En esos tiempos me encontraba. Mi travesía era bastante complicada, mi infancia no fue todo lo que esperaba, pero a pesar de todo había algo que me hacía feliz y no lograba entender lo que era, hasta ahora. Me nombraron Eva Scott Lee, originaria de Brístol, mi madre Emma Lee Morrison era canadiense, criada la mitad de su vida en Inglaterra, pero frecuentaba muchas casas y ciudades por el trabajo de mi abuelo, en esa época, era más fácil optar por viajar en carretas si se tratase de moverse a cualquier lugar alejado. Y mi padre, Joaquín Scott Muller, mexicano, ambos de religión Católica, con el mismo amor por la música y el arte.
Mi madre decía que conoció a mi padre en las calles de México, donde ella habitó por un año, mientras terminaba la Universidad de Bellas Artes, mi padre tenía un puestecillo el cual se dedicaba al comercio de pescadería uno de los más visitados y vendidos en esa época donde la ganadería era en abundancia y la economía era la mejor. Era un hombre muy trabajador, no tenía otra prioridad que no fuese su oficio, hasta que conoció a Emma. Sin duda fue amor a primera vista. Cuando mi madre supo de mí, existencia, no tuvo otra alternativa que quedarse a vivir con mi padre; sin embargo, antes de que naciera se mudaron a Brístol.
Estaba en una etapa en la que el rumbo de mis días eran propensos a muchas emociones juntas y más si se trataba de diversión como cualquier niño de menos de siete años, lo que nunca olvidaré fueron los pequeños instantes con mi padre, los domingos asistíamos a los actos religiosos, ayudábamos en las ofrendas de la iglesia, visitábamos con mis abuelos maternos la basílica de Guadalupe, cuando llegaban los festivales luego de compartir toda la mañana, íbamos a la playa, era fascinante, el aire que corría hacia mi rostro, llevándome con él como una hoja, la arena entrando en el interior de mis dedos, veía el sol tan cerquita de mí, tan ardiente y misterioso, todo eso era perfecto para un día como ese; mi abuela Leticia nos llevaba al Festival Hollín Kan que celebraban todos los años en la plaza de la cruz, es un encuentro de las culturas primigenias, milenarias, sus fiestas, su música era tan mexicana, venían personas de diferentes lugares del mundo a festejar esta suculenta y extravagante tradición.
Mi parte favorita era subir al punto más alto para contemplar a los vendedores de tacos, al señor de los globos, a los niños corriendo por todos lados como caballos relinchando, las marionetas tan coloridas, nunca faltaba un zapatero con una brillante sonrisa en su rostro, como si le agradase limpiar zapatos; cada que alguien se acercaba pidiendo su servicio. Me preguntaba: ¿Sus piernas no se cansaban de estar todo el día de rodillas?. Era inevitable no pensarlo, en fin; estas celebraciones eran tan diferentes a las de Brístol.
Al final del día mi padre me llevaba de pesca, siempre que lo acompañaba pedía que me contase la misma historia de su niñez y como era su vida mucho antes de que yo naciera, siempre decía que era como una de esas películas que les contaban a los niños para sentirse a gusto, pero no, eso era real. Mi padre fue un hombre que se aferraba a todo lo que quería, fue un niño muy humilde, su familia era de muy bajos recursos, desde chico busco la manera de salir adelante solo, nunca llego a conocer a sus verdaderos padres, por ello fue llevado a un orfanato y poco tiempo después fue dado en adopción, por una pareja con buena estabilidad económica, la señora Jackie no podía tener hijos, ya era mayor, al igual que Joy, quien lo impulso a estudiar y le enseño todo lo que tenía que ver con el comercio, su utilidad u oficio más que otra cosa era la pescadería y querían a alguien entregado que velase por sus bienes.
Me conmovía mucho esa historia cada vez que me la repetía, terminaba haciéndome reír de alguna manera y recalcando que eso le hizo muy feliz.
—Algún día quisiera ser como tú—le decía.
Su mirada fijada en mí.
—¿Cómo yo? ¿Así de guapo e inteligente? Las risas no cesaban.
—No, papá, así como eres tú. Valiente.
Me abrazó frotando su mano por mi cabello, al tiempo que me sujetó con delicadeza en sus piernas. Una lágrima bajaba de sus ojos tan brillantes, e inmediato lo abracé tan fuerte, limpiando con el dedo índice su mejilla.
- ¿No estas triste verdad? Pregunte
—No, estas lagrimitas son de felicidad —respondió brevemente.
—¿Cómo hago para llorar, si estoy feliz, es muy difícil, papá? Recalque.
—Ya lo entenderás. — dijo
Despues de unos minutos, observando el mar. Recuerda, Ev que tú eres tu propia luz y tú decides cuando apagarla, solo, no lo hagas, sobrevive. De sus labios salió una hermosa sonrisa.
—Jum, lo haré. Dije entonces mirándole a los ojos sin entender claramente a qué se refería.
—¿Meñique?
—Ay, papá, no lo puedo prometer si no logro entenderte, se te olvidó el rito.
Risas al fondo.
—Solo inténtalo— inquirió.
—Aaah, está bien. Entrelazamos ambos meñiques pactando un augurio en el muelle con el extenso y profundo océano, cubriendo nuestros pies, el olor a hierbas, el sol resplandeciente y la banda de parvadas de testigo. Todo el tiempo que pasaba a su lado, me sentía feliz, aprendía tantas cosas, aunque a veces me llevara a las inconclusas, sabía que él era la persona que necesitaba. Ese fue uno de los mejores días de mi vida y querría que no se acabase jamás, pues, al siguiente día, volveríamos a Inglaterra, a nuestro día a día. No me molestaba la idea, al contario amaba a Brístol; no obstante, México, me enlazaba más con mi padre, si a recuerdos y aventuras nos llevaban.
RECORDATORIO
Hay tanto en el mundo, por las que todo ser humano, puede ser feliz. Nada en el mundo es perfecto, si buscamos la perfección nos encontraríamos con la desgracia. Somos almas libres, de elegir, que seremos hoy, y que mañana, es una prueba de ti contra ti; los límites los pones tú, ten en claro que todo existe, hoy respiramos, quizá mañana, nos falte el aliento.
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Simplemente Eva
Teen FictionLos apegos emocionales son por naturaleza un vínculo afectivo, difícil de explicar, son sensaciones que se crean en el alma y trascienden vidas por vidas. Lo que debemos tener presente es que para avanzar, para encontrarte, es necesario soltar, sin...