La usurpadora

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No recordaba la última vez que había dormido tan bien. La alarma tenía un sonido relajante, «un arpa». La mañana era en esencia tranquila. «No. Silenciosa», concluyó. Poco común por aquí.

Con la cabeza bajo la almohada, lentamente despertando repasaba su sueño.

«Esto no acabará así... te lo prometo» gritó, mientras veía al grupo de hombres poner una soga alrededor del cuello de su amada. Cuando la empujaron a su muerte, Jungkook despertó.

No recuerda que pasó antes, ni después. Abrió los ojos bajo las sábanas admirando la luz del sol que iluminaba su color blanco mientras procesaba un raro sentimiento de angustia por un producto de su inconsciente que no recordaba del todo, «solo fue un sueño» se consoló.

Semidormido se abrió paso fuera de la cama desenredándose de las sábanas y almohadas. Se arrastró hacia el borde de esta con fuerza, cayéndose al suelo. Era raro, su cama era más pequeña. Pero no, no era su cama. De hecho, no era su cuarto. Vio sus manos, pero no eran sus manos. Sus piernas ya no estaban tonificadas, se tocó los hombros en desesperación. Tampoco eran sus hombros. Eran pequeños, él se sentía pequeño. Lentamente y aguantando la respiración, como si el más mínimo movimiento despertara una bestia hambrienta, bajo sus manos a sus pechos.

Y por supuesto, no sintió sus pechos.

De un salto corrió hacia la puerta más cercana como si pudiese escapar de su sombra encontrándose con un espejo horizontal. El baño tenía otra puerta, pero Jungkook se congeló al ver su reflejo. Su cabello castaño oscuro, aunque trenzado, era más largo que la altura de sus hombros anchos y huesudos. Su remera era tan grande que casi le llegaba a las rodillas y tenía manchas de lo que parecía ser café y otros líquidos de dudosa procedencia. Sus ojos eran pequeños y almendrados de color oscuro, su nariz respingada y sus labios eran voluptuosos lo que difuminaba sus grandes cachetes.

El corazón le latía rápido del miedo y confusión, pero había algo en el rostro de la chica del espejo que le resultaba familiar. No sabía de donde y por mucho que intentara, Jungkook había visto centenas de rostros femeninos a lo largo de su vida. Era imposible recordar de donde veían todos. «¿Una fan?» se preguntó. Amaba a las ARMYs pero no todas sus fanáticas eran razonables y respetuosas, muchas han sido capaces de rastrear vuelos de avión y encontrar la dirección de su casa, ¿sería entonces una de ellas capaz de hechizarlo?, ¿eso era eso lo que sucedía?, ¿un embrujo? «No hay otra explicación» pensó.

Jungkook sabía que la pregunta "¿por qué a mí?" no era razonable. Cuando eres una estrella internacional, no es ilógico creer que hay personas peligrosas obsesionadas contigo.

Aferrado a esta suposición, decidió actuar. El ruido de la alarma aún sonaba, corrió a la habitación de la que solo unos segundos atrás escapaba en busca del sonido hasta encontrar el celular de la fanática, encontrándolo en el piso bajo la cama, a un lado de la mesita de noche.

Lo tomo mientras trataba de hacer memoria y recordar los números de algunos de sus hyungs, desafortunadamente más de una vez sus compañeros lo habían cambiado por seguridad. No recordaba quienes ni de quién eran los números que aún posaban en su memoria, pero estaba muy asustado como para pensar en otra solución.

«Mierda» maldijo tras ver los nueve puntos en el inicio de la pantalla esperando pacientemente un patrón que Jungkook desconocía.

Casi instantáneamente el grito de una anciana en lejanía llamaba los nombres de Nara y Yeseo anunciando el desayuno. El desconocido inquilino, volvió al baño. Viéndose en el espejo.

«Es cierto», pensó. No era Jungkook, era esta chica. Llamar a sus amigos no lo ayudaría, ¿Quién le creería?, lo confundirían con una fanática y en el mejor de los casos, una broma telefónica. Escapar tampoco, probablemente esta gente desconozca la demencia de la joven.

El miedo pasó a ser furia. Después de todo lo que había pasado. Sangre, sudor y lágrimas arrebatadas por una loca. «¿Por qué a mí?» se cuestionó, finalmente.

De repente, unas incesantes ganas de vomitar aire retorcieron su estómago. Tenía hambre.

Salió de la habitación, atravesando un largo pasillo con varias puertas hasta llegar a la fuente de tan delicioso aroma. Una anciana y niña pequeña vestida con uniforme escolar se encontraban sentadas alrededor de una pequeña mesa desayunando.

—Buenos días— dijo la anciana.

«Pobre gente», se lamentó Jungkook. En su cabeza eran víctimas de vivir con una demente sin saberlo.

Sentóse a comer con ellas mientras analizaba el acogedor hogar, sintiendo ahora, pena por la lunática. Jungkook era muy agradecido por la vida y oportunidades que le tocaron, especialmente sus seis amigos, no podía ser más afortunado. Lo sabía. Su familia siempre lo apoyó con sus sueños, pero siempre se preguntó, que hubiese sido de él si hubiese crecido a su lado o tuviera tiempo para verlos más ocasionalmente. Algo tan simple como ese desayuno, no era algo que tenían muchas personas. «¿Qué clase de persona cambia esto por la vida de un desconocido?».

—¿Necesitas ayuda con el piano? —preguntó la anciana. «¿Piano?, ¿toca el piano?».

—Si, por favor —contestó. Por supuesto no sabía de lo que hablaba, su ayuda le daría una idea.

—Te preparé comida para que te lleves, está en la heladera— dijo con las cejas fruncidas y los ojos grandes, esperando una respuesta.

Jungkook agradeció y una vez que terminaron de comer, recibió la ayuda con el piano. Junto a la anciana la amarraron a una bicicleta verde agua fuera de la casa.

—Iré a saludar a papá, Nara alístate o me harás llegar tarde— y solo con esa oración Jungkook descifró el contexto.

Volvió a la habitación de Nara, frente al closet y sin espejos a la vista se puso la primer remera y par de jeans que encontró. Al salir, se despidió de su abuela y salió al encuentro de Yeseo, que esperaba a su hermana impaciente.

Con la pequeña en el asiento de atrás, Jungkook pedaleó hacía la calle más grande, siguiendo direcciones de la niña cada vez que se confundía, lo que sucedía bastante a menudo, con algún que otro insulto en el medio.

—Oye —le dijo a Yeseo, frenando a mitad de camino —, no creerás esto. No recuerdo mi contraseña, ¿no te la habré dicho de casualidad?

—¿Y yo como voy a saber? —pero Jungkook también tenía un hermano y los más pequeños, siempre encuentran la forma.

—Bueno, supongo que puedes ejercitar las piernas y seguir desde aquí caminando. Salvo que lo recuerdes.

Yeseo se quejó, gritó, pataleó. Nada sirvió.

—Dámelo —dijo seria, analizando la pantalla. Acercó su boca y exhaló. El cristal empañado reveló muchas huellas de dedos, probó una, dos, tres contraseñas y a la cuarta, lo desbloqueó.

Jungkook, maravillado por la astucia y el hecho de que no mentía, en agradecimiento, continuó el viaje acelerando en velocidad para impedir que llegase tarde. Desamarró el piano con velocidad y despejo todo lo que se interfiriese en el camino de la pequeña hasta llegar a su salón.

Yeseo cual reina inglesa de la época victoriana, caminaba esperando que la servidumbre hiciese todo por ella y en recompensa, recibían el más frío de los silencios.

Apenas volvió a su vehículo a pedal, aprovechó el momento para tomar el celular de su huésped y abrir el teléfono. Se detuvo un segundo para pensar en que hacer, nadie que conociera le creería y siendo realistas, no recordaba los números de todo el que alguna vez conoció.

«Lo tengo» pensó, marcando los números.

—¿Hola? —dijeron del otro lado, Jungkook se congeló —¿Hola?, ¿Quién habla? —repitió la voz. Jungkook colgó. No era cualquier voz, era la suya.

El panorama era evidente en la cabeza de Jungkook. Si el no estaba en el cuerpo de la chica, la chica debía estar en su cuerpo.

Mientras miraba un punto fijo en la nada pensaba, «tras tanto sacrificio». La injusta idea de no poder volver a ser él lo aterró.

Se decidió. Si alguien podía arrebatarle la vida, lo justo que sufriera las consecuencias.

Destinos 목적지 (J. JungKook)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora