Capítulo 14: Un nuevo latir.

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Jackson.

Esta mañana, al salir del instituto, ocurrió algo que estaba muy lejos de sentir. Estaba apoyado en la pared victoriana del Rowling, escuchando a los chicos del equipo hablar sobre los acontecimientos que se vivieron en el partido y observando cómo Arthur imitaba al coach de la selección contraria. En ese instante, una chica, de cabello castaño, que por ningún motivo había visto; o soy yo, el que no prestó la mayor atención, pasó frente a nosotros. No logré ver bien su rostro, puesto que iba en dirección opuesta. Tampoco se molestó en voltear, parecía ser un poco tímida e insignificante, bastó desviar mi mirada y volver a lo que estaba cuando, de repente, desapareció entre la multitud.

Minutos después, nos despedíamos, para ir a casa con Arthur. Era mi momento de conducir su auto, ya que la noche anterior, le habría prestado el mío y, por lo visto, se la había pasado muy bien, puesto que no tenía combustible. Había estado toda la mañana pensando en cómo nos llevaríamos el auto a casa, y digo pensando por qué era su problema ahora. Con lo poco que tenía alcance de llegar al instituto, al fin, le diría a Rajah, el amigo de mi padre, que viniera a recoger por mí.

Íbamos por burnaby. Cuando Arthur comenzó a decir que estacionáramos el auto cerca de una librería que quedaba a unos cuantos kilómetros, no entendía nada, debía desviarme un poco; sin embargo, fuimos al lugar.

—¿De qué me he perdido, desde cuándo tocas un libro? ¿Te sientes bien? —dije, aparcando lentamente el coche cerca de la acera.

—Nada, nada de eso, compañero. ¿Ves ese auto clásico?—preguntó, sonriendo con picardía.

—Sí, qué pasa con él—respondí.

—¿Sabes, cuánta reserva puede tener?

—No, no empieces, tus ideas son muy malas —dije negando con la cabeza.

—Por lo visto tiene problemas con las llantas. Le ayudaremos y, al cambio, nos facilitará el combustible que necesitamos. — Menciono, saliendo por la ventana del auto, sin siquiera esperar mi opinión.

—Si esto, no funciona, me quedo con tu auto una semana —le hice saber con un tono de voz determinante.

—Ya lo has dicho, mira y aprende. —Sugirió, pasando sus manos por los ojos; al tiempo que nos acercábamos a un chico, que ni siquiera sabía cómo aflojar los birlos. Y, al otro lado, una chica estaba de pie, observando con incredulidad. Se me hacía conocida, pero de dónde. Pensé sin mucho interés.

—¿Necesitas ayuda? —preguntó Arthur, alzando su mano con amabilidad.

—Eh... Eh, no, no, yo puedo con esto —contestó con voz titubeante.

—Ole hombre, déjate ayudar. — insistió Arthur, guiñándome el ojo. ¿Ya te había visto?, ¿por ahí? — siguió.

— Probablemente no - respondió, acomodando sus gafas.

—¿Tienes una llave de rueda? — intervine inclinándome a su derecha.

—Sí, creo que está dentro —respondió, con entusiasmo. En segundos cambiamos la llanta y nos colocamos de pie.

—Oye, amigo, me han dicho que estos volvos... —Soltó Arthur pasando su mano por el cuello del chico de pecas.

—Ya olvídalo, debemos irnos — interrumpí.

— Venga, Jack, no estacionamos solo para cambiar una llanta, hombre, no soy mecánico. — prosiguió.

Justo en ese momento, la chica misteriosa, apareció al lado de la que hace unos instantes parecíamos incomodarle. Nuestras miradas se entrelazaron, sentí cómo mi presión sanguínea exploraba rápidamente cada partícula de mi cuerpo. El deseo que me hacía desbordar era interesante, al mismo tiempo molesto, ¿qué me estaba pasando? Nunca la había visto y ahora estaba empezando a sentir cosas, esto era ridículo. Aparté mi mirada de la suya, y subí al coche.

— ¡Espabila! ¿Escuchaste lo que dije? - susurró Arthur.

— No vale la pena, ya vámonos —. Advertí, regresando al auto.

Arthur se dirigió a ellas con elocuencia, ni siquiera sabía qué quería hacer, pero me estaba poniendo tenso, esperaba que por ningún motivo la cagara. Acaso las conocía, esto era ridículo.

—¿Qué planeas?—pregunté, al tiempo que subió al auto entre picardía.

—No me lo eches a perder, ya sabes, el plan de conquista. ¿La has visto? Es bonita —dijo entre risas.

—Ya, ya. Mira que no parecen ser como Martina.

—Olee, tío. No me digas que le has echado el ojo.

—No, no, para nada, ¿qué dices? —dije, poniéndonos en marcha.

—Solo digo lo que pienso. —respondió, moviendo sus manos.

—Pues, no pienses. Me llevo el auto a casa. — Finalice.

Nadie estaría en casa. Mi padre, seguía en reuniones en Florida, y por suerte, mi madre se había ido temprano y no volvería hasta mañana a la hora del desayuno; podría salir esa noche a la fiesta, en casa de Saúl, sin que mi madre se diera cuenta, ya que tendría que descansar el fin de semana.

A mi madre, le hacía feliz, verme poner en práctica este deporte, pero, si supiera que no era lo que quería, sin siquiera pensarlo, la apoyé en su sueño adolescente. No faltaba un día de competencia, para ello si tenía, el suficiente tiempo. No obstante, días después, me había inscrito en el equipo de hockey; esto sí era lo que quería. Afortunadamente, los horarios de clases no me afectaban. El hablar con algunos maestros, se me hizo fácil, por lo que tendría tiempo para entrenar, sin abandonar ninguno de los dos. Aunque mi descanso fuese a corto plazo, ya vería el momento de contárselo a mi madre, o no. No quería desilusionarla de esa forma, ya mucho tiempo tenía como para dejarlo así por así; después de todo, no le importaba mucho lo que hacía con mi vida. Ciertamente, me faltaba competir con Connor, ya habría vencido a sus amigotes y esperaba con ansias el momento, siempre quería pasarse de listo, y querer dejar a los demás, a su merced. Le haría entender que, si quería ser el campeón, debía jugar limpio, sin trucos negros.

RECORDATORIO.

No siempre queda vencedor el que tiene el primer boleto, la mayoría de las veces tiene más ventaja el último de la fila. 


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