Capítulo 10: La existencia de Venus.

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Estaba en el acogedor sofá del patio, leyendo las páginas de un libro que no habría podido terminarme y que justo ahora era el momento. Los pájaros despertaban alegres, brindando su cantar a todo el vecindario, al parecer había llegado en buen tiempo. Seguía creyendo e interesándome por la historia antigua, esperaba que en el nuevo instituto existiera un aula de historia, me vendría muy bien, era el deber y lo más normal en cualquier ámbito académico, tenía un sueño frustrado, esperemos que sí. En ese preciso momento tocaron el timbre, unos pasos fuertes se dirigían hacia mí; era mi abuelo Milford y a su lado Bernon

—Señorita, su abuela, me pidió llevarla a comprar lo que se pondrá hoy—. Me dejo saber.

—¿Hoy, de que me he perdido? —pregunté.

—Sí, el desfile es hoy —respondió amablemente.

Caramba! El festival, lo había olvidado completamente. (pensé en voz baja).

—Puedes tomarte el tiempo que tenías que pasar conmigo, no iré, Bernon. —Gracias —dije finalmente. Las miradas seguían en mi dirección, como si me quisiese retractar, al fin que fue mi última frase.

—Ya escuchaste, amigo mío, te veo más tarde — Reitero Milford

—No escaparás otra vez—le respondió Bernon con una grata sonrisa—. Permiso — término.

Suspiros e inquietudes, por parte de Milford

—¿Quieres ir a caminar? - Propuso después de todo.

—No querrás salir a broncearte. — dije.

—No estaría nada mal—respondió-

—Venga, vamos, ya bajará el sol —insistió. Me levanté dejando el diario sobre la cómoda.

El espacio inmenso que tenían alrededor de la hacienda, era agradable, el silencio que había era de tranquilidad, no de soledad, el chirriar de los pájaros, y el soplar del viento hacía erizar el vello, el paisaje era de admirar; esas pequeñas cosas hacían que sintiera mi respiración expulsada de los pulmones contraídos. Llegamos a un largo establo de madera, con un logo muy particular que colgaba de la esquina del tejado, del que no le encontraba alguna forma; sin embargo, su color pardo era interesante, no recordaba haber visto un caballo por ningún lado, ni mucho menos creería que mi abuela llegaría a tener uno.

—¿Acaso, esto no es un establo? Pregunte con antelación.

—Sí lo es—dijo.

—¿Y dónde está el caballo? Se ha escapado —pregunté con gracia.

Se llamaba Venus —dijo. Voltee a mirarlo con pena, intentando entender, el sinónimo "Llamaba".

—Era mi amiga— siguió entonces.

—No quise.. — dije, alejándome de la ventana de paja.

—No, no pasa nada, yo te he traído aquí....

Venus, era todo lo que estaba bien. Pasaba la mayor parte del día cabalgando todo el sendero, me acompañó a muchos rincones de Vancouver, a tantos de los que no tenía ni idea de que existían. Era una gran amiga, si hablamos de tiempo fue muy poco, la conexión, el afecto que sentía era impresionante, aunque suene loco algo muy en el fondo, me decía que era extrañamente genuino.

Leticia decía que era un caso perdido, que no hacía nada más que estar pegado a Venus todos los días y hacía tiempo que no salíamos por un café, al bar, o a esas salidas que les gustan a las mujeres. —Soltó una risilla un segundo—.

¿Sabes qué es lo más interesante? Entendí que no existe ninguna diferencia válida, entre el amor del hombre y el de un animal; es simplemente amor. - respiró profundo y siguió.

Cuando murió, estaba más que perdido, estaba olvidado. Perdí contratos con personas muy importantes, mi negocio ya no invertía como antes, el patrimonio estaba en quiebra, mi constructora no daba para más, cada día empeoraba, empezaba a perder proveedores más rápido de lo que podrías imaginar; por mi falta grave de que todo me diera igual.

Fue un sentimiento irracional, que solo fluía; a pesar de todo lo ocurrido. Sería imposible arrepentirme de haberla traído a casa, a veces siento que está aquí, y sigo siendo feliz. Dijo con gran sonrisa. Hubo un silencio y segundos después siguió. — El hombre que todos los días a la misma hora nos espera fuera de casa, nuestro transporte, ese mismo; sin mencionar a Leticia que fue mi fuerte, me dio el empujón que necesitaba para avanzar.

—Estás hablando de Berno... —dije al tiempo que intervino.

—Sí. Bernon, hizo algo de lo que nunca imagine que estaba hecho; me prestó sus ahorros los que guardo durante todo el tiempo que estuvo a nuestro servicio, puso en mis manos el capital de la empresa, sin permitirme agradecerle, sus palabras fueron simples "Tu familia me ha dado de comer", y no solo eso, me dio ideas, innovaciones para hacer crecer mi empresa con paciencia. Hasta convertirse en una de las mejores de Vancouver e incluso mejor que antes, es mi mano derecha ahora; sin embargo, su decisión es mantener su lugar de chofer.

—¿Por qué no se lo contaste a mi madre? Podría haberte ayudado también.

—No lo hubiese aceptado, quería dejarlas fuera de esto, no necesitaban preocuparse, ya tenían con haberse mudado 2 veces en el mismo año.

Milford te buscan —dijo Bernon a la distancia.

—¿Podríamos dejar esta conversación en el establo?—preguntó guiñando el ojo.

—No he hablado contigo hoy. —dije entonces.

No todo lo que se ve a simple vista es verdad, todos, absolutamente todos sin distinción de raza, edad, clase social (Proletariado), somos de un mismo mundo, el perjuicio de aceptación varía entre el poder, esos mismos que ven que la perfección es lo monetario, y no olviden que el imperio recopila y evoluciona cada día. Tanta generación constructiva y destructiva; la mayoría padecemos de alguna herida, que aún no cierra, por más de hilos de energía que nos transmiten, esa balanza donde sí te excedes, pierdes el equilibrio, y si te atrasas, pierdes el turno e imaginamos cómo queremos vivir, pero créeme, que hay una respuesta a todo, y está en lo más profundo de tu ser, oculta, esperando esa luz de gracia.

RECORDATORIO.

El amor, más que un sentimiento, es una decisión. 

Simplemente EvaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora