Capítulo 9: El Milenario.

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El lugar que frecuentaba mi abuelo para sus noches en vela junto con Leticia era un local de comida rápida que quedaba no muy lejos de casa, era agradable y acogedor, de esos con letrero brillante como los que salían en la Tele, hasta su nombre parecía de película "Milenario" era un lugar fuera del mapa, porque muy pocas personas aparte de nosotros lo habitaban o no sería el punto para cenar o el día indicado. Se acercó a nuestra mesa un señor mayor de piel oscura, era el gerente y dueño del sitio, ya sabía a qué venía el nombre, con amabilidad agitó la mano de Milford y nos dio la bienvenida.

—No, puedo creerlo, ¿no me digas, Milford, es tu nieta?—preguntó el señor sorprendido.

—Sí, así es Eva, ha crecido un poco —respondió mi abuelo.

—¿Qué has comido todo este tiempo?—decía con gracia. Recuerdo cuando te acababas toda la mayonesa en la hamburguesa. — Reitero sonriendo.

—Solo tenía tres años, Rogger-Dijo mi abuela observándome con dulzura.

—Ya no le gusta la hamburguesa— intervino mi madre, extendiéndole su mano al tiempo que sonreía.

Mi reacción era cautelosa y serena, no dije una palabra más que una expresión de agrado y vergüenza.

—¿Me he cruzado con Theo, sigue con sus experimentos?—preguntó mi abuelo.

—Ese muchacho no sale de su habitación—respondió.

—¿Cuánto tiempo piensan quedarse?—preguntó Rogger.

—Ya no se irán —respondió mi abuela.

—No me digáis que...

—Si Rogger veremos qué nos depara Vancouver. — inquirió mi madre.

— ¡Maravilloso! — expresó Rogger. Esta noche la casa invita.

—Aceptaremos tu gentil oferta si vienes y nos acompañas. — resaltó Milford.

Venga, estás muy delgado —intervino mi abuela haciéndole lugar.

—Los acompañaré, pero, no sin antes deleitarnos con...

—La voz del Milenario. — intervino Leticia con alegría.

De momento, varios señores con diferentes instrumentos se acercaron a nuestra mesa. Todos sonreían, aunque no se entendiese su melodía con claridad, ellos seguían allí disfrutándolo con atención.

Pasaron las horas de prisa como una estrella fugaz, desde que entramos al lugar, hasta que nos fuimos a casa, o así lo veía yo, un día normal como todos. Nos despedimos de Rogger y en minutos ya estábamos en casa.

Como todo, habían días que no pensabas en nada más que arrojarte a la cama y no levantarte en un largo rato, y en el encuentro de llegar a la comodidad del descanso, bastaba solo unos segundos para estar más despierta que el día anterior, el cerebro se aceleraba más de lo normal, en constante movimiento, dejando un peso en la cabeza y el parpado caído, y entonces una interrupción, como el vibrar de la alarma a las siete de la mañana recordándote que tienes que medicarte, que una cápsula de sertralina ayudara a estabilizar tu mente, como si de alguna manera era la única opción de sobrevivir o de imaginar un sueño.

Aún no tenía 14 semanas y ya se habían apropiado de cada partícula de mi cuerpo, es como cuando tienes la mente subordinada y vives con la creencia de que cualquier fármaco es la cura para todos tus males, y dejamos el órgano nervioso en última estancia, con esto no digo, que la ciencia no tenga valor, todo lo contrario es gran parte todo lo que somos y seguiremos siendo, sin bajar del trono al todopoderoso, el punto está en que a veces lo alimentamos con información innecesaria, esa misma que agota, y nos hace ver que tiene mucho intelecto y dominio personal, el cual percibe la alarma del peligro constante.

RECORDATORIO.

La sonrisa es el reflejo del alma.



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