Dal segno al coda

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Gretchen despertó, todo estaba oscuro, tosió. Había mucho polvo en el ambiente. Se sentía aturdida, le dolían los oídos. Escuchó un quejido, se movió a gatas hacia el sonido. No pudo incorporarse, algo se lo impidió. Se encontraba debajo de una estructura de hierro, una mesa o algo parecido. ¿De qué tamaño fue la explosión? Se preguntó. La oscuridad era total. Siguió el sonido de la voz, parecía un hombre, no sabía decirlo. No muy lejos tropezó con una mano, la cual se aferró a ella.
—¿Quién es? —preguntó, apenas el sobresalto se lo permitió.
—Albert... —le respondió en un susurro — Kubbelmeyer...
—¡Tenía que ser usted! ¿Dónde estamos? ¿Qué es esto? ¿Qué ha pasado? ¡Maldito profesor de mierda! ¡Usted y su estúpido experimento!
—Es la verdad, soy un estúpido. Tienes razón. El experimento resultó fallido. Estamos de vuelta a 1944 y no a 1938 como quería. Asumo que estamos en la enfermería del bunker luego de la explosión.
—¡No! ¡No puede ser! —exclamó Gretchen.
—Sí lo es. Me equivoqué, soy un viejo estúpido que va a morir por culpa de su ego. Cuando comparé los cálculos que había hecho, con los resultados del concurso casi todos me dieron la razón. Sin embargo, hubo uno, un chico de 14 años de algún lugar de Alabama que apreció un error en el cálculo. Yo lo desestimé y los hechos demuestran que el muchacho tenía razón, el resultado iba a ser una reversión del fenómeno, no un traslado a otra fecha anterior.
—Nada de eso importa ahora, hay que salir de aquí. ¿Puede moverse? —le preguntó Gretchen.
—No, tengo la mitad del cuerpo aprisionado, la verdad no siento las piernas.
Gretchen a tientas examinó el entorno, era cierto, lo que parecía ser una losa de concreto le había aplastado la cadera. De repente recordó a su prima, la llamó a gritos
—¡Marie Louise! ¡Marie Louise!
—¡Calla mujer! ¡Me aturdes con tus gritos! —exclamó Kubbelmeyer.
Gretchen lo ignoró y siguió gritando y palpando la zona. Hasta que obtuvo una respuesta.
—¡Aquí! ¡Gretchen!
—¡Gracias a dios! —exclamó mientras trataba de abrazarla —Estas recostada ¿puedes levantarte?
—No, algo aprisiona mi pierna izquierda.
—Déjame ver —le comentó Gretchen.
Luego de decirlo se dio cuenta que en realidad no podía cumplir lo que había dicho. No veía nada. Marie Louise, lo percibió, alcanzó sus bolsillos, no era fumadora, alguien había dejado unos cerillos y una caja de cigarros olvidados en la enfermería. Desechó los cigarros, pero conservó los fósforos.
—Toma —dándole los cerillos.
Gretchen encendió uno. Primero la cegó un poco el fulgor, se recompuso rápido, no había tiempo que perder.
Un pesado archivador había caído encima de la pierna de Marie Louise. Se ubicó cerca del mueble antes de perder la luz e intentó levantarlo. Pesaba demasiado para su fuerza. Encendió otro cerillo, observó la pierna, debía apresurarse, encontrar algo que sirviera de palanca. Consiguió una barra de lo que había sido una balanza. Le dio los cerillos a Marie Louise, necesitaba las dos manos libres. Sincronizaron esfuerzos.
—Lo levanto y tú sacas la pierna, a la cuenta de tres —le dijo —. Se fuerte.
Marie Louise, asintió. Realizaron el conteo. Gretchen, gritó por el esfuerzo y Marie Louise, por el dolor. Kubbelmeyer gritó también, el archivador al rodar, le golpeó un brazo.
—¡Malnacidas! —exclamó.
La operación fue un éxito, al menos para ellas, para el profesor fue perjudicial. Marie Louise quedó libre. Tenía la pierna muy golpeada, posiblemente: fractura de tibia. Gretchen revisó el archivador, encontrando unas bengalas. Encendió una, con mejor iluminación ubicó los materiales para realizar el entablillado de la pierna. Quiso buscar un anestésico, la despensa de medicamentos estaba totalmente destrozada. Mientras hacía todo eso también buscaba una salida. Y la encontró: uno de los ductos de ventilación no se hallaba obstruido, el principal problema que contemplaba era lograr que Marie Louise, trepara hasta esa altura con la pierna lesionada. Luego de atenderla comenzó a acumular objetos, para formar una especie de escalera y lograr acceder a la mencionada ventila. Había flujo de aire, lo que indicaba que existía una posibilidad real de escapar de allí. Kubbelmeyer, le hizo señas.
—Enfermera, venga por favor.
—¿Qué desea?
El profesor lloraba y respiraba con dificultad.
—Sé que no voy a salir de aquí con vida —enunció.
Gretchen hubiera querido decirle que no era así, pero tenía razón, no había forma de sacarle de debajo de esa losa. Además, existía una gran posibilidad de tener la columna partida, no podría usar las piernas.
—Les pido perdón, me arrepiento de haber recreado el experimento. Teníamos buena vida y yo la desprecié. y la desperdicié. Lo hice por amor a la patria, al menos esa es mi excusa. Sálvense ustedes. Abandónenme. No intenten rescatarme.
—No se preocupe. Vaya en paz. Quizás esto era lo que debía ocurrir. No eran nuestras vidas. Estábamos usurpando identidades, no era justo. Esto es lo que debió pasar desde el principio. Fue una experiencia interesante, pero esta es nuestra realidad y tenemos que aceptarla.
—Caminen siempre hacia el Oeste, la guerra está perdida, procuren entregarse a los occidentales, les irá mejor con ellos que con los rusos.
—Eso haremos —le respondió Marie Louise.
—Una última cosa —pidió el profesor —¿habrá alguna forma de acelerar mi muerte? Sé que no hallaste analgésicos. El dolor es insoportable y la muerte inevitable. La prefiero ahora que después.
Gretchen y Marie Louise se miraron la una a la otra, luego alrededor.
—No, no hay nada. La despensa de los medicamentos está destrozada —le respondió Gretchen —lo siento.
—¿Y si lo asfixiamos? —propuso Marie Louise.
—¡Ay! ¡Por Dios, Marie Louise! ¿Cómo dices eso?
—¡Míralo! Está sufriendo, Quizá lo merezca, pero nosotras no somos como él. Tengamos compasión.
Él asintió. Aprobando la idea.
—Yo lo hago —dijo Marie Louise, al ver a su prima dudar.
—¡No! ¡Yo lo haré! —anunció Gretchen.
Le quitó los tirantes del pantalón al profesor, se encaramó encima de él, ya que se encontraba boca abajo, colocándole la rodilla en la nuca y presionando con la cinta a nivel de la tráquea. Procedió a asfixiarlo. Él se dejó conducir, sumiso, sin embargo, por instinto trató de zafarse, sin conseguirlo. Expiró al cabo de un rato. Sin tiempo que perder treparon el parapeto.
—Resulta irónico que él quiso asfixiarnos y él ahora muere de esa forma a mano de una de nosotras y, además, con su consentimiento —comentó Marie Louise, mientras subía.
—No pienses en eso.
—Debo pensar en algo porque si no voy a sucumbir al dolor.
—Lo siento, no pude hallar nada para aliviarte.
—No te preocupes, aguantaré.
Se arrastraron por el conducto. Casi siempre a oscuras, tanteando. Querían conservar las bengalas lo más posible. Les quedaban dos. Se iluminaban de tanto en tanto con los cerillos. Al fin, luego de algunas horas, alcanzaron a ver la luz solar que se colaba intermitente por lo que parecía ser unas rendijas. No eran más que algunos tímidos rayos, pero, en la vasta oscuridad era un faro que las guiaba hacia el exterior. Se encaminaron hacia allá, notaron que a medida que se acercaban a la luz el conducto se iba ensanchando, pudieron erguirse. Gretchen examinó la pierna de Marie Louise, no parecía tan grave con la luz.
—¿Crees que sea una fractura? —le preguntó a su prima.
—Posiblemente sí —le respondió Marie Louise —. Me duele como el demonio.
—Lo siento, yo te hecho arrastrarte por este sucio túnel y tú no te has quejado ni una sola vez.
—No es tu culpa. Es la única alternativa. Debemos salir de aquí.
—Quédate. Descansa mientras yo investigo la posible salida.
Marie Louise, asintió, agradecida. Aunque no se quejara en realidad se hallaba en el borde de su tolerancia al dolor. Gretchen, llegó hasta la boca del túnel. La intermitencia de la luz era producida por la rotación de un enorme y silencioso ventilador. No giraba rápido, apenas lo suficiente para crear un flujo de aire fresco y para ser un obstáculo. Debía encontrar la forma de apagarlo. Lo examinó con detalle, el motor era eléctrico y parecía estar conectado a una fuente independiente de energía. Al fin halló unos gruesos cables. Ahora necesitaba algo con que desconectarlos o destruirlos. Como única herramienta disponible utilizó una de las bengalas, con la esperanza de que esta generara el suficiente calor para debilitar los cables. Para su decepción no logró destruir los cables, solo se derritió la envoltura. Se detuvo a pensar. Luego de un rato vio la solución, los cables de cobre estaban desnudos, tomó el cuerpo de la bengala que había usado y los unió. Las chispas brotaron y luego de un sonido muy fuerte, el motor se quemó con el subsecuente frenado del movimiento de las aspas.
Marie Louise, le gritó a lo lejos, preguntando qué había pasado, ella le respondió que no se preocupara, todo estaba bien. Pero, no todo estaba bien, la salida estaba cerrada por barrotes de acero. La reja se encontraba atornillada a la estructura de hormigón, y no eran unos tornillos cualesquiera. Era de un tamaño voluminoso, con la cabeza en forma hexagonal. Se necesitaba una herramienta especializada para extraerlos. Frustrada se sentó en el frío piso. Al cabo de un rato escuchó un ruido, su prima llegó hasta donde estaba.
—¡Marie Louise! Me hubieses esperado para subir.
—No te preocupes, ya me duele menos. Además, me sentía muy sola y nerviosa allá abajo.
—¡Ven! ¡Dame un abrazo! Está haciendo mucho frío —le indicó Gretchen
Ella, le abrazó. Observó el obstáculo.
—Así que, a pesar de todo, estamos encerradas, no podemos salir —comentó Marie Louise.
—Por ahora no, mi querida prima. Pero algo se nos ocurrirá.
Permanecieron allí, en el rellano, descansando. Estaban agotadas y heladas. Con hambre, hacía mucho que no ingerían alimento.
—¿Hace cuánto no comemos? —preguntó Gretchen.
—Hace setenta años en el futuro.
—Graciosa. Digo ¿cuándo fue la última comida, aquí, en esta realidad, antes del incidente?
—El desayuno, unas dos horas antes.
Gretchen sacó cuentas mentalmente. Calculó unas 3 horas pasadas desde la explosión. Eso sumaba entre 5 y 6 horas sin comer, no era grave pero pronto oscurecería y no tenían agua, Marie Louise estaba herida. La situación no era apremiante en si misma pero el tiempo se convertía en su peor enemigo. Iba a comentar eso con Marie Louise, pero esta se había dormido. Decidió permanecer en guardia, no era prudente que las dos se durmieran al mismo tiempo, sin embargo, no tardó en dormirse también.
Le despertó unos gritos. Al principio el embotamiento no le dejó percibir lo que ocurría a su alrededor, de hecho, su mente aún se vio anclada a la época del futuro. Por un momento pensó que estaba en Baltimore. Los gritos arreciaron, ya era de noche, una luz le cegó, no pudo ver quien se acercaba. No tuvo tiempo de reaccionar o de alarmarse. Las voces eran en alemán. Ella respondió, se identificó como enfermera. Los soldados trajeron herramientas y las liberaron. Marie Louise no reaccionaba. Fueron conducidas con el oficial médico del regimiento y un coronel que le hizo toda clase de preguntas. Ella contestó con la verdad, había ocurrido una explosión en una instalación subterránea y ellas escaparon por poco. Los oficiales les reconvinieron, por esa zona no existía ninguna instalación, no había nada en el mapa. Gretchen, le contestó que su carácter era secreto, ni ellas misma sabían que se hacía allí, solo eran unas enfermeras y como tal nunca les informaron de las actividades, solo lo necesario para cumplir con su función.
—¿Nombre del Oficial a cargo? —preguntó el Coronel.
—No lo sabemos. Había científicos y soldados de las SS.
—¿El nombre del doctor? ¿Había un médico a cargo de la enfermería?
—Eran dos. No tenían nombre. Se identificaban como Doctor A y Doctor B, mi prima y yo éramos las únicas enfermeras. Había unos soldados que colaboraban con el personal médico, pero igual, sin nombre ni rango.
—¿Qué nos puede decir de la destrucción de la instalación? ¿Fue producto de un sabotaje?
—Realizaban un experimento desconocido. Hubo una tremenda explosión y nada más supimos. Escapamos con vida porque la enfermería estaba aislada de las instalaciones principales.
Luego de muchas preguntas, por fin el oficial quedó satisfecho con las respuestas. Les dejó descansar y que atendiera a la herida. Allí Marie Louise salvó la pierna, se recompuso y ambas ayudaron, participando en el hospital de campaña y cuidando a los heridos. Luego fueron transferidas a un hospital en Praga, luego a Berlín y finalmente a Hannover. Donde al terminar la guerra fueron capturadas por el ejército norteamericano. Se iniciaron muchos procesos, fueron investigadas, como muchas otras enfermeras. Allí se reencontraron con un joven piloto, a quien habían atendido luego que su bombardero fuese derribado. Este había escapado y fue llamado a ser testigo, clamando a favor de las chicas. Robert Thompson, era su nombre, estaba muy prendado de Gretchen, se dedicó a cortejarla y luego de un año le propuso matrimonio, quería llevársela a América y comenzar una familia juntos. Gretchen, aceptó solo con la condición que Marie Louise fuese con ellos. Aunque Bob Thompson le encantó la idea, Marie Louise se opuso.
—¿Por qué no quieres ir? —preguntó Gretchen —Ya sabes que la vida en América es hermosa.
—Sí, eso lo sé. Pero aquí están mis hermanos y mi madre, perdidos; debo encontrarlos. Además, Alemania también se pondrá muy bonita, quiero quedarme a ayudar a su reconstrucción, no podré cumplir mi sueño de ser futbolista profesional. Nunca me recuperé por completo de la pierna, tú lo sabes, pero necesito quedarme.
—Entonces no iré. Si tu no vienes conmigo no quiero ir a ningún lado —le replicó Gretchen.
—No seas tonta, ve, tienes el amor de un buen hombre, algo pícaro y juguetón, pero es bueno. Ve cumple tu futuro, hazte doctora, luego nos encontramos. Yo viajaré a visitarte o quizás tú puedas visitarme en un futuro. ¿No te olvidarás de tu querida Alemania?
—¡No! ¡Jamás! ¡Es una promesa!
—Serás la señora Thompson. ¿Te imaginas? Tú puedes ser la tatarabuela de la chica Eglin, el cuerpo que ocupabas en el futuro.
—¡Ja! ¡Ja! Qué cosas dices. No creo. Bob es de Minnesota, muy lejos de Tennessee.
—No hay nada casual —le contestó Marie Louise —eso explicaría en parte porque ocupaste su cuerpo con el incidente.
—Quién puede saberlo. Quizá tengas razón.
Se despidieron luego en un muelle de Hamburgo. Mantuvieron comunicación por cartas, echando de menos las llamadas, el internet y otras maravillas del futuro. Marie Louise halló a su madre y hermanos en Baviera. Gretchen no llegó a estudiar medicina, fue madre de 5 hermosos hijos. Entre ellos Peter Thompson, padre de Alfred Thompson, a su vez padre de James Thompson. No volvió a reencontrarse con su amada patria ni con su prima, pero jamás olvidó el cambio de rostros.

FIN

Cambio de RostrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora