La Otra Familia

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No podía creer que Javier me consideraba su mejor amigo. Pensé que solo era un trabajador con el cual jugaba vídeo juegos. Pero en verdad me tenía aprecio. Su confesión dio un giro inesperado a lo que pensaba de él. Me sentí contento al saber que alguien tan importante me tenía en ese estándar.

Me quede sin saber que decir y solo le pude decir que también para mí es mi mejor amigo. Ambos sonreímos y luego hubo un silencio incómodo. Él rompió el hielo diciendo que siguiéramos buscando. "¿Pero qué hay con tu pañal?". Pregunte. "No te preocupes, es resistente. Llegando a casa me limpió. Solo tendremos que lidiar un poco con el olor". Respondió. Lo cual nos causo risa a ambos.

Un par de minutos más seguimos buscando sin encontrar nada interesante. Él ya lucía algo molesto. Se notaba que era un chico aventurero que disfrutaba de las cosas intensas. Y al no obtener lo que quería, enseguida buscaba otra motivación para continuar.

"Parece que no hay nada. Mejor vamos a casa y vamos otro día al cementerio. Ahí debe de haber cosas más interesantes". Me dijo. "Está bien". Acorde y así partimos de ese lugar.

Para mi buena suerte, las ganas de hacer del baño se me habían ido. Pero estaba demasiado cansado. Le pedí a Javier algo de beber y me dio una de las bebidas que traía en su mochila. Esta vez el viaje de regreso fue más corto. Logramos llegar al a carretera en menos tiempo y tomamos el primer autobús que vimos. Nos subimos hasta la parte de atrás para que nadie pudiera notar a mi oloroso amigo.

El autobús estaba repleto de trabajadores de obras. Sudados, sucios y olorosos. Lo cuál era lo ideal, ya que el olor del pañal de Javier se perdía entre el aroma de ellos. Nos empezamos a reír como locos, solo nosotros sabíamos nuestro chiste.

Cuándo llegamos a la parada para partir a casa. Javier me contó del nuevo juego que le habían regalado por su cumpleaños. Tenía muchas ganas de jugarlo. Noto mis ansías y me pregunto si quería ir a su casa para jugar. Sin pensarlo dos veces, dije que sí.

Llamó a su chófer para que viniera a recogerlos. Antes le pregunto que si no estaban con el sus hermanos. Dijo que ellos estaban fuera de la casa e iría por ellos hasta más noche. Lo cual era perfecto para que sus hermanos no sepan de su oloroso problema. Al parecer ni sus hermanos, ni sus padres sabían que usaba pañales en sus aventuras. Era cosa de Carlos, Rosa y él.

Joaquín. Un joven de veinticinco años. Era el chófer de los hermanos Arcos Vazquéz. Llegó en una camioneta blanca polarizada y nos invitó a subir. Al subir, Javier encendió el aromatizante para que el aroma del pañal no se notará.

Enseguida subimos al vehículo, Joaquín nos ofreció de beber. Llevaba consigo una hielera con agua y sueros que siempre tenía que estar llena. Yo tome un sueño de limón y Javier un agua. Él no era solo su chófer, también era una persona que se preocupaba por él. Le pregunto a Javier que habíamos hecho y el mintiendo le contó que fuimos al cine y luego a explorar un lugar concurrido de la ciudad. A Joaquín le interesaba la platica de su pequeño amo. Le hacía preguntas esperando respuestas agradables. Se veía alegre de que Javier fuera feliz.

Llegamos a la casa. Joaquín amablemente nos abrió la puerta y Javier lo saludo de una forma particular. Cómo un saludo secreto que tienen ambos. A mi me ofreció su puño para que lo chocará con el mío y me agradeció por pasar la tarde con Javier. Que si necesitaba ir a casa, él me llevaría con gusto. Le dije que le avisaría y luego partió.

Entramos a la casa y estaba totalmente vacía. Hasta que Carlos apareció, estaba en el patio regando las flores de la señora, ya que Rosa había ido a comprar algo especial para hacer de cenar. Yo ya ubicaba a Carlos, lo había visto trabajando en la casa, recibiendo a la gente y haciendo las labores de otros empleados cuando estos no estaban disponibles. Amablemente me saludo, dándome la bienvenida. Me sentía muy correspondido en ese lugar.

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