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Club de lectura para días soleados [The bookclub 2]
Storie d'amoreLa vida de Georgina va a toda velocidad, y acaba chocando contra Kresten de las formas más absurdas posibles. Él no entiende qué le sucede a esa chica que no deja de joderle la vida, pero tiene algo claro: no está dispuesto a soportarla. ☀☀☀ ✨Prec...