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Mérida peina con sumo cuidado el largo cabello de su hija que mantenía su mirada perdida e ignoraba lo que sucedía a su alrededor, Agatha cierra los ojos tras sentir una ligera presión en su cabeza que logró hacerla irritar.
—¿Los dolores de cabeza otra vez? —pregunta Mérida preocupada tras darse cuenta de la expresión que tomó Agatha.
—Siguen sin dejarme en paz —asegura Agatha dirigiendo una de sus manos hacia su sien derecha para poder frotarla con cuidado.
—Cariño, creo que es momento de que alguien profesional te revise —sugiere Mérida, dejando el cepillo de cabello de Agatha sobre su tocador.
—No es necesario, no he dormido muy bien últimamente —explica la menor de las dos, fingiendo una ligera sonrisa en su rostro.
—Sí, por las pesadillas y también tienes muy pocas ganas de comer —recuerda Mérida algo molesta ya que su hija se negaba a darse cuenta sobre lo que estaba padeciendo—. Agatha, entiendo que no quieras salir de tu habitación para evitar ver a tu abuela, pero ahora lo más importante no es tu orgullo, sino tu salud.
—Estoy bien —repite Agatha intentando convencer a Mérida que negó ligeramente—. Voy a estar bien, pero agradezco tu preocupación.
Mérida suelta un largo suspiro agotada y comienza a trenzar el cabello de la princesa con delicadeza ya que no quería hacerle daño.
Una vez que el cabello pelirrojo de Agatha estuviera correctamente trenzado, se levanta de su lugar para quedar enfrente de su madre que le dio una ligera sonrisa.
—Estaré un rato en los establos, pero después practicaré un poco de arquería en el campo —avisa Agatha tomando las manos de Mérida que asintió.
—Yo evitaré que tu abuela te vaya a molestar, ahora ve —pide la mayor de las dos consiguiendo que Agatha sonriera con genuina felicidad tras varios días.
—Muchas gracias mamá —susurra la pelirroja, antes de lanzarse hacia los brazos de su madre para abrazarla que no dudó en corresponder dicho gesto.
Las dos duran así unos cuantos segundos, hasta que alejaron y Agatha salió de la habitación sigilosamente ya que no quería llamar la atención de nadie.
Mérida pierde su sonrisa una vez que su hija cerró la puerta de la habitación, la mujer dirige su mirada hacia el anillo de plata que tiene su dedo anular izquierdo y no puede evitar comenzar a jugar con este.
—Espero que no sea obra tuya, Arthur —susurra Mérida para sí misma temiendo por su única hija.
Por otro lado, una vez que Agatha pudo llegar a su primer destino que eran los establos, no evitó sonreír emocionada tras encontrar al imponente Angus junto a Federick.
