Todos los caminos conducen a Baltimore

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Gretchen y Marie Louise, salieron del pueblo, en dirección a Baltimore. La universidad les esperaba, estaban muy felices. Escapaban de la maligna influencia del profesor e iniciaban una aventura significativa. Estarían en un ambiente nuevo y podrían ser ya un poco más ellas mismas. Nadie las conocía, no tenían por qué actuar como Eglin y Esmeralda, sólo utilizar sus nombres e identidades. Gretchen estaba tan contenta que le restó importancia a lo ocurrido con el consejero. Irían lejos, lejos de las garras de Kubbelmeyer y de las culpas. Marie Louise lo había admitido, en un descuido de los paramédicos: inyectó penicilina al profesor, durante el traslado en ambulancia. Lo había considerado necesario. Sí sobrevivía, como todo apuntaba, podría haber puesto en peligro sus planes, su libertad y sus deseos. Y todo salió a la perfección, nadie sospechó de ella, aunque hubo investigación, los familiares no entablaron demanda. No hubo caso. Ya habían pasado algunos meses y todo había quedado en el olvido.
Sin embargo, ignoraban dos detalles que acechaban con pasividad el dulce desarrollo de sus sueños.
Kubbelmeyer les seguía de cerca, en una camioneta. Fingió ir de pesca, se despidió de Linda y de los pequeños. Le había gustado la vida familiar y aunque al principio le pareció repugnante la idea, terminó por tomarles cariño a esos pequeñines y recordaría siempre las noches de pasión con aquel hermoso ejemplar femenino. A pesar de ser un racista intolerante, no tenía nada en contra de la raza africana, su querella era con los judíos. De buen grado, si hubiese podido, se llevara a Linda con él a su línea del tiempo original, pero aquello era imposible, no existiría un recipiente que contuviera su mente, se perdería en un vórtice cuántico, simplemente dejaría de existir. El proceso que iba a llevar a cabo era una reversión de lo que había sucedido antes. Es decir, se repetiría el intercambio mental. Él volvería a ser Kubbelmeyer en su anciano cuerpo y el profesor King volvería a su musculosa masa, cada uno en su época correspondiente. En ese escenario Linda no tuvo ninguna participación, por lo tanto, en el que estaba por recrear, tampoco. La posibilidad de que ocurriese una paradoja y destruyese la realidad donde vivía y que iba a abandonar le tenía sin cuidado. De todas maneras, tampoco creía que eso fuese a ocurrir. Las paradojas del tiempo para él eran un mito científico, lo demostraba su estancia en el futuro.
Kubbelmeyer no era un hábil conductor ni conocía la ruta, siguió al Mustang con sigilo. El papá de Eglin conducía sin prisas, James estaba disfrutando el paseo con su adorada niña y lo estaba alargando lo más posible, ralentizando la marcha. Eso ayudó a Kubbelmeyer seguirlos a prudente distancia. En el vehículo de carga llevaba todo lo necesario para recrear el experimento. Tenía planeado hacerlo en algún espacio abierto a no menos de 500 metros de donde estuvieran ubicadas las chicas. Aquello era crucial, fuera de ese rango la traza identificadora, que les había inyectado mientras estuvieron desmayadas, la ocasión cuando quisieron matarlo, podría no funcionar. Regresarían con él a la Alemania de 1938, quisieran o no.
El otro detalle lo aportaba el oficial Boulanger. Este había hablado por teléfono con un técnico electrónico, conocido suyo, aficionado de las antigüedades, a quien le dio la cinta. Quien aseguró poder restaurarla. Mientras unos se dirigían a Baltimore él se encaminaba a Charleston, al taller de su amigo.
—¿Qué tienes para mí Rick? —le preguntó al técnico cuando llegó.
—Aquí está la cinta, no es la misma carcasa, la otra esta inservible, no se puede reproducir, se tranca, tiene sectores dañados. —le respondió el mencionado técnico.
—¿Entonces no podemos oírla?
—No, no podemos. Al menos no completa. Pude reproducir fragmentos, tomando en cuenta lo que te dije anteriormente, grabé el contenido que pude, lo convertí a un formato de audio digital conocido como WAV. Es un formato universal por lo que se puede reproducir con cualquier programa de computadora o inclusive un disco compacto. Entonces, te tengo la cinta, el disco compacto con la grabación y los restos del casete original por si te son necesarios en el futuro.
—¡Vaya! Es decepcionante.
—Siéntate por acá. Ya reproduzco los fragmentos; no vas a sacar nada en claro de la grabación —le advirtió Rick, mientras le acercaba una silla y encendía su computador.
—¡Qué más da! —exclamó Boulanger con desánimo.
—Escucha. A pesar de eso hay algo interesante que se puede extraer.
El técnico reprodujo entonces el archivo WAV correspondiente. Era verdad no entendía la grabación.
—¿Es alemán? —preguntó el oficial, extrañado.
—Así parece.
—¿Sabes algo de alemán?
—No, mis conocimientos llegan hasta aquí. Tendrás que solicitar la ayuda de alguien más. Un profesor de idiomas.
—Mmm… no conozco a nadie, pero buscaré. Gracias. ¿Cuánto te debo?
—¿Qué? No, nada, no me debes nada. Fue un placer ayudarte.
El detective Boulanger se retiró, dejando un billete de 5 dólares en la mesa.
—Por las molestias... —agregó.
—No hacía falta, pero si eso te hace sentir mejor, los aceptaré, pediré una pizza con ellos —le agradeció Rick.
Ambos rieron.
—Me vas a dar el número, yo también quiero una pizza que me cueste 5 dólares —bromeó Boulanger antes de irse.
De regreso pasó por el colegio en Callhoun. Ya estaba abierto, estaban por reanudarse las clases. Saludó al guarda, caminó por los pasillos sin rumbo fijo. Sin querer llegó hasta el gimnasio. En la oficina del entrenador, se hallaban unos trabajadores, arreglando algo en las ventilas. Después de un rato observando el trabajo que realizaban, uno de ellos dijo algo que llamó su atención.
—¿Qué es esto? —exclamó uno de los obreros.
—¡Es un teléfono celular! Vaya lugar para dejar uno —le dijo el otro extrayendo el susodicho aparato.
Enseguida el oficial se levantó, como movido por un resorte. Se identificó como policía y les solicitó la entrega del celular. Los trabajadores dudaron un poco. Entregaron el aparato a regañadientes. Esté accionó el botón de encendido, no funcionó. La batería estaba muerta. Corrió hasta el automóvil, buscó un cargador, regresó al colegio, lo conectó a una toma de corriente. Dejó cargando el celular un rato, cuando considero que tenía suficiente energía intentó encenderlo. Y allí estaba, en pantalla, la foto y el nombre de Abraham Glassermann. El celular pertenecía al fallecido. 
Le mostró el celular a su jefe. El bloqueo de pantalla no tenía contraseña, lo cual facilitó las cosas. Estaba un audio. Lo escucharon juntos. Se oía una voz masculina y posiblemente dos femeninas. Hablando en alemán.
—Es bastante interesante Boulanger. ¿Tendrá alguna relevancia en cerrado caso del profesor Glassermann?
—La verdad es que no lo sé. El apellido del profesor es de origen alemán. Quizá sea alguna grabación familiar. No podremos decirlo hasta traducir —le contestó el detective.
—No creo, la grabación tiene fecha del día de su fallecimiento, eso quiere decir que efectuó la grabación minutos antes del accidente —le contestó el jefe —. Voy a hacer unas llamadas para ubicar a alguien que nos ayude. Eso de la inquietud sobre algo que no sabemos es contagioso. Ya tenemos el audio en digital, es fácil compartirlo por internet.
El oficial sonrió para sus adentros.
Dos días después obtuvieron la ayuda esperada. En realidad, más de la que esperaban. El detective cuando llegó al precinto esa mañana, notó la presencia de un agente del FBI. Se presentó como el Agente Hope, le explicó que había oído el audio, a petición del jefe, quien se lo había enviado. Eran conocidos, que no amigos, por un caso en que habían compartido labores e información hacía unos años. La naturaleza del contenido era extraña, preocupante. Había una situación donde la seguridad nacional pudiera estar comprometida.
—Una de las voces, la masculina, afirma estar realizando un experimento con implicaciones tecnológicas desconocidas —declaró el agente —. Mientras que las voces femeninas le acusan de haber asesinado a alguien de nombre Gules.
—¿Gules Mc Adams? —preguntó el oficial Boulanger.
—Todo indica que sí —le respondió.
—Pero la muerte de ese estudiante fue declarada como natural.
—En el audio hablan del fallecimiento como provocado. La voz masculina lo admite, que murió como consecuencia de uno de esos experimentos. Quien quiera que sea ese personaje es una persona cínica y sin escrúpulos.
—¡Vaya! Qué giro tan sorpresivo.
—Y eso no es todo. La voz masculina les pide a las dos chicas que asesinen al profesor Abraham. Ellas se niegan y entablan una fuerte discusión donde acusaciones van y vienen. Aquí está todo un reporte, la traducción de la grabación completa. Por si desea leerla.
—¡Dios santo! Y el profesor muere y no de manera natural.
—Exacto. Usted encontró la grabadora destrozada, el celular y la cinta rota en el colegio. ¿Quiénes interactuaron con el profesor Glassermann en esas instalaciones? —le preguntó el agente al detective.
La pregunta era retórica.
—¡El profesor King y las chicas Thompson y Cabrera! —exclamó el oficial.
—Allí tiene sus dos voces femeninas y la masculina y los sospechosos del posible asesinato del susodicho profesor.
El oficial quedó sorprendido. Esperó un poco antes de dar una respuesta.
—Pero el profesor King perdió el habla en un accidente y las chicas...
No dijo más. Cuando las entrevistó, ambas tenían un acento extraño, ahora que lo pensaba mejor, el acento era alemán.
—¿Qué? ¿Qué pasó con las chicas? —preguntó el agente.
— Las chicas hablan con acento alemán ¿cómo no lo vi desde el principio?
El agente arqueó las cejas.
—La chica Cabrera fue con el profesor en la ambulancia. Es la única persona, fuera del personal del hospital, que tuvo contacto con el paciente —continuó el detective —. ¿Cómo no vi esos detalles antes?
—No se lamente. Tuvo la suficiente visión para ver la grabadora y el casete rotos e intuir que eran importantes. Regresó a la escena del crimen y dio con el celular. Nada es casual, su destino era hacerse con el teléfono. Ese detalle nos podría conducir a la resolución de un problema mayor.
—Está bien, existe la posibilidad de resolver un crimen, eso lo entiendo. ¿Por qué es tan determinante la muerte de un consejero a manos de una estudiante como para hacer peligrar la seguridad nacional? —preguntó Boulanger.
—Sonará de locos, sin embargo, no lo es. Lo que voy a decir no debe salir de esta sala. La naturaleza del experimento, según se infiere en las afirmaciones de los involucrados, es el desarrollo de un método para viajar en el tiempo. Una tecnología de ese tipo, si fuese real, tendría implicaciones no solo nacionales sino universales. Puede que sea un bulo o la fantasía de un loco. Los servicios de seguridad no estamos dispuestos a correr el riesgo. Hay que combatir el mal en cualquiera de sus facetas y sea cual sea la amplitud de la amenaza.
El oficial no dijo nada. Era increíble adonde estaba conduciendo las preocupaciones de un consejero de escuela. Mejor expresado imposible. Era de locos, de ciencia ficción, de películas, de comics; de cualquiera de esas creaciones de la imaginación desmesurada de un escritor, no de la realidad. Por su parte, el agente no lo expresó, las motivaciones gubernamentales eran obvias: de ser cierta la tecnología para viajar en el tiempo, debían hacerse con ella, estudiarla y dominarla.
—Hay que ubicar a esas personas —declaró el agente.
El oficial asintió, tomó su chaqueta. Era hora de ponerse en marcha.
Mientras, en Baltimore, ignorantes de la situación, Gretchen y Marie Louise hacían vida escolar en la universidad. Era la etapa de adaptación, los primeros días de clase. Todo transcurría de manera fluida, alegre, el ambiente escolar era muy apacible. Nadie esperaba alguna cosa específica de ellas, una actuación, una forma de ser, nada. Era como renovar la vida, como reiniciar un computador. Atrás quedaban los actores de su vida anterior, los nuevos serían bienvenidos. No podían prescindir de los padres que el cambio de tiempo les otorgó. Sin embargo, estaban fuera de su influencia directa, ya Gretchen no tendría que luchar contra los impulsos incestuosos que le generaba su guapo padre adoptivo y Marie Louise no tendría que enfrentar la confusión que le generaba la forzada herencia latina, de aquella familia de inmigrantes. Sí, les tenía aprecio, eran personas agradables, pero odiaba la comida mexicana, su música y sus costumbres; siempre debía sonreír mientras cantaban y veían las telenovelas. Le huía al baile, era estrepitoso, bárbaro y confuso. Sin embargo, eso ya quedaría en el pasado, una nueva etapa se abría ante ellas. La esperanza y la ilusión. Gretchen quería ser doctora y ella quería ser jugadora profesional de futbol, no importaba que los norteamericanos le llamaran soccer, el nombre no cambiaba la pasión.
Kubbelmeyer, armaba los componentes de su experimento dentro de la camioneta. Ya había elegido un terreno con campo abierto, cercano al recinto universitario. Esa misma tarde accionaría el dispositivo, ya no había tiempo para repasar cálculos ni abortar la misión. Era ahora o nunca, obtendría la gloria o la muerte. Estaba decidido.
En Callhoun, el oficial ingresó al auto. Le esperaba el agente Hope.
—La esposa dice que el profesor King se fue de pesca al lago Watts Bar —le comentó.
—Una de dos, ella miente o él le mintió a su esposa. Me acaban de informar que usó su tarjeta de crédito en Baltimore —informó el agente Hope.
—O sea que todos nuestros caminos convergen en Baltimore. Allá están las chicas Thompson y Cabrera.
—Así es compañero. Pero ya no depende de usted. Esta fuera de su jurisdicción.
—Lo sé, lastima no poder acompañarlo. Le deseo buena cacería.
—Así será. Le mantendré informado de los resultados como cortesía profesional. Los tendremos en custodia hoy mismo.
Se despidieron sin saber que algo extraordinario estaba por suceder. Tal como lo expresó el agente Hope.

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