Solas Contra el Mundo

17 5 28
                                    

Ya había pasado alrededor de una semana desde el intercambio mental, como lo llamaba Esmeralda. Las dos se habían reintegrado al estudio de enfermería, pues eso eran Gretchen y Marie Louise, estudiantes a punto de graduarse. Se entregaron como posesas al entendimiento del idioma. Su avance era lento y penoso, por más empeño y dedicación que le prodigaban. La pronunciación, la gramática, los caracteres inclusive, resultaron ser poco menos que incomprensibles para su entendimiento. No podían sostener una conversación fluida en alemán. Se comunicaban con pocas palabras, ademanes, muecas y señales. Y cada vez eran menos condescendientes con ellas y empezaban a exigirles más. Eso les resultaba más familiar y más cómodo que la tolerancia hacia su situación, o lo que ellos pensaban era su situación, desplegada los primeros días. Así, la presión que sentían, si bien les causaba algo de estrés, también era un estímulo poderoso para comprometerse más.

Mantenerse ocupadas era vital. Primero para acortar distancias comunicativas, segundo para olvidar que ya se acercaba diciembre. Pasarían su primera navidad fuera de casa, sin sus padres, parientes y amigos. Solas en un ambiente, si bien no hostil per se, extraño, pesado, de libertad limitada. Con personas adoctrinadas y fanáticas. Por más que todos les trataran con cierta amabilidad y ellas lucharan contra el propio prejuicio, siempre recordaban que estaban entre nazis. A pesar de que no todos los alemanes eran nazis, ni malas personas, no sabían en quien podían confiar más allá de ellas mismas, eso les causaba una inmensa soledad. No había amigos, apoyo familiar, eran solo Eglin y Esmeralda contra el mundo.

Sucedió un imprevisto.

Cerca de una semana después, como ya ha sido expuesto, estando Eglin y Esmeralda en su cuarto entregadas a los estudios correspondientes. Un domingo. Fue requerida la presencia de Gretchen. Alguien le buscaba, según lo poco que pudo entender era un oficial de la SS. Le comunicaron que su presencia era obligatoria o comprometida. No entendió muy bien. Miró a su amiga, mientras se dirigía a la puerta del cuarto, asustada; la mirada lo decía todo. Esmeralda, se quedó paralizada de miedo. ¿Les habían descubierto? ¿Cómo? ¿Cómo pudieron saber lo que sucedió? Sin embargo, reflexionó, sólo llamaron a Gretchen, no a Marie Louise. Aquello le dejó pensativa, si bien se mantuvo nerviosa; quizá la naturaleza de la visita, inspección o lo que fuera, no era porque las habían descubierto. Si fuese así, lo lógico era pensar que las llamaran a las dos, no solo a Gretchen. ¿Quién va a imaginarse, en su sano juicio, que dos estudiantes de enfermería se desmayan un día y se despiertan siendo dos estudiantes norteamericanas de otra época al día siguiente? No creía que nadie pudiera adivinar o intuir semejante suceso. Más en una época que la ciencia apenas se estaba abriendo a las teorías de la relatividad, física cuántica y todas esas cosas. ¿Viajes en el tiempo? ¡Pamplinas! Eso era de locos. Aliviandola un poco. Casi de inmediato pensó lo contrario: así solían actuar los agentes de seguridad. Interrogaban por separado a los involucrados o sospechosos. Buscando contradicciones, incongruencias, datos que no coincidieran. Eso le volvió a poner nerviosa.

Mientras, Eglin caminaba por los pasillos, acompañada por la chica que le fue a buscar y de un doctor, que no sabía muy bien que hacia allí. La joven enfermera no paraba de hablar, estaba muy emocionada. Decía algo, Eglin no entendía del todo. "Por fin, ella (Gretchen) iba a recibir su merecido". Le exhortó entregarse y aceptar su destino. Dijo algo sobre su deseo de que la esposaran y se la llevaran de allí, a Berlín. Las SS tenía grandes planes para ella, no podía esconderse del compromiso tras la excusa de la pérdida de memoria. Lo decía con una extraña malicia encendida en sus ojos y una felicidad tal, que rayaba en lo macabro. Habló de un ascenso que recibió o recibiría. ¡Rayos! No entendía bien lo que le hablaba.

En los ojos de Eglin se acumulaban las lágrimas. Estaba asustada, tenía ganas de llorar, de gritar, de escapar. ¿Pero dónde? ¿Adónde escapar? La chica percibió su deseo de llorar y eso la excitó más. Sonreía de manera perversa. ¡Dios santo, qué maldad! ¿Cómo podía alegrarse ante su desgracia de esa manera? ¡Qué horrible chica! Y pensar que hasta unos momentos atrás le caía bien. Le parecía simpática. Era la compañera de estudios que más compartía con ellas y siempre hacía de intérprete, las ayudaba con tanta entrega, tanto aparente cariño. No. Era sólo una forma de espiarlas o de estar cerca, descubrirlas. Averiguar que secretos guardaban. De seguro ella las había delatado y estaba excitada, como lo había expresado: recibiría alguna recompensa, un ascenso, un incentivo, algún premio; porque sus acciones eran beneficiosas para el Führer, para el Reich, para Alemania. Fanatismo, crueldad, odio, perversidad. Todas las historias que había oído de los nazis eran ciertas.

Cambio de RostrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora