Primeras Bajas

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Un mes después de la despedida Eglin recibió la noticia. Frederick había caído en combate. Esmeralda se encontraba en turno nocturno así que estaba sola. Era algo devastador. Era apenas 3 de septiembre y entre las primeras bajas estaba su marido. De nada le valían las palabras de aliento de los oficiales cuando le notificaron el deceso, las descripciones de su arrojo y valentía y que su acción valerosa le había hecho méritos para una medalla Pour Le Merite, post mortem y que sería entregada a la viuda (o sea, ella) en su entierro allí en Berlín. Una cruz de hojalata no sustituía una vida. Cómo echaba de menos la presencia de Esmeralda, si al menos hubiera celulares. Con la ayuda de la telefonía móvil pudiera comunicarse con ella. No existía dicha tecnología aún. Tendría que esperar hasta el siguiente día. Menuda travesía le tocaba vivir, apenas si cumplía los 18 años y ya era viuda y a la vez no lo era. "La viuda es Gretchen... La viuda es Gretchen..." se repetía en un vano intento de convencerse que no era su asunto, era un dolor ajeno. Quizá, si se persuadía de eso, el dolor se iría. Era inútil la frase. No era una afirmación sino una negación. Se sentía desecha, no tenía el menor ánimo de levantarse, comer o hacer cualquier cosa. Sin embargo, hubo de hacerlo, levantarse. Una conocida sensación en su entrepierna le obligó. Fue al baño presurosa. Sí. Como lo sospechaba. Le había bajado el periodo. La menstruación se hacía presente en el momento más inoportuno. Con sensaciones de dolor en el vientre y malestares que se sumaban a su tristeza. Otra queja más para el asunto de intercambio mental, de cuerpos. Antes, en el futuro (que enrevesada trama), no había sentido nunca malestares. La menstruación transcurría asintomática, apenas la sangre y nada más. El cuerpo de Gretchen reaccionaba distinto, había dolor, náuseas, irritación. Pero no era tan malo después de todo. Eso significaba que no había quedado embarazada y este simple hecho le hizo sonreír. Un poco, solo un poco. Un pequeño alivio, un algo menos de que preocuparse. Era cruel pensar así. Era necesario pensar así. Ser práctica, endurecer, madurar.
¿Cuánto más faltaba vivir en esa extraña aventura? Saber los hechos generales y tener un repertorio de posibilidades ya previstas no era suficiente preparación para afrontarlos. Ya había considerado la posibilidad que Frederick muriera en combate. ¿tan pronto? ¿Qué otras consideraciones habían advertido? Su mente estaba desordenada, no lograba concretar los hechos. Necesitaba a Esmeralda. Su personalidad sosegada, su mente teórica, su abrazo y su cordura.
Kutná Horá. Sí. Recordó. La ciudad, la mina, un centro secreto de investigación que pudiera muy bien nunca haber existido. ¿Y después de allí qué? Una vez que pudiesen establecerse en esa ciudad, de alguna manera debían acceder a esas instalaciones súper secretas. ¿Después de allí qué? De pronto sintió que todos sus objetivos carecían de sentido y tenían mucho de inútiles. Lloró, amargada, el destino parecía no ser otro que permanecer en esa convulsiva época. Un objetivo más práctico e imperante, era sobrevivir a la guerra y luego emigrar a EEUU, para al menos tener una ligera sensación de regreso a casa. El objetivo no debía ser una oscura cueva en Checoslovaquia, el Este de Europa era sombrío, quedar en una zona controlada por los soviéticos, después que terminase la guerra, no era una cosa agradable de pensar. El Oeste, si, el Oeste. Allí estarían las tropas norteamericanas, sus compatriotas, ellos eran el camino a América. Se lo diría a Esmeralda. Que olvidara sus teorías de conspiración.
En otra época. Gretchen, en la figura de Eglin, estaba cansada de las idas y venidas, de los pedidos y encomiendas del profesor Kubbelmeyer. De suerte que quedaba poco tiempo para que terminara el periodo escolar. Una vez que culminara dicho tiempo irían a la universidad y se quitarían de encima a ese repulsivo señor. Ya habían elegido estudiar medicina. Marie Louise abandonaba un poco la idea de ser profesional en soccer. A pesar de ser muy buena no le había ido bien en las escogencias. Su rendimiento en el campo se veía afectado por la agotadora agenda del maligno profesor. Verla triste no le gustaba, pero prefería que se cerrara esa posibilidad, para que pudiese concentrarse en los estudios de medicina. Otra cosa por lo que agradecería el final del periodo escolar era poder deshacerse del muchacho escocés, Gules. Irían a universidades distintas o bien él se quedaría en Callhoun. Porque él aún no sabía qué carrera tomar ni a dónde ir. Sí, era útil para que realizara los requerimientos del profesor que ella no quería o no podía efectuar. Siempre que podía le delegaba mandados, tareas y ayuda en el laboratorio. En el fondo le exigía mucho para que se cansara y se alejara por su propia cuenta. Sin embargo, no se alejaba, cumplía con todos sus caprichos, siempre sonriendo. Su enamoramiento le tenía aburrida. No le dejaba espacio, enviarlo con el profesor no solucionaba del todo el asunto. Luego que se desocupaba pasaba horas hablando, ya sea por teléfono, en su casa, en la ventana. Ya quería también cortar ese odioso árbol. Un árbol contiguo a su cuarto, él, cada vez que podía trepaba por el tronco y le tocaba la ventana. Cuál Romeo que declamaba a Julieta se empeñaba en mil temas. Horas y horas. Y ella no podía hacer otra cosa que escucharle. Por más que deseaba mandarlo al demonio lo necesitaba para que estuviera con el profesor, eso le liberaba algo de tiempo. Lo detestaba, ese profesor fanático. Detestaba su presencia. Apenas lo toleraba. Sí, pronto no le vería más, a ninguno de los dos.
—Eglin! Eglin! —gritó la señora Kara desde la cocina.
Ella apenas la oyó. Tenía los audífonos puestos.
—¿Qué ocurre mamá? —le contestó, fingiendo sobresalto.
En realidad, estaba muy molesta, no era culpa de Kara.
—Llama la madre de Gules, él está muy enfermo.
"Y que rayos me importa a mí", pensó.
—Gracias mamá —respondió quitándose los audífonos déjeme hablar con ella.
Se acercó hasta la cocina y habló con la desconsolada madre del chico. Simuló interés, preguntando sobre los síntomas. Le parecieron extraños. Para culminar la conversación dijo algunas palabras tranquilizadoras y prometió ir hasta la clínica.
—¿Que tiene el pobrecito de Gules? Cuando le atendí, Diana no supo explicarme. ¿Te dijo algo específico?
—No, no saben que tiene.
—Escuché que preguntaste los síntomas.
—Sí, si lo hice. Aunque no sé por qué lo hice, no soy doctor. Estoy preocupada por su estado, eso es todo —mintió.
—¿Vas a ir a la clínica? —preguntó la madre al ver que arreglaba para salir.
—Sí, si voy.
—Espérame, yo te llevo —le indicó.
No lo había pensado, no sabía dónde quedaba la fulana clínica. Ni siquiera sabía el nombre, no preguntó. Así que fue proverbial la intervención de Kara.
Una vez llegado al centro médico, saludó a la madre de Gules. Está la abrazó con fuerza, Gretchen apenas sí correspondió. En realidad, le conocía poco o nada. No es que fuese su suegra. Sin embargo, ya sea por su entrenamiento de enfermera o curiosidad, estuvo atenta a lo que ocurría. Los síntomas eran: diarrea, náuseas, decaimiento general. Los médicos no atinaban la causa y estaban realizando exámenes. Ya entrada la noche se estabilizó y pareció recuperarse. Notificaron a la madre: le dejarían esa noche en observación. Todo indicaba que al día siguiente le darían de alta. Con las recomendaciones de rigor, dieta, descanso, etc.
Gretchen regresó a casa con Kara, la madre de Eglin, ya muy entrada la noche. Dejando a la mamá de Gules más tranquila, acompañada de su esposo, que recién llegó cerca de las 11 de la noche. Marie Louise no pudo ir, ya que al estar ausentes Gules y Gretchen para las diversas tareas impuestas por el profesor, ella tuvo que hacerse cargo y llegó exhausta a su casa, pero se mantuvo en contacto vía mensajes de texto. Intercambiaron algunas ideas. Era mejor estar pendiente del estado de Gules. En eso estaban de acuerdo.
Un Mal presentimiento se alojaba en la mente y corazón de Gretchen. Algo no iba bien. Todo le parecía muy repentino. Se arrepintió un poco de los pensamientos anteriores, es verdad le aburría ese chico, no por eso le deseaba mal. Deseaba que le fuera bien, eso sí, lejos de ella.
Marie Louise, no menos cansada que Gretchen de las tareas obligadas con el profesor, luego de ducharse y cenar quiso dormir, la inquietud se lo impidió. Encendió la computadora, decidió investigar en internet. Tenía una corazonada, ya había atendido a pacientes con esos síntomas repentinos. La información estaba allí, con los datos y experiencia propia que tenía como enfermera, una aberrante posibilidad se perfilaba en el horizonte: Envenenamiento por radiación.
Aquello podría parecer imposible, el pueblo estaba limpio de radiaciones. Así que todo apuntaba a Kubbelmeyer. Él estaba haciendo experimentos extraños, más allá de su comprensión. Quién sabe cómo obtendría elementos radioactivos o si era otra la causa. Y si el pobre Gules se había contaminado cabía la posibilidad de que ellas dos también. Debía contárselo a Gretchen. La llamó a su celular. Lo tenía apagado. ¡Rayos! Mal momento para dormir.
Lo conversaron por teléfono en la mañana. Debían abordar al profesor. Él, si no era el responsable, debía saber algo. No pudieron hacerlo en la escuela, era mucho riesgo, lo harían en la tarde, irían a su casa. En el colegio alguien pudiera escuchar la conversación y sería comprometedor.
Una vez allí, le inquirieron de manera directa.
—Usted sabe que el muchacho escocés, Gules, está enfermo, supongo —le comentó Gretchen una vez estuvieron a solas con él.
—Sí, así me enteré en la escuela, pobre muchacho —le respondió el profesor.
—Los síntomas son sospechosamente parecidos a un envenenamiento por radiación, ¿usted sabe algo de eso? —le increpó Marie Louise.
—Hice un experimento con él. Por lo visto no salió bien. Los resultados son adversos.
Las chicas quedaron boquiabiertas. En definitiva, les gustaba casa vez menos la idea de estar relacionadas con ese ser maligno y la asociación obligada. Era tan desfachatado que ni siquiera intentó ocultarlo. Se lo dijo así, sin más ni menos.
—Antes que me lo digan. Sí, parece un acto vil. Pero era necesario —les dijo sin mostrar preocupación o arrepentimiento...
—¿Por qué? ¿Qué mal le hizo ese pobre chico? —preguntó Marie Louise alterada.
—Sí. ¿Por qué hacer eso? Bastante que él nos ayudó en sus cosas, en el laboratorio, recolectando los materiales —inquirió a su vez Gretchen.
—No fue nada personal. Es un chico estúpido pero colaborador. No tuvo nada que ver eso. Necesitaba un ser humano para probar algo. Ver sus efectos.
—¿Qué es eso tan importante como para sacrificar una vida? —preguntó Marie Louise.
—Es una sustancia que sirve como traza, sirve como marcador para la máquina. Cómo recuerdan, cuando se activó la máquina en el pasado hubo una fuerte explosión. Pienso activar la máquina de manera remota, entonces necesario es el marcador, por llamarlo de una manera simple, así, sin importar mi ubicación, se producirá el traslado sin el riesgo de quedar atrapado en la explosión. Porque la máquina, una vez llegue a su máxima capacidad, explotará, no hay forma de revertir eso. Lo he intentado solucionar. No pude, explota una vez llega a un límite de acumulación de energía. Así de simple. Por lo tanto, el marcador es un seguro. Uno nunca sabe si falla algo. La ciencia es predictiva, no siempre exacta y en un experimento de esta magnitud, que se desarrolla de forma secuencial, puede ocurrir algún detalle que produzca una catástrofe. Estoy tratando de abarcar todas las posibilidades, no soy infalible. Y entonces, antes de inyectarla en mi cuerpo, debía probar sus efectos en otro recipiente y este chico me pareció el más indicado.
—¡Oh mi dios! Usted es perverso al extremo —exclamó horrorizada Gretchen.
Él solo se encogió de hombros, sonriendo con malévolo sarcasmo.
—¿Es radiactiva? ¿verdad? La sustancia —preguntó Marie Louise.
—Sí, un poco. Traté de mantenerla por debajo de los parámetros peligrosos para el ser humano, pero ya ven, me equivoqué. Debo reformularla. ¿Podrían conseguirme una muestra de la sangre del muchacho, para analizarla y lograr encontrar la forma de contrarrestar sus efectos?
Gretchen lo cruzó con la mirada. Ya aquello no era perversión, sino malignidad, descaro.
—¿En que beneficia eso? —preguntó Marie Louise.
—Pues crear un antídoto. Ya tengo trabajo adelantado al respecto. Con una muestra de sangre pudiera desarrollarlo más rápido.
Gretchen y Marie Louise se vieron.
—Está bien lo haremos — contestó Marie Louise.
Si eso podía salvar a Gules. Lo harían. Camino a casa le comentó a Gretchen.
—Tendrás que ser tú Gretchen, yo pudiera hacerlo, pero para ti será más fácil acceder a él. Por la afinidad que siente por ti, por la muchacha Eglin. Esa familia te ve como parte de la suya. Creen que son novios o algo parecido. Yo te apoyaré en lo que pueda.
Gretchen asintió. No iba a permitir que ese muchacho, por muy fastidioso, fuese una baja más en la maligna cruzada del profesor.

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