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𝐋𝐀 𝐏𝐑𝐎𝐌𝐄𝐒𝐀 𝐃𝐄𝐋 𝐃𝐑𝐀𝐆𝐎𝐍 𝐕𝐄𝐑𝐃𝐄

Vanessa, después de dejar a Aemond en su habitación fue a ayudar a la reina Alicent con algunas cosas, la reina obviamente hizo que le bella pelinegra se quedara algunas horas a su lado, la habia extrañado tanto como si su propia hija Helaena fuera la que se hubiera ido, al fin en su habitación Vanessa deslizó sus dedos con gracia a la parte trasera del vestido que la había acompañado durante la cena, revelando su piel impecable. Como una serpiente que muda de piel, se despojó de las capas de tela y joyas que la habían disfrazado ante los ojos aquella noche.

Sus dedos delicados desataron los amarres de su vestido, dejando caer la prenda al suelo con la misma elegancia con la que un pájaro despliega sus alas al alba. Luego, con movimientos fluidos, se deslizó en una bata de dormir que, paradójicamente, parecía más adecuada para un baile de máscaras que para la hora de descanso, se sentia mas comoda en el morado.

Vanessa era morado.
O el color morado era Vanessa?

Aquella bata, se ajustaba a su figura como si hubiera sido diseñada para realzar su belleza. Si Vanessa decidiera danzar en medio de la noche nadie se percataria que era un atuendo de sueño.
Vanessa se asomó con gracia a la ventana de su habitación, su mirada penetrante recorriendo el oscuro jardín que se extendía frente a ella. En la penumbra, distinguió dos figuras que avanzaban hacia el jardín, y su sonrisa se ensanchó con malicia cuando reconoció a sus hermanas, Baela y Rhaena.
Las dos jóvenes caminaban juntas, y sus miradas no pasaron desapercibidas para Vanessa. Sus hermanas la observaban con recelo, y Vanessa estaba completamente consciente de ello. Sin embargo, no permitió que su rostro reflejara su verdadero sentir.

Con una sonrisa hipócrita, levantó la mano en un gesto de saludo, como si estuviera contenta de verlas. Sus hermanas, incapaces de ocultar su desdén, respondieron con gestos fríos y siguieron su camino hacia el jardín.Vanessa sabía que la relación con sus hermanas era tensa en el mejor de los casos. La rivalidad y los resentimientos latentes siempre habían existido entre ellas. Aunque Vanessa había cambiado desde su partida a Oldtown y había regresado como una mujer de gran belleza y sofisticación, sabía que su transformación solo avivaba la envidia y la hostilidad de Baela y Rhaena.

Mientras observaba a sus hermanas alejarse, no permitiría que su presencia en Pozo Dragón pasara desapercibida, y haría todo lo que estuviera a su alcance para mantener el control.

La puerta sono lo que hizo que se alejara de la ventana, cerró las cortinas y luego de aproximo a abrir la puerta. Tomo el pomo y, con un giro lento y elegante, abrío la puerta.

Aemond estaba ahí.

Los ojos violetas de Aemond, opacos y profundos como el océano en calma, la escudriñaron con intensidad. Vanessa, por su parte, le dedicó una sonrisa .Sin decir una palabra, Vanessa hizo una seña a Aemond para que entrara a la habitación. Él aceptó el gesto y avanzó con la misma elegancia que lo caracterizaba.

Vanessa cerró la puerta detrás de Aemond con cuidado y se volvió hacia él, sus miradas aún encerradas en ese juego silencioso de complicidad.

—Luciste divina e impecable — dijo Aemond tomando la mano de Vanessa y besando el dorso.

"Que hombre" pensó Vanessa, Aemond tenía modales perfectos, se había vuelto bastante atractivo, si el hubiera sido su esposo estaba segura que no hubiera esperado a su primera sangre para consumar. Lamentablemente el no lo era ni era su prometido, no queria ser como Rhaenyra con hijos bastardos sabía todos los rumores que habían para usurpar su trono por las cosas que hacía, si ella seguía las reglas sería amada y nadie querría hacer nada en su contra o la gran mayoría. Aemond era un deseo y ella sabía que debía anteponer a la corona que era lo más importante ante el deseo y tentaciones, sabía que incluso si llegaba a enamorarse de alguien debía de abandonar el sentimiento.

De Fuego y Cenizas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora