Interludio en Berlín

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El Reichsforschungsrat preguntó al joven oficial de las SS:

—¿Qué sabemos del profesor Kubbelmeyer? —

—Fue internado en un instituto para enfermedades mentales. Perdió la cordura. Es una lástima —respondió, afligido Frederick; le había tomado aprecio al profesor.

—Sí, es una lástima. Pero sus investigaciones y documentos están a resguardo. Le agradezco haberlos rescatado y traído. Hubiera sido una pérdida total, si en la confusión del incidente en el hotel se hubieran perdido esos papeles.

—La policía se excedió en el uso de la fuerza. Aún están los médicos estudiando por establecer si los fuertes golpes recibidos en la cabeza afectaron al cerebro del profesor o si esté ya había perdido control sobre sí mismo. Todo está allí, en el reporte.

—Sí, lo leí. ¿Se siente usted culpable?

—Un poco. Si hubiera estado al lado del profesor en el momento del incidente, pudiera haber manejado mejor la situación.

—Ya. No se enfoque mucho en eso. Lamentarse no va a cambiar nada. Usted cumplió con su deber. La Asociación Alemana para el Apoyo y el Avance de la Investigación Científica dará buen uso a estos documentos y estudiaremos qué tan viables son las investigaciones del profesor y su utilidad para beneficio del Tercer Reich; la ciencia misma y para la humanidad. Además, el profesor no era su responsabilidad. Usted estaba allí como observador. Nada más.

Frederick consideraba al profesor su amigo, pero no dijo nada.

—No hay mucho más que ahondar en este asunto. Gracias de nuevo por su pronta y diligente actuación. El destino del profesor no nos atañe, ya es una cuestión médica. No soy un experto, pero en mi opinión personal cuando alguien pierde la locura no la recupera; en algunos casos pareciera que sí, es sólo una ilusión. Me saluda al teniente Gauthier.

—Es Geitner —corrigió el Haupscharführer.

—¿Cómo?

—Es el teniente Geitner, no Gauthier.

El director sonrió. No importaba.

—Salúdelo de mi parte.

Estrecharon sus manos. Frederick salió de la oficina y del edificio. Necesario era pasar la página y enfocar. Tenía un permiso postergado y pensaba utilizarlo para visitar a su prometida en Hanover. Ya llevaba varios meses sin verla. Ella estaba estudiando enfermería y él había recién ascendido a sub oficial dentro de las Waffen SS, eso los había separado un poco, su carrera militar y los estudios. Quería verla, no es que fuese algo fácil de admitir: tenía miedo. No miedo de combatir y morir por la patria, era miedo a no poder verla de nuevo, de no poder formar una familia y ser felices. A pesar del pacto de Múnich y el anuncio de: "La Paz será en nuestros tiempos", de Neville Chamberlain, había rumores y una incesante preparación del ejército para la guerra. Necesario era concretar el matrimonio con Gretchen, antes de que eso ocurriese. Nada era garantizado y aunque se tratase de rumores y presentimientos, amaba mucho a Gretchen y ansiaba convertirla en su esposa, no quería que un incidente tan crucial como la guerra cancelara o pospusiera ese evento de manera indefinida. Se sentía extraño tener ansiedad por una causa como esa. Una parte de él anhelaba la guerra y otra parte la vedaba. Una significaba la oportunidad para resarcir ciertas ofensas, luchar por las cosas justas, para el futuro de la raza aria. La otra opción significaba la felicidad, el hogar, familia, hijos. Insólito asunto era la guerra, sus consecuencias y su vivencia. Vivencia que no tenía de primera mano, solo sus consecuencias: la vida dura, la pobreza. El Führer había cambiado eso, les había otorgado fuerza, valor y esperanza. Era algo por lo que valía la pena luchar.

Y en mucha medida era eso: rechazaba y deseaba la guerra con la misma intensidad. Para Gretchen solo había amor en sus venas. Sin odio no puede haber amor y sin amor no puede haber odio. Se quiere y se odia con la misma intensidad. Así que había que amar a la patria para odiar a los enemigos del país, había que amar a la vida para odiar a la muerte. Todo se resumía a eso, a la capacidad de amor del hombre. ¿Y si el amor era para Gretchen para quien sería el odio?


Cambio de RostrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora