Capítulo 06

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“Volvamos al pasado, a ese que tanto nos duele y maltrata internamente.”

Elizabeth

(ANTES)

La última imagen que recuerdo del día del accidente es a Kamilo tratando de protegerme con su cuerpo, mis piernas atrapadas entre el asiento y la parte delantera, a mi hermano desmayado sobre mí con la cara cubierta de sangre.
Yo sabía que Kamilo se tenía que ir de viaje dentro de dos días, y antes de irse quería que me fuera a recoger a la escuela. A la salida lo encontré esperándome en el auto.

—Ponte el cinturón. —demandó mientras giraba la llave para darle vida al motor.

—Buenas para ti también. —había respondido con burla mientras hacía lo que me pedía.

Kamilo sonrió y después empezó a conducir para salir del estacionamiento. Recuerdo que en el camino a casa habíamos pasado una tienda donde vendían papas fritas y como a mí me gustaban mucho, le había pedido que parara un momento para comprar un paquete, pero él no me hizo caso.

—Vamos Kamilo, cómpramelas. —le había dicho con insistencia mientras lo jalaba del brazo. Kamilo alternaba la vista entre la carretera y yo.

—Ya tienes suficientes en casa, Karla. Quédate tranquila. —había dicho él con voz queda. Como era un capricho mío del momento, me había puesto a joderlo para que me las comprara.

Por amagues del destino, terminé jalándolo del brazo en un arranque de adrenalina pensando que él lo tenía todo controlado. Lo único que provoqué con eso fue hacer que mi hermano perdiera el control del auto metiéndose en el carril contrario y que chocáramos contra otro auto que venía de frente.

❄️❄️❄️

—¡Yo quiero verlo! —eso fue lo primero que dije en cuanto me desperté un par de horas después.

Había personas desconocidas a mi lado que intentaban hacerme volver a la cama, pero yo sólo quería verlo, a él, a Kamilo.

¿Qué tan difícil podía ser?

—¡Déjenme verlo! —había vuelto a gritar mientras me quitaba de un tirón las intravenosas y salía de la cama de hospital—. ¡Yo no los conozco a ustedes! —esta vez se quedaron quietos mientras yo salía de la habitación utilizando la pared como apoyo hasta llegar a la recepción.

—Paciente Kamilo Rodríguez. ¿Qué habitación? —la mujer de recepción me miró con pena antes de señalar un pasillo que caminé con la mayor prisa que me podía brindar el estado clínico en el que estaba, con una venda alrededor de la cabeza, las manos magulladas, una pierna vendada casi en su totalidad, y con un ojo que veía medio borroso.

Al llegar al final del pasillo, reconocí la figura de Kristhian sentado encorvado en una silla con la cabeza entre las manos. En ese momento sentí que él era la única persona de la que podría obtener una respuesta.

—¿Y Kamilo? —mi hermano había levantado la cabeza en cuanto oyó mi voz. Tenía los ojos rojos y la nariz medio constipada—. ¿Dónde está él, Kristhian? ¿Por qué no está aquí contigo?

Kristhian se había puesto de pie a medida que le preguntaba, mirándome con una especie de dolor mezclado con pena.

—Lisa… —Kristhian había intentado tocarme pero rechacé su toque mientras daba un par de pasos atrás. En ese momento no quería la pena de nadie, quería a mi hermano.

—¿Dónde está él? —había susurrado con la voz rasposa mientras me empezaban a escocer los ojos por aguantar las lágrimas. Cuando vi que Kristhian no quiso responder desviando la mirada, grité con todas mis fuerzas—. ¡¿Dónde está él, Kristhian?! —cualquiera podía notar el dolor profundo que se filtraba a través de mi voz.

Quería que dijera que era mentira lo que estaba pensando, que todo era una broma, que Kamilo fue a comprarme papas para cuando yo despertara.

Mi mundo se derrumbó al oír las siguientes palabras de Kristhian:

—Lo reportaron muerto desde que pasó por esas puertas.

Me derrumbé en ese mismo suelo impoluto de color blanco, llorando como una niña pequeña mientras negaba con la cabeza una y otra vez. No quería asumirlo, no quería afrontar la realidad, quería a mi hermano de vuelta, sonriéndome y jugando pesado conmigo.

Volví a ver a Kamilo cuando me mostraron su cuerpo inerte en la cámara fría. Esa imagen se quedó grabada en mi retina: su piel pálida, su cabello azabache desordenado, los golpes y magulladuras por todo su cuerpo. La sensación de impotencia se clavó como una daga en mi corazón ya destrozado, y nunca desapareció a pesar de haber ido a terapia.

Nunca volví a escuchar su voz.

Nunca volví a ver cómo sus ojos azul marino me miraban con cariño.

Nunca volví a sentir su calidez.

Kamilo murió en ese accidente mientras que yo me mantuve con vida y muchos recuerdos dolorosos en este mundo, y recuperar la movilidad en las piernas no se sintió reconfortante. Caí en depresión, y aunque recibí “el alta” a los dos años, ya no era la misma.

Nunca lo volvería a ser.

Rompecorazones 1: BROKENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora