Capítulo 4: Despertar de una pesadilla.

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Mi tío Robert me esperaba fuera, era extraño verlo por estos lados, se acercó al instante en que se subió a la acera, susurrando.

—¿Cómo digo esto? Dijo limpiando sus ojos con rapidez.

Después de algunos segundos de respiros, miradas que lo llevaban a todas partes, menos hacia mí. Eva, tienes que venir conmigo, tu papá está muy grave. La última palabra de la oración "Grave" se repetía una y otra vez, quedé helada de inmediato, sentí cómo todo mi cuerpo se paralizó; cualquier cosa que hubiese pasado por mi mente se desvaneció, una molestia en el estómago era lo único que me hacía parpadear y saber que seguía ahí. La joven que reía minutos antes se había ido.

Reaccione al escuchar.

—Eva, Eva. ¡Tenemos que irnos ya!

Nos dispusimos a subir al auto, sin dar visibilidad al camino.

Llegamos a la clínica; el edificio donde mi padre pasaba el mayor tiempo de su vida, entre de inmediato, pasando desapercibida con la recepcionista del lugar; siendo Robert el encargado en hacerle saber que era mi padre el que estaba en cuidados intensivos. El cambio de recepcionista esa misma semana tuvo cavidad en ese momento, en el que se preguntaba: ¿quién era la chica que caminaba por los pasillos? Consigo tomar aire, al instante que sigo los pasos de Robert con rapidez, mi corazón se empezaba a acelerar. Cada vez que me iba acercando, mis manos sudaban constantemente y, por primera vez en toda mi vida, sentía miedo, sentía miedo, esa sensación que horas antes estaba tan lejos de sentir.

De repente en un abrir y cerrar de ojos estaba frente a mi madre y a su lado el hombre más importante de mi vida, acostado en una camilla, conectado de un concentrador de oxígeno y un monitor que hacía ver estadísticamente los latidos de su corazón; verlo en ese estado me causaba ansiedad, esa misma que venía controlando durante mucho tiempo y estaba agravándose en sentido contrario.

—Ven— volteó a mirarme, extendiendo su brazo. Me acerqué de inmediato sosteniendo su mano con delicadeza y devolviéndole la sonrisa enorme que tenía en su rostro; no podía evitar sentirme tan afligida al verlo así.

— ¿Papá, seguro que estarás bien, verdad? —pregunté buscando un sí en sus ojos.

— Ev, lo estaré... ¿Recuerdas aquella mañana en el muelle?—preguntó forzando su voz.

—Cariño - intervino mi madre.

— Era un día muy cálido en México, buen clima para pescar, como el que ahora se asoma por la ventanilla, ese día como muchas otras veces tú me acompañaste —insistió—. No dejabas de preguntar y preguntar lo que se te venía. ¿Fue un día muy especial, sabes por qué? —continuó con voz aguda, sin dejar desvanecer su sonrisa, aunque sus ojos se humedecían.

Negué y no pude evitar soltar unas lágrimas, pero al igual que él, mi sonrisa no desaparecía.

—Ese día, me hiciste saber lo que significaba para ti, tan solo una niñata, estabas tan pequeña, tanto que podía sostenerte con un solo brazo... Decías que querías ser valiente como yo lo era. —Soltó una risa melancólica—. Sabes, no creo que ser tan valiente como tú.

—Papá, si lo eres. Iremos a casa — dije, evitando caer en llanto.

—No olvides que prometiste intentarlo. Eva, eres más fuerte de lo que crees —dijo con un nudo en la garganta, sin quitarme la mirada de encima.

—No me lo digas ahora, por favor—. Las lágrimas salían sin determinación alguna.

—El mañana es tuyo, conserva lo que eres, y que solo importe lo que sientes, lo que quieres. Haz la diferencia, sé que puedes. Eres luz — inquirió.

Adentro la mano por debajo de la sabana que arropaba su cuerpo, al tiempo que sacó su reloj de bolsillo, llevándolo a mi palma. Ese mismo reloj antiguo que llevaba con él mucho antes de que naciera, su diseño tan único y sofisticado, ya habría visto unos cuantos dentro de vitrinas de vidrio en los museos y ferias, pero nada comparado como tenerlo en casa y que fuese de mi padre, era como una reliquia para él. Hubo un tiempo en que tuvo que llevarlo a la relojería de los Bruss; antes de que dejaran la ciudad, para que le retocaran cualquier daño que tuviese, por ello la conocía.

—Consérvalo, es tuyo ahora, recuerda pequeña que el tiempo es nuestro mayor adversario y construir la felicidad es tu decisión. —dijo con voz ronca—.

Empezó a toser y al instante parecía no poder respirar. Los médicos entraron enseguida, movimientos alertados res, enfermeras de aquí para allá, y el sonido que venía de la máquina de la cual estaba conectado, era perturbador. Nos pidieron salir de la habitación enseguida, no quería despegarme ni un segundo de su lado, no tuvimos otra alternativa que quedarnos al otro lado de la puerta de emergencia.

En minutos, tarde más en resbalar, que una lluvia de lágrimas empaparan mis mejillas otra vez, en cuestión de segundos, todo lo que veía tan claro se oscureció. Desperté en una de las camillas de la clínica, esperaba que todo solo hubiese sido una trágica pesadilla, pero no. Una enfermera rubia y muy delgada, pasaba insulina por mis venas y la terrible noticia de que mi padre había dejado todo, todo lo que se llamara mundo.

¿Por qué ahora? Muchas cosas daban vueltas en mi cabeza, los recuerdos invadían mi mente, y sentía como si me derrumbara cada vez más. Su vida con nosotros no bastó, había salvado muchas vidas, había logrado tantas cosas sacrificando todo lo que tenía a su alcance y, ¿por qué, no disfrutar de todo aquello? Por lo que tanto trabajo, verlo sonreír cada vez que llegaba de la clínica era satisfactorio.

Sus diagnósticos mostraban lo ocurrido, aquel infarto fue causado por una Fibrosis Quística una enfermedad hereditaria que empezó por controlar su respiración hasta llevárselo consigo, nunca dijo una sola palabra, puesto que no tendría cura, estaba lo suficiente avanzada como para detener lo que ya estaba hecho y quien como él para no saberlo. Desde entonces mi silencio era como el de mi padre, como si no existiera.

Muchas cosas quedaron inconclusas, sentimientos envueltos en corazones vacíos; el olvido está de más y despertar es lo de menos, secretos al borde del abismo tan reales y a la vez ficticios.

RECORDATORIO.


En teoría, así es la vida, no somos dueños de nada que respire, de nada que se toque, de nada inmóvil, somos siervos en un mundo verde y rojo, donde el pecado es como una piedra en el zapato y tener que quitarla es voluntario, tan voluntario que rebasa la inteligencia.

Simplemente EvaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora