Capítulo 29

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Regalo. 


Se despertó un poco más temprano de lo habitual, al menos, recordó modificar su alarma para ello. Su cuerpo se sentía pesado a pesar de haber dormido relativamente bien. El abuelo solía decirle que a partir de cierta edad el cuerpo deja de descansar a gusto, pero estaba muy seguro de que aún le restaban bastantes años para llegar a ello, vamos, no estaba tan viejo, así que se mentalizó con que sería cansancio acumulado. Aún así, se levantó de la cama y comenzó su rutina de cada mañana. Una vez en la cocina, se dispuso a buscar los ingredientes necesarios para el desayuno de ese día, que sería para tres personas.

La chica era una joven saludable en crecimiento, así que bajo ningún concepto le haría algo tan trivial como un sándwich (aunque si el tiempo apremiaba, le haría uno a su estúpido mejor amigo). Sacó lo necesario y se puso manos a la obra. En ese momento se preguntó si tendrían algo para adornar almuerzos, como los palillos para mini brochetas o alguno de esos aparatos que se ocupaban para cortar el pan en alguna figura. Grande y no tan inesperada fue su decepción al darse cuenta de que, efectivamente, no tenían nada de ello en su hogar. La idea de colocarle un palillo en forma de Hello Kitty en las salchichas o de la cara del famoso gatito sobre su almuerzo se vio deshechada antes de siquiera poder entrar en función.

¿Le gustaría siquiera ser mimada a ese punto?

Sacó las cajas de bento para los tres, no estando muy seguro de si sería una mala idea el que Sabito se enterara que compartiría almuerzo con la chica o si sólo debería entregarle los alimentos y que cada uno los comiera donde quisiese.

Negó repetidamente con la cabeza para deshechar esa idea. Lo más lógico era que ambos tomaran el almuerzo en compañía del otro, así ella podría hablar de aquello que la afligía.

Lo había prometido.

Pero, ahora, despierto después de su vaso de jugo de naranja y lavarse la cara con agua fría, tal vez todo había sido una mala idea.

Porque, ¿qué haría si alguien los viera?

Es decir, sí, la escuela era un lugar muy grande, pero era grande por algo. Había una gran cantidad de alumnos que se encontraban dispersos en varias áreas, sobre todo durante el almuerzo. Quizás tuvo suerte al no ser descubierto la única vez que comieron juntos hace unos días (o eso quería creer), porque no quería problemas con sus compañeros de trabajo, con Kanae y Sanemi en especial, pero más importante aún, no quería que ella tuviese problemas de ningún tipo si los atrapaban.

—¿Por qué hay tres cajas?— Giyū se sobresaltó al escuchar la voz aún adormilada de su pelinaranja amigo, quien se encontraba en la entrada de la cocina tallándose un ojo y el otro luchaba por mantenerse abierto— ¿Perdiste una apuesta o algo?

—No, eso no es...

—¿Por qué uno tiene un pañuelo de flores rosas?

Ah, mierda.

—Bueno...

—¿Por qué hay tres termos?— se acercó a los envases para corroborar el contenido, descubriendo que uno de ellos, además, tenía té de cereza y canela—Ni a ti ni a mí nos gusta el té de cereza. ¿Qué pretendes?— el pelinegro dio un suspiro de derrota, de nada le serviría mentirle a Sabito— Acaso...— pero, si lo decía por sí mismo, sería menos bochornoso el asunto— ¿Acaso me estás engañando?

Una gran gota de sudor recorrió la nuca del pelinegro. De todo lo que su amigo podía decir, eligió lo más estúpido. Casi hace que le de un golpe en la cabeza con la sartén, casi.

—Evidentemente hay un almuerzo extra, porque es para otra persona, grandísimo imbécil.

—¿O sea que sí me estás engañando?

Te quiero, sensei.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora