XXXII: Culpables.

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|Saint Van Dooren|

Ethan me devolvió con gracia el golpe de cuando le dije a mi tatuador que él era solo un amigo, porque toda la noche estuvo presentándome como tal. Y aunque me causaba gracia, una parte escondida de mí se retorcía cada vez que alguien le preguntaba por la linda chica que vino con él. Sus insinuaciones de que podía ser su novia se caían en picada cuando él aclaraba su parentesco con Ems, para mi pequeña satisfacción.

El resto de la noche, traté de memorizarme los nombres y caras de quienes se presentaban ante mí. Pero en algún punto, todos comenzaron a tergiversar hasta ser todos igual de difusos. Solo uno de los nombres resonó en mi cabeza cuando la tía de Ethan volvió con su esposo, que se presentó como Frederick. Y aunque mi instinto me seguía pidiendo estampar mi puño en su arrugado rostro, me contuve lo mejor que pude. Mi única preocupación era mantener a Ethan sobrio —lo cual estaba resultando más difícil de lo que creí—, porque conseguía una nueva copa cada vez que escuchaba a su padre llamar a mi amiga su hija con una enorme sonrisa en el rostro.

Su tensión crecía, así como mi consternación.

Lo obligué a sentarse luego de un rato, dónde amenacé al mozo que se acercó con otra bandeja llena de copas de champaña con asesinarlo si volvía a poner una en su mano. El chico, de no más de veintitantos, me observó con el ceño fruncido y se alejó sin decir nada cuando un par de niños se acercaron para preguntarle algo que no escuché. Aunque dudaba de que no haya pensado en una respuesta poco agradable. Suspiré dirigiendo mi atención hacía el estirado, quien tenía la vista clavada en el grupo que rodeaba a Ems y a su padre.

—¿No era lo que querías? —pregunté, aunque entendía de dónde venía su dolor.

Emily tenía la atención que él siempre deseó, por muy negado que estuviera a aceptarlo. Mi pregunta, más para obtener una respuesta obvia, había sido dirigida a hacer que pensara en la parte de su plan que estaba saliendo medianamente bien.

—Ya no sé lo que quiero —murmuró.

Apreté los labios, arrastrando una silla de la mesa hasta sentarme frente a él. Tomé su mano apoyada en su rodilla y le di un leve apretón, captando así su atención. Miró la unión de nuestras manos como si mis dedos alrededor de los suyos fueran tentáculos de algún calamar alienígena. Lo obligué a levantar la mirada hasta la mía tomándolo del mentón.

—Está bien que te siente como una patada en los huevos —dije serio —, pero ellos no se merecen que te hundas en su nombre.

Su madre tampoco se quedaba atrás, pensé. La mujer había desaparecido en la casa alegando de una emergencia en la organización y volvió con una sonrisa fría y filosa en los labios. Se paseó frente a los invitados ignorando deliberadamente a su esposo y a Emily, así como también pasó de largo de Ethan cuando este le pidió hablar. Aunque antes de hacerlo, no perdió la oportunidad de decirle que, si quería hacerle un puto teatro a su padre, no debía humillarla con él.

Sus palabras fueron otro golpe en Ethan que sentí como propio y mis ganas de alejarlo de aquellas personas aumentó a niveles astronómicos.

—¿No te sentirías igual si tus padres te hicieran lo mismo? —cuestionó, su voz oyéndose un tono más ronca de lo normal. Pese a la pulcritud de su aspecto, sus ojos nadaban en agonía y ebriedad —. No planees entenderlo, Saint. Olvidé que los tuyos son perfectos —espetó empujando mis manos lejos de las suyas.

No pude respirar por lo que me pareció una eternidad mientras lo veía robarse otra copa y volcar el contenido en su garganta de un solo saque. Mi corazón se estrujó ante la realidad, una voz en mi cabeza se preguntó cómo podía estar allí para él cuando el tiempo no estaba a mi favor y, al parecer, yo no servía ni siquiera para mantenerlo cuerdo.

De Perdedores y Otras CatástrofesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora