Capítulo 9. Los Erlea.

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Emma se aventuró fuera de la aldea, llevaba algunos minutos caminando por un sendero que tenía brillantes flores a los costados. Los rayos del sol penetraban entre los grandes y robustos árboles. Se quedó un momento quieta al escuchar que alguien se acercaba; levantó la vista y a unos metros observó dos figuras que caminaban hacia esa dirección, y se ocultó detrás de un árbol.

—¿Percibes ese intenso aroma?

—No, ya date prisa, o nos alcanzarán pronto nuestros padres.

—Pon atención, respira profundo y... —Tosió el joven cuando intentó respirar profundamente— ¿Lo ves? Casi me ahogo por ese intenso aroma, como si ante nosotros estuviera un campo lleno de perfumadas flores, es un aroma tan dulce que me hace sentir mareado. —dijo entrecortando las palabras.

—Yo no percibo nada. —contestó la chica secamente. Se giró para ver a su compañero que se había quedado unos pasos atrás de ella, pero él ya no estaba. Torció los ojos irritada y continuó caminando.

Emma miraba con sigilo desde atrás del árbol, le pareció curioso; sólo desvió un momento su mirada hacia la chica y de pronto el joven ya no estaba en el camino.

—¿Así que eres tú?

Emma se sobresaltó, su corazón latió de prisa y se dio la vuelta. El joven que había desaparecido del camino ahora estaba atrás de ella sobrevolando unos metros por arriba de su cabeza.

»¿Qué haces ahí, acaso estás espiando?

Emma se quedó quieta y sin palabras, el chico le pareció un ángel, lucía un cabello plateado, y sus ojos tenían forma de avellana. Le pareció fascinante su color ámbar con una pupila vertical. Sus alas hacían un movimiento de barrido corto, se movían de adelante hacia atrás constantemente. Emma estaba hipnotizada.

El joven se acercó inclinándose aún más a ella con su sonrisa coqueta, sus colmillos sobresalían de una dentadura perfectamente alineada.

—¡Ah! —Emma gritó. Un extraño y excitante escalofrío recorrió su cuerpo. Escondió su rostro y sacudió una mano frente a la cara del joven, mientras se cubría el pecho con la otra —¡Aléjate!

—¿Qué es lo que estás haciendo? ¿Por qué acosas a la pobre chica? —la mujer que momentos antes caminaba con el joven se detuvo frente a ellos.

—¡No la acoso! —dijo posándose en el suelo.

—¡Ya muévete y vámonos!

—¡Por fin los alcanzamos chicos! —sonó la voz de un anciano.

Su cabello estaba cubierto de canas. Su esposa quien también lucía un largo cabello blanco iba tomada de su brazo. Ambos llevaban un bastón en su mano libre, tenía pétalos de amapola y terminaba en una forma que aparentaba ser el aguijón de una abeja. Los dos ancianos vestían túnicas blancas, la de ella tenía una capa desmontable al igual que la que usaba la joven de cabello violeta.

—¡Perfecto! —Refunfuñó la chica.

—¿Por qué se detuvieron? ¿Y quién es su nueva amiga? —preguntó la mujer de cabello blanco.

—¡A unos metros he sentido el aroma de su polen! Es obvio que es una de los nuestros. —Respondió el anciano.

—¡Oh no! —movió sus manos de un lado a otro—. No creo ser uno de ustedes, disculpen mi falta, mi nombre es Emma. Es un placer.

—Oh mi pequeña florecita, no te disculpes. El placer es nuestro.

—¿En serio papá, le dirás florecita? —la joven parecía de mal humor.

Diversos "Especies" La alianza de la flor de fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora