Capítulo 10

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“Eran dos gemelos iguales, atractivos y geniales, pero entre los dos guardaban secretos iguales y espeluznantes.”

Elizabeth

El lunes en la tarde fui a la casa de Alex quién, sorprendentemente, vive —literalmente— en la casa de al lado, así que técnicamente sólo camine unos quince pasos de distancia —porque entre los terrenos del condominio esa era la distancia aproximada que los separaba por cuestiones de privacidad o algo así—. Kristhian me vigilaba desde la puerta de la casa con una tasa con algo humeante entre las manos.

Toqué la puerta y nadie respondió, y así estuve por alrededor de veinte minutos hasta que decidí aporrear la puerta como si quisiera derribarla de un tirón. Cuando por fin escuché una voz del otro lado, preparé mi mejor cara de póker.

Un chico albino con un cabello ensortijado blanco que le rozaba los ojos tan negros que parecían irreales, me abría la puerta con su mejor cara de culo mientras un San Bernardo macho se encontraba detrás de él.

Me obligué a mí misma a no babear.

—¿Eres tú el gemelo de las tutorías? —pregunté ladeando la cabeza con un claro gesto de confusión mientras lo señalaba con el índice.

Lo vi enarcar una ceja.

—¿No te enseñaron que señalar es de mala educación? —la ironía se le salía por los poros mientras me miraba con superioridad. Su voz era ronca y rasposa como si tuviera gripe, pero en él se oía bien, creo que hasta… olvídalo.

Fruncí el ceño mientras lo miraba de arriba abajo.

Había que admitir que era atractivo, con una estatura que debía de ser un poco más alto que Kristhian, buena musculatura según cómo se le marca la camiseta negra que lleva —supongo que por ser hermano de Alex—, y mandíbula cuadrada, nariz perfilada y un poco fina, ojos semi rasgados pero con un brillo de picardía, y labios llenos de un color carne.

—Pues resulta que tú no eres precisamente un ejemplo a seguir porque estuve tocando la puerta por un buen tiempo. ¿Te pesaba el culo o qué? —respondí mordazmente mientras me cruzaba de brazos. —Ahora, ¿eres el gemelo de las tutorías o no? —volví a preguntar un poco menos cordial que antes.

Una pequeña sonrisa se asomó entre los gestos pétreos de su rostro.

—Soy William, y es mi hermano el de las tutorías. —respondió señalando con el pulgar hacia el interior de la casa antes de moverse de la entrada en un claro gesto de que pasara al interior—. Pasa. —verbalizó lo que pensaba, pero al ver que me mantenía quieta en mi sitio mirando con escepticismo al perro, la pequeña sonrisa amenazó con convertirse en una carcajada de burla que reprimió mirando para otro lado antes de volver a hablar.

—No te preocupes por Wilson. De seguro le caerás bien. —en efecto, el perro literalmente me saltó encima y empezó a lamerme toda la cara.

—Pasa. —repitió William y pasé al interior de la casa de conjunto con su perro—. Déjame llamar a mi hermano.

Y con eso último lo oí gritar a los cuatro vientos.

—¡¡¡¡EEEEERIICKSOOOOOONNNNN!!!!

Ese nombre. Ese maldito nombre invocaba mis demonios internos.

—¿Por alguna casualidad tu hermano no estudiará en el Winstoll Institute, verdad? —quería creer que se trataba de otro Erickson, y no del mismo cabrón que me destruyó los audífonos.

Por desgracia para mí, vi con la furia corriéndome por el sistema, bajar las escaleras a un Erickson somnoliento en bermudas negras, con una sudadera negra y descalzo.

William murmuró algo que lo afirmaba, pero mis ojos habían fijado como objetivo a ese chico de casi dos metros de altura, de hombros y espalda anchos que puso mi maldito mundo de cabeza —y no de la manera que crees—. Ahora podía ver claramente por qué Alex había dicho que eran gemelos: se veía a leguas, con una ligera diferencia de color de piel, aunque Erickson se veía igual de pálido que su hermano, compartían el mismo rostro, misma musculatura, mismo todo, excepto por el cabello color miel de Erickson y los ojos castaños oscuros, por lo demás, copia y pega.

—Te están buscando. —comentó William mientras me señalaba con el pulgar.

De verdad que quise pensar que podía estar a su alrededor sin querer matarlo con el primer objeto punzante que viera, pero en cuanto fijó su atención en mí y vi el reconocimiento asomarse en sus ojos, supe que fui soldado caído en combate.

Una pequeña sonrisa burlona se asomó entre las facciones de su rostro.

—Que agradable sorpresa. —la emoción contenida en su voz era igual de falsa que el color de mi cabello. Hasta compartían el mismo tono de voz.

Lo siento por Alex pero no pienso terminar en una correccional por el inepto de su hermano.

—Y un carajo que voy a darte tutorías. —comenté lo suficientemente alto para que me oyeran, a la vez que giraba sobre mi propio eje para irme por donde mismo vine, aunque no alcancé a dar dos malditos pasos antes de que alguien me tomara de la muñeca.

Y tal vez mi primera acción fue responder con una bofetada para soltarme del agarre, jeje.

Rompecorazones 1: BROKENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora