Nara se quedó a menos de tres metros de distancia viendo el borde del acantilado en silencio, oyendo los gritos amenazadores de hombres lejanos desapareciendo, hasta oír pequeñas palabras rebotando en sus oídos como ecos con cada vez menos volumen.
No se acercó a donde finalizaba el suelo. Temió hacerlo. Una mezcla de respeto, luto, confusión y asombro recorrió su invisible pero visible, opaco pero transparente cuerpo. El nombre de la joven, poder sentir el amor a través de ellos y sobre todo las palabras de ambos previo a saltar; todo eso la asombraban y desorientaba, más lo procesaba en silencio. «Silencio», notó.
Los gritos cesaron, la niebla se disipó y la música forestal a base de hojas meciéndose y grillos cantores había desaparecido. El sonido de la nada era tan invasivo que podía escuchar su pulso, lo que más le llamó la atención fue el hecho de oírlo pese a no sentir, ni ver ningún órgano en el extraño formato en que veía su cuerpo.Pronto, un zumbido lejano comenzó a subir en volumen. Sonaba a burbujas, rugidos y cristales chocando. El volumen era cada vez más fuerte, como si se acercara a Nara con hambre. Ella volteó a su alrededor, pero no había nada más que el acantilado y los árboles que delimitaban el bosque.
El sonido se oía cada vez más cercano, mas ruidoso, y cuando parecía que llegaría, también parecía que nunca lo haría.Nara giró sobre sus talones en busca del remitente, miró la oscuridad del bosque, el brillo de las estrellas y la nada a su alrededor. En su séptima vuelta, con la intensidad que oyó tres giros atrás, el sonido se hizo presente con la forma de las luces que la trajeron volando del fondo del acantilado a la velocidad de —justamente— la luz. La misma subió y a siete metros del suelo que pisaba Nara, se detuvo, y con ella, el ruido. Lo extraño era que flotaba, mas no se movía, como si se estuviera pegada a la estabilidad de algo firme, como el suelo. Era como si no necesitara sostenerse de algo más que ella misma para ser estable. «Así debe sentirse la plenitud», pensó Nara, y entonces se preguntó: «¿qué es este lugar?».
En su serenidad al flotar, Shin Nara la reconoció. Supo que formaba parte de aquellas luces, pero allí en el cielo nocturno de una noche trágica, a metros de ella, flotando en su calma, con sus destellos de colores y transparencia opaca, pudo ver a través de la luz. Eran ellos. Era la pareja que había saltado. Ambos habían vuelto en un mismo cuerpo.
En ese mismo instante, Nara sintió que ellos también habían sentido lo que Nara. Como si ambos cuerpos vieran a través del otro, pero sintiendo lo mismo, entendiendo lo mismo.
Ellos supieron que ella los veía, y ella era consciente de eso. En el medio del místico y sagrado momento, inmerso por el silencio de aquel extraño lugar cósmico, la calma se interrumpió cuando la luz, voló con velocidad hacia ella.Nara se asustó, más no se movió. En los pocos segundos que duraría el trayecto de la luz a su persona pudo ver rápidamente a su alrededor. Otras luces vaciaban el lugar, llevándose consigo los árboles, las estrellas y la nada del acantilado. El eclipse siguió allí.
Cuando la luz estuvo a centímetros de sus ojos, se detuvo estática en el aire una vez más y no muchos segundos después, se dejó caer inanimadamente. Al chocar con el suelo, el mismo se transformó de un húmedo y suave césped verde oscuro a uno duro, de madera de roble.
El resto de luces compusieron paredes y muebles, transportando a Nara a la habitación de una vieja casa.
Otra de las luces se agrandó y tomó la forma de una mujer, recostada en una cama sonriendo; junto a ella, otra luz con forma de hombre y en brazos una pequeña luz con forma de bebé.Las tres luces volaron detrás de Nara, ahora con la madre en cuclillas recibiendo los primeros pasos del pequeño y el padre en una esquina leyendo un libro.
Nuevamente volaron a otra parte de la habitación, el niño, de ahora unos tres años viendo un libro de aves con su padre. A los cinco, viendo aves en el cielo; a los siete viendo las cabezas pegadas de ellas en la pared de su casa.
Las tres luces fueron volando entre ellas, tomando nuevas formas. Nara no tardó en comprender que le contaban una historia. Vio al niño crecer, aprender a leer, andar en bicicleta y cazar aves con su padre.
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Destinos 목적지 (J. JungKook)
Fiksi PenggemarJeon Jungkook, miembro de BTS y Shin Nara, una chica de pueblo, se verán enredados en una curiosa anomalía: cada vez que duermen, cambian de cuerpos. En su búsqueda por descubrir la causa sin estropear la vida del otro, aprenderán el significado de...