Coqueteando con el Mal

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En Hannover, Alemania de 1938, también hacía frío. Habían caído algunas nevadas esporádicas en la ciudad. Eglin, se encontraba paseando una vez más con Frederick, quien le visitaba de forma regular. Esmeralda, sola en su habitación, no le quedaba otra cosa que entregarse al estudio para entretener la mente. Callar las ideas, mitigar la tristeza. Era solo un noble intento, se había convertido en una obsesión darle vueltas al asunto de su transposición espacio temporal y el cómo revertirlo. Era todo un callejón sin salida. Reflexionaba sobre los factores conocidos y eran pocos. Existía mucho desconocimiento en la naturaleza de que había ocurrido. Sólo tenían algunos hechos concretos y un montón de suposiciones. ¿Qué sabían? Que estaban allí, en esta época, en otros cuerpos y con otros nombres. ¿Qué no sabían? Cómo habían llegado allí, cuál era el principio del fenómeno, experimento o lo que hubiese sido. Este muchacho, Frederick, uno de los factores recientes, parecía ser pieza clave para el desarrollo de los futuros acontecimientos que les llevaría hasta ese punto "B", que tanto necesitaban. Podría estar equivocada. Toda su teoría se basaba en pseudo-ciencia y en presentimientos. El proyecto campana pudo muy bien nunca haber existido y solo era fruto de la imaginación de un escritor polaco y el amarillismo de programas de televisión. Volvía a Frederick. Era un sub oficial. Su importancia en la jerarquía nazi era baja. Muy escasa en realidad. Se le ocurría que podría ser el enlace con alguien más importante, algún jefe suyo, relacionado con el experimento antes mencionado o que en el futuro se relacionaría con ello. O quizás sería ascendido y comisionado a esas tareas y utilizando su influencia se llevaría a su esposa o a su novia a que sirviera cerca de él o que, en vista de los bombardeos aliados le procuraría una asignación a su adorada Gretchen y a su prima en unas instalaciones subterráneas, como lo debían ser, según lo que se sabe, los laboratorios donde desarrollarían armas secretas. Entre ellas la referida Campana. Así, en una instalación subterránea, estarían a salvo de los bombardeos. Conjeturas y más conjeturas. Adosadas a fantasías y oscuridad.

Parecía ser esencial que Eglin se casase con él. Era una cosa difícil de aceptar. Ella no estaba muy animada con esa situación al principio. Sin embargo, el chico era todo un caballero, galante, paciente y amoroso. Ella misma se lo dijo. Al menos había accedido a pasear con él. No era prudente rechazar esas invitaciones. Era parte de lo que se esperaba de ella. Esmeralda pensaba que Frederick le agradaba a su amiga más de lo que ella misma podía admitir. Existía la posibilidad que se estuviese enamorando sin darse cuenta.

La puerta se abrió. Era Eglin, había regresado. Esmeralda se levantó, para recibirla, su rostro mostraba aflicción. Eso le alarmó un poco, el autocontrol de las emociones era una virtud olvidada, para ambas, aunque ella sentía que Eglin lo estaba manejando de peor manera. Debido a la presión y su propia situación derivada. Ésta se le echó encima llorando. Temblaba, pero no por el frío.

—¿Qué te pasó mi ángel? —le preguntó con ternura.

Eglin no contestó, continuó llorando. Siempre que salía con Frederick llegaba alterada de alguna forma, Esmeralda preparaba té, como contramedida. Eso le ayudaba a calmarse. Sirvió dos tazas, le dio una, mientras ella se tomaba también otra. Necesitaba estar calmada. La verdad es que observó que Eglin estaba más perturbada que de costumbre. Lloraba inconsolable.

En lo que pareció una eterna espera por fin se calmó lo suficiente para hablar.

—¿Qué sucede Eglin?

—Me besé con Frederick, Esmeralda —respondió compungida.

—¿Te robó un beso o fue algo mutuo?

—Nos besamos. Yo busqué el beso, al menos eso me parece, ya no estoy segura de nada.

—Creo entender tu estado alterado, sin embargo, no tiene que ser algo negativo per se —le dijo en tono suave Esmeralda.

Cambio de RostrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora