“A ver, empecemos de nuevo; desde mi perspectiva, por supuesto.”
Erickson
¿Desde qué momento los uniformes de las porristas eran tan jodidamente apretados? ¿O sólo era idea mía porque a la vecinita le quedaban jodidamente bien?
—Entonces ¿jugamos? —comentó con su timbre de voz suave una vez estuvo parada al lado mío.
No voy a negar que me molesta —y no sé por qué, la verdad— verla con la camiseta de su mejor amigo, quién, por cierto, me miraba con una sonrisita burlona estampada en el rostro. El muchacho tenía material para ser del equipo, pero había algo que no me gustaba mucho de él, no sé si son las miradas furtivas que se echa con William, o el simple hecho de que respira el mismo aire que la vecina las 24/7, y de cierta forma me jode un poco.
Había aceptado que jugara con nosotros un partido porque no pensé, sinceramente, que la chica tendría los ovarios para jugar de verdad con un equipo de 13 jugadores —si contamos a su amigo recién incorporado y a William y que todavía no sé dónde colocarlos— que miden más de 1.83 cm y pesan poco más de 85 kilogramos en adelante a base de músculos nada más. No me cabe en la cabeza cómo ella, que me da por el codo y que a pesar de que parece ser de las que hacen ejercicio —principalmente porque se le notan los músculos definidos ligeramente en los brazos y las piernas—, vaya a jugar un deporte tan rudo.
Es que parece una maldita muñeca de porcelana con sus ojos azul marino, la nariz pequeña y respingada, los labios rosáceos, la mandíbula fina, el cabello negro y la piel tersa.
Pero bueno, si ella se quiere lesionar, ¿quién soy yo para detenerla? Y tampoco es que me importe mucho.
En cuanto el entrenador sonó el silbato, eché a correr lo más rápido que pude, principalmente porque se había decidido que primero éramos la vecina y yo contra el resto del equipo.
Ella tenía que hacerme un pase y yo realizar un maldito touchdown. Elizabeth se mantenía en el extremo del campo mientras yo seguía avanzando, el resto del equipo se había lanzado a correr hacia ella para quitarle el balón, pero ella seguía parada con una expresión impasible mientras estaba atenta a cada uno de mis movimientos.
Cuando vi que ella levantaba ligeramente el brazo, me detuve en las 50 yardas viendo cómo el equipo se acercaba aún más a su posición. Elizabeth se puso en posición, y el instinto me decía que corriera.
Y eso hice.
Empecé a correr de nuevo en el momento justo en que Elizabeth lanzó el balón con la fuerza suficiente para hacerme casi caer por el impulso en cuanto lo atrapé.
¿De dónde sacó esa fuerza del demonio?
Los chicos cambiaron de dirección, y aunque les llevaba una distancia responsable, sabía que me iban a alcanzar antes de poder llegar muy lejos. Había personas que corrían rápido en el equipo, pero no pensé que la vecina fuera una personita rápida cuando la vi a solo unos metros detrás de mí cuando llegaba a las 20 yardas. Ella iba a la par que el equipo, pero necesitaba que corriera un poco más o no podría hacerle el pase, y Elizabeth volvió a impresionar cuando se adelantó lo suficiente para estar delante de mí mientras hacía señas de que le hiciera un pase.
💥💥💥
Bien, Elizabeth no tenía nada de frágil. Y lo demostró jugando a la par que el resto del equipo, igualando su velocidad, aprovechando su estatura y esa fuerza que sinceramente no sé de dónde saca.
Ya estaba anocheciendo cuando el entrenador puso fin a la práctica conjunta con Elizabeth. Estaba seguro de que los chicos disfrutaron de respirar aunque sea un poco de perfume femenino en el campo por una vez, además de que Elizabeth no se desenvolvía para nada mal.
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Rompecorazones 1: BROKEN
Roman d'amourEmpecemos por el principio: por el olor de un libro nuevo, por las ansias de conocer la historia que aguarda escrita entre sus hojas. Aventurémonos entre las líneas, saboreando las palabras que nos cuentan sobre la vida de Elizabeth, una chica con t...