Hoc Opus, Hic Labor Est

4 3 1
                                    

Gretchen y Marie Louise pasaron las siguientes semanas alternando su tiempo entre las clases, las actividades deportivas, la familia y la obtención de los dichosos materiales. Dado que no conocían la ciudad tuvieron que recurrir a las amistades. Sobre todo, del muchacho pelirrojo. Gules, por su parte, se alegró mucho de que su amada Eglin le prestara atención de nuevo. Así que, gustoso, cumplía cualquier tarea que le encomendara. Las chicas se presentaron como voluntarias en servicio comunitario, así cumplían con algunos de los cometidos y recolectaban los más diversos artículos, los cuales, al parecer contenían materiales esenciales para el profesor. Y cuando no estaban de compras extrañas, se hallaban hurgando en el basurero. Cuando terminaba el día estaban agotadísimas. ¿Cuándo terminaría aquello? Eran esclavas de aquel sujeto. Y ya los padres de Eglin y Esperanza empezaban a notar la extenuación de sus hijas. Al principio les pareció positivo que las chicas mostraran interés en ayudar a la comunidad y actividades extracurriculares, pero percibían que ocupaban todo su tiempo, casi no se les veía en casa. A pesar de todo eso las chicas no se quejaban y realizaban todas esas actividades en un ajustado horario. Siempre se les veía risueñas y enérgicas. Lo conversaron, ambos grupos de padres, primero con las chicas y luego entre ellos. Y, como las respuestas de Gretchen y Marie Louise, en las figuras de Eglin y Esmeralda, les tranquilizaran, decidieron dejarlas obrar. Mejor activas y entretenidas que retraídas y enclaustradas.

Sin embargo, había otra persona que estaba muy pendiente de la actuación de las chicas. El profesor Abraham Glassermann, consejero de la escuela. Ellas también lo notaron, él no hacía ningún esfuerzo por ocultarse. Iba a las prácticas de Soccer, ya habían asignado a otro profesor para que se encargara del equipo de Voleibol, tenía tiempo libre para dedicarles. Les había citado un par de veces más, ellas no dieron mayores respuestas que los consabidos monosílabos. Había citado también a Gules, este no reveló ninguna información útil. Era obvio que el chico estaba enamorado de Eglin, no iba a decir nada que pudiese comprometerla, eso equivaldría a una traición. Y mucho menos lo haría ahora que Eglin de nuevo le prestaba atención. Con lo poco o mucho que pudo indagar las chicas no hacían nada malo, nada ilegal, nada exagerado o extraño. ¿Por qué tanto secretismo? ¿Por qué sentía que le excluían? Nadie compartía su inquietud, habló con los otros profesores y todos se hallaban contentos con el comportamiento de las chicas, maravillados de la recuperación del nivel académico de las mismas. El aspecto social no les alarmaba. Tuvieron un periodo en que fueron algo hurañas, de comportamiento esquivo; cosa más que comprensible por el incidente que habían vivido. De nuevo eran las líderes que eran antes. Habían involucrado a casi toda la clase en los servicios comunitarios, como voluntarios. Recolectando basura, ayudando a los vecinos, a las autoridades, recaudando ropa usada, utensilios y comida para los más necesitados y servicios en general. Todos estaban contentos con ellas y las querían igual o más que antes. Qué importaba su ligero acento alemán, cada día se le notaba menos, eso decían. Siempre que hacía una observación recurrían a la muletilla: "es normal por la pérdida de memoria". Más que disgusto le causaba cierta frustración. Y ni hablar de la situación de su antiguo amigo, el profesor Martin. Se había reincorporado a la función de docente, pero no en Educación Física, no, no. No podía haber normalidad en el asunto, cambió la orientación de su docencia, ahora iba a impartir Matemáticas, Química y Física. Renunció a su puesto de entrenador, aduciendo que no podía dirigir al equipo de voleibol dado a una dificultad en el habla. Daría las clases de las referidas materias con la ayuda de una computadora, a través de la cual se comunicaba. A todos eso le parecía normal y aplicaban otra muletilla similar a la anterior: "es normal por la fractura de cráneo". Él había sido diagnosticado con cáncer y no andaba pregonándolo ni mucho menos excusándose con ello. Nadie podía decir "es normal, está enfermo de cáncer". De hecho, no lo había reportado al colegio siquiera, lo cual era un comportamiento irresponsable de su parte. Ya habría tiempo para eso. Su cáncer no era tratable, el tratamiento era solo para retrasarlo y que sufriera lo menos posible de dolores y debilidades. ¿Cuánto tiempo le quedaba? No preguntó. El doctor le dio un estimado, él se desentendió de la conversación y no prestó atención. Para él, era como si no le hubieran dicho nada. Martin ya no lo ignoraba. En las reuniones respondía a sus preguntas con la laptop, en los pasillos le evitaba poco. Ahora Abraham no sabía que era peor, su antigua indiferencia o esa mirada asesina con que le veía. Había odio, rencor, desprecio y menosprecio en esos ojos. Era intimidante, así que, sin quererlo, él lo esquivaba cada vez que podía, no le causaba ninguna gracia confrontar la vista de Martin, su desaire. Era algo irónico, ahora quien lo evitaba era él.

Cambio de RostrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora