A Prueba de Balones

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—¿Ella es la chica que me comentaste? —preguntó el profesor King.

—Sí, tengo un buen presentimiento con ella —le contestó Eglin.

Esmeralda, ajena a la conversación, ajustaba los cordones de sus zapatos. Se recogió el cabello y ajustó sus lentes. No fue su deseo llamar la atención, ya esa cuestión había sido resuelta, no conforme a sus deseos, era menester adaptarse a ello. Si bien era algo tímida, también era cierto que era muy competitiva y tenía una verdadera pasión por el deporte. Observó a Eglin conversar con el Profesor. Era impresionante, Eglin y ella misma eran altas pero el entrenador era una mole. Le calculó unos seis pies y medio al menos. Y su cuerpo era una escultura de Miguel Ángel reforzada de músculos, de hermosa piel azabache y cabello rapado, con un poblado bigote y labios gruesos. Era guapo, un ejemplar sobresaliente, mira qué capricho de Dios hacer un hombre con esas características. "No, no, no. ¿Cómo puedes estar pensando así, chiquilla?" Se increpó a sí misma. Trató de disipar esos pensamientos. No había ido al gimnasio a enamorarse del profesor sino a jugar voleibol.

—Nada más al observarla, como se prepara para jugar, esos lentes especiales, sus movimientos, todo; uno llega a la inevitable conclusión: es una gran jugadora — expuso Eglin, muy convencida de sus palabras —. ¿Cómo sugiere que hagamos la prueba?

—Tú eres la capitana del equipo.

—Y usted es el entrenador, soy toda oídos.

—Separa a las jugadoras en dos equipos y quédate con ella de compañera, a ver qué tal se compenetra contigo — sugirió el profesor.

—Correcto.

Y Esmeralda no decepcionó, destacaba en volea, recepción, distribución, despeje y bloqueo. Mostró un endiablado remate diagonal y un excelso saque en alto, el hecho de que fuese zurda le daba un plus a su presencia y complementaba a la poderosa derecha de Eglin. Y es que parecían unas gemelas inusuales, se coordinaban de maravilla; cualquiera diría que habían jugado juntas de siempre o que se comunicaban por telepatía. El profesor no podía estar más complacido, ganaba una jugadora excelente con miras a ser excepcional y se abrían las posibilidades de un buen desempeño en el campeonato colegial. Martín lo comentó con su buen amigo Abraham, el consejero, sentado a su lado, quién no siempre podía asistir a las prácticas, ese día había asistido con la intención de observar a la chica nueva. Deseaba ver el desenvolvimiento social de la misma. Pronto comprendió que se había acondicionado a la escuela muy bien. Y aprovechó la ocasión para hacer el asunto que tenía pendiente, pedir un favor a su amigo Martín.

—Martín, hay un pequeño favor que quería pedirte. Está programado un viaje escolar al Museo de Armamento de la Fuerza Aérea para noviembre, no voy a poder ir, como siempre acostumbro. ¿Podrías tú ir en mi lugar?

—¿Noviembre? Sí, claro. No veo el problema.

—Gracias. Te lo agradezco. Tengo una cita médica.

—¿Alguna cosa seria? —Preguntó Martín, intrigado.

—No, no. Un chequeo de rutina. Nada de qué preocuparse —le contestó en tono tranquilizador.

Sin embargo, pensó: "un chequeo de rutina, eso espero".

—Tranquilo, yo te respaldo, ¿Para qué son los amigos?

El partido de fogueo llegó a su fin y la conversación se vio interrumpida. Abraham pensó que no había razón para preocuparse, confiaba en Martín, el viaje sería un éxito. Tenía que recordar agradecer al señor Thompson, la visita al museo había sido una sugerencia suya y contribuyó de una manera enorme a que ocurriera.

—Eres todo lo buena que esperaba y más —le comentó Eglin a Esmeralda una vez culminado el entrenamiento.

—Gracias, pero no exageres, tú eres mejor que yo. ¿Hay algo que no sepas hacer bien?

—Las clases de historia no se me dan bien.

—¿En serio? Historia es mi clase favorita.

—Las matemáticas son lo mío.

—Yo en matemáticas soy un desastre, para sumar dos más dos tengo que utilizar una calculadora —agregó Esmeralda sonriendo.

—Cada quien tiene lo suyo, pero eso es bueno, tú me ayudas en Historia y yo te ayudo en matemáticas. Yo seré tu mano derecha y tu mi lado siniestro ¡Ja! ¡ja!

—El que sea zurda no me hace siniestra — replicó con el ceño fruncido.

—Técnicamente sí —afirmó Eglin —Diestra, Siniestra —remarcó, haciendo un ademán con la mano derecha primero y luego con la izquierda.

Esmeralda no dijo nada, le miró con asombro y con una mueca demostró su desapruebo.

—Es una broma, no es en serio; con tu zurda y mi derecha llevaremos la derrota a nuestros enemigos — le comentó Eglin.

—Yo no tengo enemigos —aclaró Esmeralda.

—Me refiero a nuestros contrincantes deportivos. Veremos si son a prueba de balones.

Esmeralda sonrió, el juego de palabras le pareció gracioso, la expresión agresiva con aires malignos de su amiga era aún más divertida.

Y dicho esto fue muy acertado. Sin llegar a ser invencibles, el equipo se hizo de verdad competitivo y la pareja de jugadoras ganó respeto entre sus pares y rivales. Fuera de la vida escolar también se hicieron inseparables, la amistad entre ellas era algo natural, se integraban en muchos sentidos, en el deporte, en la escolaridad y en la vida diaria. Gules, por otra parte, se sintió desplazado. Eglin pasaba ahora mucho tiempo con Esmeralda, casi no le veía y si lograba compartir tiempo con ella, Eglin no paraba de hablar de Esmeralda. Y en el desespero de no lograr captar su atención terminaba alejándose sin querer, se le hacía difícil tener gestos de cariño con ella si la entrometida latina estaba presente en la conversación. No es que lo evitara apropósito, un velo de respeto y distancia se había abierto entre ellos, llevándose la confianza y la seguridad, quizá era miedo, intimidación. Siempre sus anhelos callaban ante las preguntas que ella hacía acerca de sus vaivenes amorosos. Los comentarios se volvían acusaciones, prohibiciones. ¿Cómo ser concluyente mientras actuaba disperso y desordenado? ¿Cómo convencerla de su amor si no podía verla a los ojos siquiera? Los lentes oscuros eran el escudo que lo protegía de la vergüenza, el silencio era cómplice y acusador, el silencio lo ataba. El silencio de hablar mucho y no decir lo que de verdad se quiere decir. El silencio de no lograr expresarse con claridad y cuando lo hacía, ella desestimaba sus palabras y estas caían en un descrédito divertido para ella y un tormento deshonroso para él. ¿Acaso no entendía que su aparente actuar frívolo y desordenado, era un acto desesperado por no poder alcanzar su amor? Mientras más ella lo rechazaba, sin querer ni estar consciente de ello, más libertino se comportaba él. La situación lo controlaba. Era un doloroso círculo vicioso.

Una vez entrado a ese laberinto, no había podido hallar ni la salida, ni la luz, ni siquiera al minotauro para al menos tener con quién lidiar. Su padre no era Dédalo y él tampoco era un Ícaro alado. Lo único de cera que poseía era la marmórea expresión de su rostro; cualquiera le acusaría, no sin cierta razón, de ocultarse detrás de un museo, detrás de máscaras únicas. Muñecos, quimeras y estatuas de la indiferencia, del extraño comportamiento humano. Y quien rondaba por los pasillos de ese museo de cera se admiraba de la colección de rostros y cuerpos, no con el dueño oculto, y él mismo no sabría decir si era mejor así o peor.

Cambio de RostrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora