Capítulo 2

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Una noche lluviosa en algún pueblo pequeño de Corea se estaba dando. La luna llena y la lluvia brillante le daban un toque de escalofríos al escenario. El hombre caminaba por las calles ignorando las gotas cayendo en su cuidado traje, lo que estaba pasando era más grave.

Vio a una mujer voltearse apenas lo vio, con ese pañuelo rojo que indicaba que estaba involucrada con los suyos de algún modo. Se acercó a ella, y antes de que pudiera escapar, la sujetó del brazo impidiendo que se vaya. La mujer respiraba ajetreada del miedo.

Bajó la mirada para verla detenidamente. Mujer de mayor edad, con vestido de sirvienta, el pañuelo en la cabeza, unas lágrimas corrían su rostro indicando el miedo. 

— ¿Dónde está ella? — preguntó con voz grave, susurrando solo para ella. La mujer se quedó paralizada en su lugar mientras su boca temblaba.

— N-no sé de quién hablas — musitó con miedo. 

— No me digas que viste un pañuelo rojo vino de La Religión en una tienda y lo compraste — musitó enojado, acercó su rostro e intentó mirarla a los ojos, pero ella los cerró —. Sabes de quién hablo, dime dónde está.

— ¿D-de quién habla?

— ¡No te hagas! ¿Dónde está Park Sol Hee? — gritó para presionarla.

— ¡Si le digo me matará! No puedo hacerlo — abrió los ojos con una mirada de súplica —. Déjela hacerlo. Ya es tarde de todos modos.

— Esta gente no entiende... — musitó para él mismo. Aprovechó que abrió los ojos para mirarla directo a ellos —. Dime dónde está Park Sol Hee, ahora.

La mujer se ahogó en los ojos del ser, para caer en lo que no debía. Esos ojos brillando en rojo vivo la hipnotizaron, dando que no se dio cuenta cuando su mente estaba bajo el hechizo de la verdad y obediencia.

— Fue al pesebre de las cabras, al lado de su casa — dijo sin poner objeción, obedeciendo a la orden que le dio.

El hombre la soltó para caminar a paso rápido a la casa de Park Sol Hee. Las luces de la casa estaban encendidas, mientras que las de los pesebres no. Ella sabía que él vendría a detener lo que hacía.

Caminó a donde las cabras, para encontrarse con la mujer que tanto buscaba con cinco rosarios de religiones diferentes en sus manos rezando mientras un niño de al menos cinco años se encontraba tirado en el piso. Se acercó al ver que la piel del niño se estaba volviendo más pálida, dando a entender que el proceso había empezado hace mucho.

Agarró su brazo para detener sus oraciones, pero ella seguía sin importarle. Arrancó sus rosarios para romperlos, pero ella no paraba de orar. Fue cuando se le ocurrió algo de lo cual se arrepentiría, pero el caso merecía medidas extremas.

𝐀𝐂𝐓𝐒 ㅡ Park SunghoonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora