Cercano Oeste

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En un abrir y cerrar de ojos se fueron acumulando los años, la experiencia era agotadora. Entre el entrenamiento militar, labores de enfermería y las largas guardias manejando la radio, estaban fatigadas. Dado su buen manejo del idioma inglés, las habían asignado a un puesto de radio escucha. Se pasearon por diversas ciudades y pueblos. Habían hecho de todo un poco, aparte de manejar la radio, aprendieron el uso de la artillería antiaérea y al menos en dos oportunidades habían estado en combate defensivo, durante uno de tantos bombardeos aliados. Aquello había resultado terrorífico. El caos, las bombas, los muertos y heridos, las explosiones, el barro y la sangre. Les otorgaron una medalla de valentía a pesar de que nunca habían estado tan asustadas en su vida.
A sugerencia de Esmeralda: trataron de memorizar cuanto pudieron de las rutas y localidades que transitaban, no siempre era efectivo pues muchas veces las movilizaban en tren, pero si el traslado era en automóvil o camión procuraban ver todos los letreros, indicaciones, referencias, etc. Aparte preguntaban a los soldados, oficiales, los lugareños, a todo aquel que pudiera brindarle alguna información útil. Además, aprovechando la tasa de cambio de monedas favorable a Alemania, impuesto a la Francia derrotada, compraban en donde quiera artículos que pudieran ser indispensables, vestidos, bufandas, abrigos, guantes de invierno, de faena, botas, calzados y sandalias. Era preciso pasar desapercibidas, en el feliz caso de lograr traspasar el frente en 1944. Ya después de eso habría que improvisar. Había también la opción de tratar de permanecer en París para cuando ocurriera su liberación. Eso les ahorraría la angustia de cruzar el frente. Sabían que, a pesar de las órdenes de Hitler, el comandante a cargo abandonaría la plaza. París no ardió, los amargos deseos del dictador no se cumplieron. Esperaban aprovechar el caos, mezclarse entre las parisinas y poder estar del lado correcto de la línea cuando ocurriera todo. De no ser así, manejaban diversas rutas. Eran tantas las variantes que aquello lucía inabarcable. Pero tomando en cuenta la rotación de los últimos dos años existían cuatro ciudades alemanas en las cuales pudiesen estar cuando ocurriera el desembarco en Normandía y posterior liberación de Francia. Colonia, Hannover, Hamburgo, Essen.
Si había un lugar donde no quisieran estar en 1944 era en Essen, dado que la ciudad sería bombardeada de forma devastadora en ese año. Hamburgo estaría muy lejos del frente. Así que Hannover y Colonia proporcionaban las mejores oportunidades, si exceptuamos la posibilidad de París. No se hacían muchas ilusiones al respecto. Mejor era prepararse para la opción más difícil y cuesta arriba. Algo que también intentaron fue: aprender a conducir motocicletas. Ambas resultaron tener nulas habilidades al respecto. Con otros vehículos no pudieron probar suerte, aunque en su época original Eglin sabía conducir, no estaban seguras de que ello sirviera dada la enorme diferencia tecnológica. Otra cosa que echaban de menos era un arma de fuego. No tenían permiso de portar una, las habían entrenado a disparar rifles y pistolas, pero solo les eran suministradas en caso de emergencia. Lo discutieron: la moral tendría que ser comprometida, anulada. Entre los objetos, si se presentaba la oportunidad, que debían robar estaban: bicicletas, armas, uniformes de enfermeras aliadas, credenciales, materiales de primeros auxilios, comida y una larga lista de imprevistos. Esmeralda manejaba bien el español, no era práctico, tampoco era descartable su utilidad; Eglin, por su parte, tenía un conocimiento regular del francés, no tanto como para hablarlo, pero al menos para hacerse entender. Llegado el año de 1943 abandonaron cualquier idea de ir al este, Checoslovaquia, Kutná Horá, las minas de Wenceslao, eran solo ideas desvanecidas. Muy poco pensaban en ello y cuando lo hacían les causaba un poco de gracia. Mira que poner todas sus esperanzas en mitos de guerra. Elucubraciones fantásticas ideadas más para el entretenimiento, que hechos dignos de ser un aporte a la historia. Aunque eso significaba abandonar también la esperanza de regresar a su línea de tiempo original. En el mejor de los casos estaba la posibilidad de cruzar la línea, mezclarse con las tropas aliadas y regresar a América una vez finalizada la guerra. 
Una asignación, que les pareció refrescante fue la atención médica proporcionada a los pilotos aliados derribados en territorio controlado por Alemania. Significaba tener contacto con los compatriotas, charlar con ellos, enterarse de cosas de la América de esa época. Los británicos, por regla general, eran más austeros y parcos pero los norteamericanos eran todo lo contrario: unos indisciplinados, parecían no percatarse que eran prisioneros. Varios trataron de ligar con ellas. Aquello, aunque molesto, en cierta medida también resultaba ameno. Era una brisa fresca dentro de todo aquel infierno. La guerra era una cosa poco menos que horrible. Ninguna película de Hollywood sustituye la experiencia de primera mano. Es una angustia constante, no se sabe cuándo te caerá una bomba encima o una bala perdida encontrará blanco en tu humanidad.
Así transcurrió el año 43, ya el año siguiente les debía encontrar preparadas para afrontar su huida. Sea como fuera el año 44 era el año importante.
—Esmeralda.
—Dime.
—¿Y si nos escapamos ahora que estamos en Francia y nos mezclamos con la población autóctona? —preguntó Eglin.
—No, eso no es posible.
—¿Por qué no? Igual nos vamos escapar. ¿Por qué no ahora y nos ahorramos el cruzar el frente?
—Porque si nos escapamos ahora, nos van a buscar y la población autóctona, como les has llamado, no nos quieren ni un poquito. Seríamos descubiertas en un tris-tras. Ni por un momento creas que nos van a ayudar ni dar alojo. Nos delatarían, eso es seguro.
—De todas maneras, nos van a buscar cuando nos escapemos en el futuro.
—Sí, pero con suerte estaremos del otro lado de la línea y no podrán hallarnos.
— ¿Y no te da miedo que de todas formas los franceses nos delaten?
—Los riesgos de que eso pase serán mínimos. Toda el área estará convulsionada y además ya nos tendríamos que ver con nuestros compatriotas o los británicos. Hablamos inglés, obviamente, es nuestro idioma nativo. A pesar de esta cara de Marlene Dietrich que tenemos, nos podemos hacer pasar por lo que realmente somos: norteamericanas.
Eglin, se dejó caer en la cama.
—Siempre, siempre me tengo que rendir ante tu lógica — Se quejó —, me choca un poco eso.
—No lo hago a propósito. Quiero lo mejor para nosotras y trato, en la medida de lo posible estar un paso adelante — respondió Esmeralda —. Aunque en estos tiempos de guerra todos los factores se mezclan, se solapan, se quiebran, cambian de dirección. Es un caos total.
—Y yo quejándome todo el tiempo. Debes soportar a esta viuda quejona. Añade eso al caos.
—No seas injusta contigo misma. En estas circunstancias quejarse es lo normal. No hacerlo es de locos.
—Entonces soy la más cuerda de todas las locas de esta época — afirmó sonriendo.
Esmeralda le acompañó en su sonrisa.
—Lo lograremos Eglin, veras que lo lograremos —le dijo mientras le abrazaba con fuerza.
—Amén.

Cambio de RostrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora