Ahora o nunca

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Transcurría ya el ansiado año 44, las chicas se hallaban en Colonia, no era la ideal ubicación de París. Dentro de las posibilidades estudiadas era la ruta más corta. Seguir en línea recta desde Colonia hasta Amberes o Bruselas era lo ideal. Tomando en cuenta que iba a ser una zona caliente, de combates, no iba a ser fácil cruzar de un lado a otro y mucho menos en línea recta. En la medida de sus posibilidades y contando con la información obtenida de los prisioneros norteamericanos, robando fragmentos e insignias, confeccionaron dos uniformes falsos de enfermeras aliadas. Preguntaron los colores y tipos de tela. Al principio, los prisioneros, no colaboraban. El buen trato y el atractivo de las chicas, terminaron venciendo su inicial aprehensión. Así, poco a poco, lograron esa pequeña meta. No eran expertas en el arte de coser, como en muchas otras cosas, su voluntad, unida a sus habilidades para adaptarse, les ayudó a realizar la tarea pendiente. Como colofón final le mostraron a un piloto de bombardero, que afirmaba haber tenido amoríos con una enfermera del ejército de Estados Unidos, uno de los vestidos. Eglin vigiló, mientras Esmeralda, en la figura de Marie Louise se cambiaba de uniforme frente a él. El mencionado prisionero, animado por la visión de aquella hermosa enfermera en ropa interior, cambiándose frente a él, se deshizo en elogios por la similitud del disfraz con uno real. Todo ello fue realizado previo coqueteo para ablandar al joven oficial para que tomara confianza. Aunque para recibir confianza debieron dar algo de sí primero. A una idea de Eglin, Esmeralda estuvo en contra, le revelaron que el motivo de la confección de los vestidos era porque pensaban desertar y huir hacia la zona controlada por los aliados. Ya había ocurrido el desembarco para aquellos días. El piloto, al enterarse que sus compatriotas y aliados se acercaban se ofreció a acompañarlas, "necesitarán un hombre que las defienda" anunció. Ellas accedieron, precisaban de su colaboración.
No habían podido hacerse con un arma y aquello les preocupaba un poco. Salir indefensas a escapar de un ejército para enfrentar a otro, no era algo muy atractivo. Y aunque prometieron ayudar a escapar al joven piloto, en realidad, no pensaban hacerlo. Era muy riesgoso y no sabrían como efectuarlo. Supieron después que Robert Thompson, ese era su nombre, ya tenía su propio plan, junto con algunos compañeros. Tenían planeado intentarlo en el traslado programado a un campo de concentración de la Luftwaffe. Eglin se refería a él como "El Abuelo Thompson" Afirmaba ser de Minnesota y hasta donde sabía la familia paterna provenía de ese estado. "Quien sabe, quizá si es mi tatarabuelo o algo así" decía medio en broma, medio en serio. Y esté se había prendado de Esmeralda, de la chica Marie Louise. Quería que le acompañase, estaba convencido del éxito de su escape, que fuera a América con él, se casarían y tendrían 8 hijos.
—Serás mi abuela Thompson —le dijo Eglin.
—¡Ay! ¡No! Eso sería una extraña paradoja —le respondió Esmeralda.
—Vamos, admite que te gusta mi abuelito.
—Me agrada, tanto como enamorada no.
—¿Por qué lo niegas? Yo veo cómo te brillan los ojitos cuando lo ves. Además, te cambiaste frente a él. Querías seducirlo. ¡Vamos! ¡Admítelo! —le presionó haciendo movimientos de baile —. Te faltó fue el tubo para bailarle.
—¡Por Dios! ¡No Eglin! ¡Además, eso fue idea tuya! —exclamó, avergonzada.
Eglin siguió bailando. Esmeralda se rio, era muy cómico todo aquello. Sin embargo, necesario era poner seriedad al asunto.
—Eglin, el momento ha llegado.
—¿Cómo?
—Debemos fugarnos en el próximo permiso. No podemos esperar más. Ya es septiembre, pronto vendrá el invierno y el de este año será muy fuerte en esta zona de Europa.
Eglin dejó de bailar.
—Esta bien. Ya era hora.
—Que bien que lo tomes así. Pensé que ibas a pedir más tiempo —le dijo Esmeralda.
—No. ¿Qué más tiempo que estos años de espera? Estoy asustada, pero también decidida. Estoy aburrida de esperar, de actuar, de ser quien no soy, que me llamen Gretchen. Estoy aburrida de la vida militar, de la guerra. Tomaremos todos los riesgos, no quiero seguir viviendo esta farsa, soportar que me llamen con otro nombre, seguir órdenes, convivir entre nazis. Y es verdad, no todos los alemanes son malos. ¿Cómo distingues uno del otro? Lo que para nosotras es crueldad para otros bravura, arrojo, defensa y determinación. Las barreras de lo malo y lo bueno son en la guerra tan delgadas que uno no puede evitar pensar si nosotras mismas somos buenas o malas personas.
—Te entiendo, Eglin.
—¿Qué vas a hacer con el abuelo Thompson? —le preguntó.
—¿Qué quieres decir?
—Nuestro permiso es una semana antes del traslado y su proyectado plan de escape. ¿No quisieras despedirte de él?
—¡Ay Eglin! Sí, admito que me gusta, no puedo pensar en él como futuro esposo ni amante ni nada. O sea: ya nos vamos y no le veré jamás.
—Puede que muramos en nuestro intento de fuga y él en el suyo. ¿No te gustaría experimentar el amor? No sabemos lo que nos depara el futuro.
—No, no lo sabemos. Podemos controlar nuestro presente —le contestó con energía Esmeralda.
—El hecho que estemos aquí, en esta época y en esta situación desmiente lo que afirmas. No podemos controlar nuestro presente, al menos no de manera absoluta.
—Por primera vez tu lógica supera a la mía en crudeza y verdad —admitió ella —. Lo voy a pensar, no es algo que de verdad haya ponderado.
—No tienes que ponderar nada. Solo hazlo o no lo hagas.
Esmeralda asintió sin saber que responder a eso...
A pesar de darle la razón a Eglin decidió no hacer nada al respecto. Mejor era concentrarse en el objetivo, ya habría tiempo para el amor en mejores circunstancias. No podía tomar una decisión como esa basándose en el desespero o el miedo a la muerte. Reflexionó mucho, en parte se sentía hipócrita pues, aunque Eglin no se lo reprochaba, recordaba como la animó a casarse con Frederick. Ella le hizo caso. ¿Por qué se resistía? La respuesta: porque era solo un gusto. Le agradaba y era guapo "el abuelo Thompson" pero no era amor, cosa y caso distinto a lo que ocurrió entre Eglin y Frederick. Sin embargo, todas esas consideraciones fueron aplazadas, su permiso fue cancelado y el traslado de los prisioneros fue adelantado. La fuga de Bob Thompson no fue efectuada y ellas tampoco pudieron realizar la suya. Conforme las fuerzas aliadas se acercaban, arreciaban los bombardeos. Órdenes y contra órdenes iban y venían. No era un caos, era una situación donde las cosas y hechos no se sucedían con un estricto orden. Dos meses después aún seguían en Colonia, noviembre comenzaba, no había tiempo que perder, igual lo habían perdido. Obligadas por las circunstancias decidieron improvisar. Colocaron todas sus cosas, listas, preparadas para detectar cualquier eventualidad o ventana para el escape. Era un poco estresante, debían estar alertas y permanecer, en la medida de lo posible, cerca una de la otra para poder realizar acciones en conjunto. Lo que no pensaron, luego de haber tomado esa decisión, es que la resolución ocurriría tan pronto. La noche del 19 de noviembre de 1944 la alarma de bombardeo interrumpió su sueño. El oficial a cargo de la batería antiaérea las llamó a tomar posiciones de combate.
—Es ahora o nunca —le dijo Eglin a Esmeralda.
Ésta asintió. Tomaron los morrales con todas sus cosas, se vistieron y salieron presurosas. No se dirigieron a su batería asignada. Cruzaron el campo, tratando de pasar desapercibidas, sin lograrlo. El oficial a cargo les gritó a lo lejos, ellas fingieron no escuchar y siguieron adelante, el oficial corrió hacía ellas, con la intención de interceptarlas. Temieron lo peor y algo muy parecido ocurrió. Una bomba cayó en la batería. La onda expansiva creada por la explosión las lanzó a tierra. Aturdida, Eglin levantó a Esmeralda. Estaba consciente pero conmocionada, el oficial yacía tumbado boca abajo, estaba herido. Esmeralda quiso ayudarlo, Eglin no se lo permitió, la jaló con fuerza y la empujó fuera. Corrieron todo lo que pudieron, se internaron en un bosque, una vez fuera de la ciudad. Estaban muy cansadas, llenas de barro y ateridas de frío. Esmeralda presentaba un pequeño sangrado en su brazo derecho. No era nada grave, algunas esquirlas, Eglin extrajo las esquirlas, curó la herida y realizó el posterior vendaje.
—Sé que estamos cansadas Esmeralda, pero acorde a tu plan debemos movernos en la oscuridad y escondernos durante el día —le dijo Eglin.
—Lo sé —le respondió con la voz quebrada —hay que hacerlo.
—Estas llorando ¿Te duele mucho?
—No es eso. El teniente Schörner, necesitaba nuestra ayuda y lo abandonamos.
—Fue necesario. No podíamos perder tiempo.
—Somos enfermeras. Debimos atender sus heridas. Al menos los primeros auxilios.
—No somos enfermeras Esmeralda, somos dos estudiantes involucradas en una situación inverosímil, tratando de sobrevivir, eso somos —le contestó Eglin llena de coraje.
—Sí, somos todo eso, pero durante 6 años hemos sido enfermeras. Eso no lo puedes borrar, sea que fuese nuestra decisión o no tomar esa profesión, obligadas por las inverosímiles circunstancias, como muy bien lo describes. En mi ser está el salvar vidas, curar, asistir. Ya es parte de mí y ver un hombre, por muy alemán o nazi que sea, caer herido frente a mí y no hacer nada me hace sentir mal.
—Te entiendo. Sin embargo, no tenemos tiempo ni para llorar. Debemos apegarnos a nuestras metas y hacerlo en silencio. Trata de no llorar. Recomponte, se fuerte.
Esmeralda asintió. Caminaron con cautela hacia el oeste, lo más recto posible. Guiándose con la brújula, teniendo mucho cuidado al consultar dicho instrumento, ocultando la luz de la linterna. Pasar desapercibidas era esencial. Cerca de la madrugada hallaron unas ruinas, se escondieron lo mejor que pudieron y se aprestaron a descansar. No sabía dónde se hallaban, los mapas le servían de muy poco, al salir sin control de la ciudad se perdieron, fue inevitable. Sólo esperaban que la suerte les acompañara y pudieran conseguir el camino más adecuado.

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