Capítulo 13

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“Si antes dejaban palabras vacías en el viento, ahora yo les daré material para chismorreo del bueno.”


Elizabeth

Definitivamente odio el lunes. Tampoco ayuda levantarme con una resaca olímpica por haberle hecho caso a Byron con lo del fondo blanco a unos cuantos shots de tequila.

Pero más que odiar al lunes, aborrezco la simple existencia de adolescentes calenturientos y con una pelota de golf por cerebro que se atestan en la puta entrada principal de la escuela y en las escaleras y las puertas de los salones.

—Plena ocho de la mañana y todavía hay media población estudiantil fuera de las aulas. —murmuré con hastío contra la ventanilla mientras esperaba a que el chófer estacionara el auto.

Tengo el mal humor por los malditos cielos por la puta resaca y además cuando fui a buscar a Byron, el pendejo ya se había ido para la escuela.

Cuando el chófer se dignó a terminar de estacionar en el lugar de siempre, suspiré cerrando los ojos porque sabía que en cuánto pusiera un pie fuera del auto, atraería muchas miradas: tal vez por el pantalón de cuero negro y los botines cortos de tacón alto, o por la blusa de tirantes de rayas negras y blancas y la chaqueta de cuero negro, o porque por fin le hice caso a Byron y dejé mi cabello suelto y con sus ondulaciones naturales hasta las rodillas.

Suspiré por tercera vez antes de finalmente agarrar mi mochila y abrir la puerta del auto. En cuánto cerré la puerta, escuché el sonido de las llantas contra el asfalto mientras sentía todos los ojos sobre mi persona.

Y empecé a caminar con el paso seguro y sensual que me enseñaron cuando tenía seis años, con la cabeza en alto y la mirada lo suficientemente cortante para que nadie se atreviera a interponerse en mi camino, porque ya estaba un poquito bastante cansada de que siempre me juzgaran como si fuera una maldita muñeca de porcelana que debía de ser perfecta.

«¿Quién es ella? ¿Es nueva?»

«Es una hermosura. Ojalá caiga en mi salón.»

«Dios, está buenísima.»

Esos eran los comentarios que levantaba por donde quiera que fuera y no estuviera vestida de uniforme con la cabeza metida entre los libros. Era siempre lo mismo: otra persona para ellos; cuando sólo era yo misma arreglada para verme bien y sentirme bien conmigo misma.

Pero la sociedad siempre tenía un pretexto para lo que sea que hiciéramos las mujeres ¿no? Es decir, no podíamos arreglarnos tanto porque pareceríamos putas, no podemos andar desaliñadas porque entonces los hombres se buscan una amante, no podemos ser muy inteligentes porque espantamos a los pretendientes, no debemos destacar más que nuestra pareja porque se ve mal gusto.

Así que me permití sonreír con sorna con mis labios pintados de color carne, porque todos esos no los tenía en mi personalidad; porque si me arreglaba o no era para mí, no para hombres morbosos que buscan el cariño que nunca les dio su madre; porque si me daba la gana de andar desaliñada a quien le debería de importar es a mí que me siento cómoda con esa ropa y si se buscan una amante es porque no valoran lo que ya tienen; porque si soy lo suficientemente inteligente para “espantar” a los pretendientes es porque ellos pensaban que encontrarían a una cabeza hueca para manipular a su antojo; y si me da la puta gana de destacar más que mi pareja o quien este al lado mío que sea del género masculino, él es quien debe estar a mi nivel, no yo rebajarme al de ellos.

Mientras cogía los libros correspondientes de la primera clase que ya debía de haber empezado, podía escuchar los murmullos, las especulaciones, los halagos e incluso las burlas de parte del género femenino de la escuela.

Rompecorazones 1: BROKENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora