43. Cómo encender un corazón apagado

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KRESTEN

Georgina tenía su oscura mirada perdida en el atardecer que bañaba la habitación. El cielo se había bañado de colores naranjas y rosados que pintaban su piel de reflejos y colores. Estaba preciosa con los cabellos sueltos y desordenados, cayendo alrededor de su cintura y tapando sus senos.

Ella respiraba tranquila, con los labios hinchados y entreabiertos. Yo aún me sentía inquieto por nuestra discusión y por la conversación que le había prometido tener. Dibujé el contorno de sus omoplatos, y me incorporé en la cama. Desnudar mi alma era mucho más complicado que dejar mi piel al aire.

—Hubo alguien —confesé, con un nudo en la garganta—. Un chico. Se llama Killian y lo viste en la inauguración del local.

Georgie, movió la cabeza para mirarme, atenta. No encontré juicios en su mirada. Y fue un alivio, porque a veces, hablar de mi bisexualidad se hacía incómodo en cuanto la otra persona no comprendía o aceptaba mi naturaleza.

Me habían hecho preguntas absurdas alguna vez. De gente que creía que solo era curioso, o que mi sexualidad cambiaba en función del género de mi pareja.

Georgina no dijo nada de eso y fue un alivio, porque lo odiaba. Mi sexualidad no cambiaba en función de quién era mi pareja.

—¿Y qué pasó? —preguntó ella. Se inclinó hacia mí, tumbándose de lazo con las rodillas flexionadas.

Tomé aire de nuevo, porque aún estaba atascado. Hablar de Killian era hablar del alcohol. Porque para mi pesar, fue con él con quien todo empezó, a pesar de que él nunca tuvo la culpa ni intención de que yo llevase una botella a mis labios.

Georgina, llevada por el cariño que desprendía, apoyó la mano derecha en mi pecho, y con suavidad, acarició la primera constelación.

—Me enamoré del mejor amigo de mi hermano y salió mal —confesé por fin—. Fatal. No fue culpa de Killian, fue culpa mía. Ha sido algo que me ha costado superar. Él está en otra relación ahora, de hecho vino con su novio a la inauguración, y yo no soy más que un recuerdo amargo. Pero durante mucho tiempo, para mí no fue tan fácil.

»No recuerdo un momento de mi vida en el que no conociera a Killian. Fuimos al mismo colegio y al mismo instituto, pero él siempre se llevó mejor con Harald. Eran uña y carne y yo tampoco me fijé mucho en él, hasta que cumplí los quince. Por esa época Hal y yo estábamos siempre peleando, ya fuera en el colegio o en casa. Killian se hartó y decidió intentar poner algo de paz. Venía a hablar conmigo a escondidas, a darme la lata con que arreglara las cosas con Hal, con que diera el brazo a torcer. Al principio lo ignoré, pero con el tiempo, comencé a acostumbrarme a él. Él era el único que no creía que yo fuera un idiota. Y yo ni siquiera entendía por qué. Hasta yo me sentía terriblemente estúpido.

»—Te has metido tanto en el papel que crees que tienes que no sales de ahí —me dijo la tarde en la que todo empezó entre nosotros—. ¿Por qué tienes que estar siempre jodiendo? Ambos sabemos que no eres así.

»Llevábamos tres meses como perro y gato.

»—Métete en tu familia, Killian —le contesté, furioso—. Déjame a mí y a mis hermanos en paz, nadie te ha pedido que vengas a hacer de salvador.

»—No es lo que pretendo. Solo quería que te llevases bien con Hal, porque a él le importas. Creía que él necesitaba ayuda, pero me he dado cuenta de que eres tú. No les dejas ver como realmente eres.

»—¿Cómo soy?

»—Eres amable, atento, interesante —se acercó más a mí— y aunque te pasas la vida jodiendo a Harald, te preocupas por que esté bien. Solo hay que ver que cada vez que alguien intenta meterse con él, o con Emilia saltas como un perro rabioso.

Club de lectura para días soleados [The bookclub 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora